El lunes 23 de febrero del 1981 la provincia de Castellón seguía con normalidad su vida política y social, cuando el intento de golpe de estado paralizó las agujas del reloj y puso a prueba la resistencia de la democracia, entonces casi en pañales. Aunque lejos de Madrid, donde se encontraba la atención de toda la sociedad a causa de la irrupción de Antonio Tejero en el Congreso de los Diputados, el papel de los en ese momento dirigentes de la provincia y los medios de comunicación resultó clave para lograr recuperar poco tiempo después la normalidad.

El presidente de la Diputación, Joaquín Farnós, fue testigo de la antesala de la sublevación. Jornadas antes, según explica, ya se respiraba el porvenir en los ambientes políticos, tal y como percibió en un encuentro entre presidentes provinciales. Y así fue. Durante una reunión con destacados alcaldes de la provincia para ultimar el plan de obras, entre ellos el benicense Domingo Tárrega, tuvieron conocimiento de lo que acontecía en la capital del Estado. Farnós disolvió la sesión y pasó la noche pendiente del gobernador civil, Rafael Montero, hasta que se aseguró la tranquilidad en la zona.

Pocos metros más allá, en el ayuntamiento de la capital de la Plana, el alcalde Antonio Tirado paralizó también una reunión ante la «extrema preocupación» que mantuvo durante horas. No obstante, una conversación con el gobernador le hizo percibir que «el golpe no estaba tan claro», convirtiéndose en un atisbo de esperanza que acabaría radicando en el posterior mensaje del Rey en defensa de la Constitución y el régimen democrático.

Mientras, el diputado socialista por Castellón Antonio Sotillo vivió los hechos «desde dentro» del Congreso. Sus recuerdos mantienen la sensación de «extrañeza e indignación», pero también de rabia «por no poder hacer mucho más» mientras percibía que «todo el proceso de transición podía fracasar en pocos instantes». Ahora bien, al igual que sintieron Farnós y Tirado en Castellón, la frustración dejó paso al optimismo al percatarse de que finalmente «todo saldría bien».

Si bien la tensión se mantuvo toda la noche, como vivió con intensidad la redacción del periódico Mediterráneo, bajo la dirección de Luis Herrero. El medio estaba afectado por el bando del capitán de la tercera región militar, Milán del Bosch, que prohibía informar y publicar editoriales.

Sin embargo, la orden, al igual que la sublevación, no tuvo éxito. Herrero junto a un grupo de periodistas apostaron por sacar adelante una edición especial, que al final se convirtió en tres publicaciones en un mismo día, ignorando la amenaza que llegó al rotativo a través de la policía militar. Así, según el propio Herrero, este periódico fue «el único de toda la región militar que salió a las calles con editoriales».

En esa redacción se encontraban personas como Demetrio Fernández, Carlos Laguna, Javier Andrés o un joven Ximo Puig, que ayer hizo alusión a la lección de aquel momento histórico, como es que «nada se consigue con violencia», y a la portada que plasmó el sentir general: «¡Libertad!».

Y poco después «la rueda volvió a girar con normalidad, como si el tiempo se hubiera detenido aquella tarde pero corriera de nuevo», dice Sotillo sobre los siguientes días tras salir del Congreso y poder regresar con los suyos.

Una multitudinaria manifestación, la «mayor hasta la fecha», confirmó el rechazo de la provincia a la sublevación. El lema Castellón con la democracia rezaba en la única pancarta existente en la marcha que partió desde el parque Ribalta y aparcó cualquier tipo de bandera para convertir la unidad en protagonista, sumando apoyo desde instituciones como la Diputación o los ayuntamientos.

Cuarenta años después han cambiado muchas cosas en Castellón, entre ellas los dirigentes, aunque lo ocurrido sigue presente en la memoria. El joven periodista en 1981 y ahora president de la Generalitat, Ximo Puig, recuerda que «la libertad se gana cada día, como los derechos, lo que obliga a no banalizarlo ni convertirse en cómplices de la violencia».

Freno a la involución

El actual presidente de la Diputación, José Martí, estaba inmerso en sus estudios de filosofía en el 1981 a sus 24 años. Aquella tarde, estudiaba esta materia y quedó dormido con la radio puesta, cuando «de repente el sonido de los tiros en el hemiciclo me despertó, desubicado y confundido», en continua expectación hasta que la imagen del Rey como capitán general le llevó a sentir que «la negra noche de la involución no había triunfado».

Con apenas 13 años, la alcaldesa de Castelló, Amparo Marco, fijó en su retina el hecho de vivir el golpe con «miedo y pendiente de las noticias». Sin embargo, con la perspectiva del tiempo, sintetiza que «aquel episodio de la historia refleja la madurez de una sociedad que apostó firmemente por la democracia».