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Estamos cansados del coronavirus. Acaba con nuestra paciencia. Y nos va a arruinar. Queremos volver a lo de antes. Y volver ya.

Esperamos que ocurra una especie de milagro. Que alguien, en algún sitio, desarrolle cuanto antes una vacuna o un fármaco eficaz, lo produzca en cantidades masivas, nos lo venda (a poder ser barato) y que seamos los primeros recibirlo.

Mientras tanto que nos ayuden y que tengamos que hacer el mínimo esfuerzo hasta que pronto vuelva el turismo, los vuelos baratos, los bares, las discotecas...

Sin duda es bonito. Pero no es real.

Si estás pensando que pronto va a haber una solución para la Covid-19 -y que para navidades o para principio de año ya estará todo arreglado- estás equivocado.

Desafortunadamente el mundo no es como nosotros queremos. Y si seguimos haciendo lo que hacemos, las perspectivas de futuro con la pandemia de la Covid-19 son desoladoras.

Es seguro que no vamos a tener la vacuna en las fechas que nos dicen los políticos.

A los problemas que tuvieron Oxford y Astrazeneca (que llevó a la interrupción temporal del ensayo en la fase III, impidiendo que los voluntarios a los que ya se les ha suministrado la primera dosis no vayan a recibir la segunda), se suman ahora los problemas de Johnson & Johnson, que detiene la prueba de su vacuna contra la Covid-19 (también en la fase III) por una enfermedad “inexplicable» observada en uno de los voluntarios.

Seamos realistas. Obtener una nueva vacuna es difícil y tiene un componente azaroso. Normalmente se tarda de 8 a 10 años. Y no porque falle el esfuerzo, los recursos o el talento. Simplemente es difícil. Recordemos que tras décadas de investigación no hay vacuna para el SIDA. Y la vacuna contra la gripe no protege, ni mucho menos, al 100% de los vacunados.

Es posible que ahora acortemos significativamente los plazos. Pero no debemos esperar milagros.

Pensemos que China, uno de los países que mejores resultados ha tenido a la hora de enfrentarse a la pandemia y que más ha trabajado en el desarrollo de la vacuna, ni siquiera se plantea una vacunación masiva de su población, sino que prefiere usar medidas de contención. Según los expertos chinos, durante bastante tiempo todavía estas medidas de contención van a ser las mejores para la salud y para la economía.

Funcionan. Muchos países las aplicaron. Y les salió bien. Controlaron la pandemia y salvaron su economía.

La clave se sabía. Es un clásico de la lucha contra un agente contagioso de cualquier naturaleza. La estrategia se define en 4 palabras: Golpea duro, golpea rápido. No hay otra.

Para ganar la guerra al coronavirus hay que actuar extremadamente rápido y extremadamente duro.

Un ejemplo: con solo 12 casos, en la ciudad costera de Qingdao se están haciendo pruebas PCR a todos sus habitantes (y son nueve millones). Miles de rastreadores están trabajando. Y en solo cinco días las autoridades chinas esperan aislar a todos y cada uno de los contagiados. Mientras tanto tienen restricciones absolutas.

Comparemos con nuestra estrategia. China actúa drásticamente con apenas 0,133 casos por 100.000 habitantes. No espera a tener 500 casos por 100.000 habitantes para tomar medidas, ni propone un semáforo rojo con 50 casos por 100.000 habitantes. Actúa nada más se detecta un solo caso.

Tampoco propone medidas “descafeinadas” limitando aforos y horario. No. Se cierra todo y se cierra enseguida.

Los hechos hablan por sí mismos. La estrategia de golpear rápido y golpear duro ha permitido que China, a pesar de ser el país más poblado del mundo, haya controlado la Covid-19 y que al mismo tiempo que siga creciendo económicamente.

Porque tanto para la salud pública como para la economía y la calidad de vida de las personas, es mucho mejor parar toda actividad y, si hace falta, confinarse totalmente durante unos pocos días.

Es la manera de la ciencia para poder controlar cuanto antes la pandemia y volver a la normalidad lo más rápido posible. Y desde luego es mucho mejor que la de los políticos, que sólo conduce a mantenerse meses y meses en una situación de incertidumbre con contagios continuos.

Pero claro, ahora se argumenta que esa exitosa estrategia de golpear duro y golpear rápido solo pueden ejercerla países no democráticos como China. ¡No es verdad!

Países con diferentes sistemas políticos y poderes, países con ideologías variadas han seguido esta estrategia (Nueva Zelanda, Hong Kong, Corea del Sur, Vietnam, ...) y han logrado contener la pandemia y salvar su economía.

La acertada estrategia de golpear duro y golpear rápido contrasta con la catastrófica gestión de la pandemia en muchos países europeos y americanos, incluido el nuestro. Golpeamos blando, golpeamos lento. Es una estrategia que espera a ver si las cosas se arreglan por sí solas. Pero no hay indicios de que la situación vaya a mejorar.

Como dice uno de los investigadores españoles con más experiencia en coronavirus, nuestra gestión “es casi de retraso mental”.

Algunos expertos, con décadas de experiencia en coronavirus, creen que el actual pico en Europa es solo el resultado de la mala gestión tras el desconfinamiento y todavía no es el pico de otoño-invierno, que será peor y que aún está por llegar.

Al principio de la pandemia tardamos mucho en tomar medidas. Cuando fue demasiado tarde confinamos. Después tiramos el esfuerzo del largo confinamiento por la borda por no hacer las cosas bien.

Las cosas están mal. Estamos más cansados y somos más pobres que al principio. Pero seguimos empecinados en el error.

Puede que cuando al fin decidamos golpear rápido y golpear duro ya no nos queden fuerzas.