Era martes. Las altas temperaturas atípicas para un mes de febrero, los preparativos de la Magdalena y Fallas o el nombramiento del castellonense Francisco Toledo como presidente de Puertos del Estado eran algunas de las principales cuestiones informativas en la provincia aquel 25 de febrero del 2020. Una jornada en la que se coló también una noticia sobre un simulacro en el Hospital de la Plana de Vila-real para comprobar los protocolos ante la hipotética llegada al centro de un paciente con coronavirus, después de que un día antes hubiera una falsa alarma de una persona que fue dada de alta.

En una jornada, con una importante carga de trabajo donde la gripe, ahora desaparecida, era uno de los principales cuadros clínicos a tratar, los sanitarios de Urgencias aprendían a ponerse los equipos de protección, los ahora más que conocidos EPI, y conocimientos básicos de un virus procedente de China que ya estaba poniendo en jaque al norte de Italia. Casi con ellos puestos, saltó la alarma. Fue una especie de premonición, pero esta vez era real. Ya nada sería igual. Un joven de Burriana que había estado en una despedida de soltero en Milán con un grupo de amigos tenía ciertas molestias que le llevaron a sospecharCasi con ellos puestos, saltó la alarma Fue una especie de premonición, pero esta vez era real. Ya nada sería igual. Un joven de Burriana que había estado en una despedida de soltero en Milán con un grupo de amigos tenía ciertas molestias que le llevaron a sospechar. Llamó por teléfono al adjunto del Servicio de Urgencias de la Plana, Salvador Domenech, lo conocía, eran los dos de Burriana. De inmediato, el doctor Domenech le comunicó que acudiera al hospital y fue allí donde, tras hacerles las pruebas pertinentes, los médicos confirmaron que estaban ante un caso de coronavirus, el primero en la Comunitat. El covid-19 había llegado.

«De inmediato se le aisló, aunque fue asintomático. Recuerdo aquellos días como un poco caóticos por toda la repercusión que supuso. En el hospital empezamos a diseñar planes para habilitar espacios por si los contagios iban a más. Había habido un partido del Valencia contra el Atalanta en Milán y había ido gente de aquí», recuerda el doctor Domenech en el antiguo gimnasio de rehabilitación de la Plana, que ahora es la zona covid de Urgencias, una especie de microhospital con todo el material necesario para atender a los pacientes con síntomas compatibles en un primer momento.

Ahora se dispone de recursos asistenciales de los que en aquel entonces se carecía por completo. «Aquí en Urgencias, la mitad de los médicos nos contagiamos en la primera ola», recuerda Domenech, al tiempo que explica que ahora «la medicina ha cambiado por completo la forma de actuar. Nos hemos tenido que reinventar, se ha visto la calidad humana de los profesionales, que no solo curan sino cuidan y acompañan a los enfermos, que sufren una gran soledad».

Tercera ola

Tercera ola «Ha habido días que no podía estar en casa de descanso, sabiendo lo que aquí estaba pasando, venía a trabajar, porque se siente impotencia. En esta tercera ola, ha habido jornadas que hemos ingresado a 30 personas», relata el doctor, quien reconoce que la vocación es el timón que les hace seguir adelante en jornadas donde el ánimo puede decaer. Tiene un recuerdo de cada paciente al que asiste, entre ellos, está la mujer embarazada de Vila-real que murió con solo 39 años.

«Empezamos a ver una mejoría, la tercera ola ha decaído, pero debemos seguir manteniendo las medidas sanitarias cara a una cuarta porque si hay algo que hemos aprendido durante la pandemia es la fragilidad del ser humano», apunta. El doctor insiste en la necesidad de retomar cuanto antes las consultas presenciales «porque la prevención es clave, hay otras patologías».

