Justo antes de firmar el convenio con el Ministerio, José Luis Gimeno, alcalde de Castelló entonces, solicitó hacer una última llamada. El dirigente popular tardó en localizar al jefe de la oposición, el socialista Daniel Gozalbo. Cuando lo hizo, Gimeno le pidió el visto bueno sobre las condiciones finales del convenio con el Estado y firmó un documento que cambió Castelló para siempre. Se iniciaba la eliminación de una barrera histórica que dividía la capital de la Plana, el principio del fin de la vieja estación de trenes y el comienzo del nuevo Castelló, el que habitamos aún hoy en día.

«Salió bien», resume Gimeno ahora, justo al cumplirse veinte años de la inauguración de la nueva estación de Renfe. El camino hasta esa firma fue largo y tortuoso. Enterrar la vía era una demanda histórica de los castellonenses. Se intentó en los 80, con un proyecto que pretendía realizar la estación en el mismo lugar que la antigua, junto al parque Ribalta, pero lo rechazó Renfe, porque implicaba interrumpir el tráfico entre València y Barcelona.

Cuando se retomó el proyecto, ese era uno de los retos para el Ayuntamiento. Conseguir una alternativa que permitiera convivir obra y tráfico de trenes. Fue el propio Ministerio quien propuso aprovechar la anchura que dejaba la antigua carretera nacional 340. Así se hizo, y el consistorio pasó a la siguiente pantalla, que no era menor ni mucho menos: resolver la financiación de una obra que terminó costando más de 23.500 millones de pesetas.

Recuerda Gimeno que inicialmente la mitad del presupuesto corría a cargo del Ministerio, y la otra mitad recaía en el Ayuntamiento. Castelló maniobró para que la mitad de esa mitad, un 25%, lo sufragara la Generalitat valenciana y otra pequeña parte la Diputación. Para conseguir los fondos restantes, el consistorio recurrió a las cajas de ahorros, que dieron el OK al considerar la obra de interés social.

cadenas // Desde luego que lo era, más allá de lo estrictamente ferroviario. Miguel Pastor, responsable de urbanismo en Castelló durante esa época, explica que el tren, que pasaba por la superficie, «comprimía a la ciudad». Castelló tenía dos grandes cadenas que romper para crecer y desarrollarse, el ferrocarril por la parte oeste y la carretera nacional por el este. La vía era no solo una barrera física, también mental en el imaginario colectivo de la gente. «Era una barrera tremenda que había que quitar sí o sí», apunta Pastor, uno de los impulsores del proyecto. «La ciudad logró dos cosas», añade, «se liberó del tren, porque ni te enteras de él y antes era una gran molestia», y además «vino El Corte Inglés», que lideró en los terrenos de Renfe una nueva zona comercial.

«Fue un cambio bestial», rubrica Lola Guillamón, presidenta de la Cámara de Comercio de Castellón y propietaria del Hotel Doña Lola, ubicado justo al lado de la vieja estación de Renfe. «Se atendió una reivindicación histórica y el barrio ha mejorado mucho, para bien», afirma. «Ha permitido desarrollar también el área comercial, aunque igual no tanto como se esperaba», matiza.

Visión similar comparte Alberto Menasanch, de Fincas La Plana, que gestionó una de las mayores promociones de viviendas en la zona. «La gente pensaba que iba a ser el paseo de Gracia de Barcelona», dice, «pero para eso se necesita mucho tiempo». Menasanch considera positiva la obra que se realizó. «Es otro mundo respecto al que era antes», comenta, «en la zona más cercana a la antigua estación se han construido unas quinientas viviendas nuevas, e incluso tenemos ahora otra promoción». Menasanch destaca que también los pisos de segunda mano que salen a la venta en esta área siguen siendo «atractivos» para los compradores: «Se une la influencia de El Corte Inglés con el hecho de estar bien conectado con la universidad».

La eliminación de la vía en la superficie sirvió para que Castelló se uniera como ciudad. Se enterró una vía y se levantó una nueva ciudad. «Había un Castelló de Primera», rememora Pastor, «y otro, de la vía hacia el oeste, de Primera Regional». Emilio Meneses es el presidente de la Asociación de Vecinos San José Obrero y Cremor. «Vecino de toda la vida», afirma, «llevo aquí 41 años». Conoce a la perfección cómo era su barrio antes y después. «Ya se sabe lo que decían, que éramos el barrio de los xurrets». «Ahora ha cambiado todo y esa barrera ya no existe, tampoco la psicológica, los jóvenes ya ni piensan en eso». Meneses considera que el suyo es «un lugar privilegiado para vivir, con buenas conexiones y más cerca del centro porque ya no hay que dar una vuelta para llegar, y el propio centro se ha desplazado hacia aquí».

El día 20 se cumplirán 20 años de la puesta en marcha de la nueva estación. Hay quien recuerda que un concejal, que era labrador, visitó los terrenos con su hijo, regó con una manguera y midió el desnivel con dos cañas y advirtió en el Ayuntamiento que eso estaba mal, que con lluvia se iba a inundar. Avisados, volvieron los técnicos, revisaron las mediciones con las herramientas más avanzadas y dijeron que estaba perfecto. Un mes después de la inauguración, llovió, se inundó y hubo que cancelar trenes. El concejal-llaurador tenía razón.