Rastreadores

Rastreadores Si los sanitarios de hospitales y centros de salud han estado en primera línea plantando batalla no han sido menos los médicos y enfermeras del Centro de Salud Pública de Castelló. Curtido en alguna que otra batalla, estivo en África para combatir el Ébola, y cuando por edad le tocaría jubilarse, el epidemiólogo castellonense Juan Bellido recibió una llamada a las 22.00 horas de aquel 25 de febrero del 2020 en su casa. Era el jefe del Servicio de Vigilancia y Control Epidemiológico de la Conselleria de Sanitat, Javier Roig, para comunicarle que el primer caso de covid-19 en la Comunitat estaba aquí y él era el encargado de gestionarlo.

«A primera hora de la mañana fui a la Plana, me puse el EPI y entré en la habitación. Estuve más de una hora a pie de cama haciendo el seguimiento de contactos, recuerdo que se portó muy bien y que él mismo iba llamando a la gente con la que había estado para decirles que estuvieran alerta. Había que hacer rastreo a nivel familiar, social y laboral. Se pudo cortar la cadena de transmisión, ya que no hubo ningún brote ni caso secundario», destaca este experto que por su trayectoria atesora unos conocimiento envidiables que en plena pandemia son más que necesarios.

Ahora hace balance de un año, «en el que todo ha ido muy rápido, no hemos tenido tiempo de pensar porque el trabajo nos ha absorbido sin importar si era sábado o domingo y no ha habido tiempo de desfallecer». Doce meses en los que, sin duda, «los momentos más duros han sido los brotes vividos en las residencias, donde en la primera ola la mortalidad del virus fue del 20%». Ahora el servicio tiene refuerzos con los que han podido hacer frente a esta tercera ola.

Entre todos los centenares de brotes seguidos, Bellido recuerda por su complejidad el registrado en el grupo San Lorenzo y San Agustín tras una celebración por San Juan que acabó con 37 positivos. «Tuvimos que encapsular el brote que venía de Lleida y fue complejo», remarca.

Desde aquel 25 de febrero la vida ha cambiado y, posiblemente, ya nada será lo mismo. En el lado más trágico están los familiares y amigos de los 750 castellonenses que han perecido sin que los suyos los hayan podido casi despedir, mientras que la parte más optimista la conforman las 37.000 personas que, oficialmente, han logrado superar la enfermedad en la provincia de Castellón.

La gran esperanza de la vacunación

La gran esperanza de la vacunación «Ahora ya podemos atacar al virus, hasta hace poco lo que hacíamos era solo protegernos», afirma el adjunto del Servicio de Urgencias de la Plana, el doctor Salvador Domenech. Por eso resulta especialmente trágico ver morir a personas contagiadas cuando ya se tiene la vacuna, «gracias a un avance científico sin precedentes». Y es que la vacunación es la gran esperanza para salir de esta pesadilla en la que se ha convertido la pandemia.

Benilde Domingo, de 86 años y usuaria de la residencia pública de Burriana, fue la primera vacunada contra el coronavirus en la provincia el pasado 27 de febrero. Desde entonces se han puesto 35.000 dosis en Castellón a residentes y personal sociosanitario y sanitario y también ya a mayores de 90 años. Son los colectivos más vulnerables. El ritmo de inmunización transcurre con cierta lentitud por la falta de dosis debido a los continuos problemas en el suministro por parte de las farmacéuticas. La producción de los laboratorios no da abasto ante la elevada demanda mundial.

El objetivo del Gobierno central sigue siendo vacunar al 70% de la población y llegar así a la ansiada inmunidad de rebaño que permita vencer al coronavirus este verano.

Pero, hasta entonces, todavía queda camino por recorre. Un devenir que se antoja con complicaciones teniendo e n cuenta la propagación de nuevas cepas más contagiosas. En este sentido, el epidemiólogo Juan Bellido advierte de que la más «preocupante» es la brasileña porque ha acabado con la inmunidad de grupo a la que había llegado la mayoría de la población de la ciudad de Manaos.