Ya lo decía el Dúo Dinámico en aquella famosa canción, 15 años tiene mi amor. Y es que cambiar unas pocas palabras y añadir una frase al Código Civil permitió el matrimonio entre dos personas del mismo sexo en España hace justo quince años, siendo el tercer país europeo en legalizarlo, y situándose así a la vanguardia mundial en la defensa de los derechos LGTBI. Gracias a esta ventana de libertad muchas parejas pudieron dar el paso, y a partir de entonces, la provincia abraza cerca de 400 matrimonios igualitarios desde el 2005, si bien los datos de la Comunitat reflejan que en este tiempo se han dado el sí quiero más de 6.000 parejas en todo el territorio valenciano, siendo mayoritarios los enlaces entre hombres de entre 25 y 39 años, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), cuya serie temporal abarca desde el 2005 hasta el 2018.

Este año, marcado por la crisis del covid-19, las celebraciones fueron digitales, aunque localidades como Castelló --donde colectivos de la capital leyeron un manifiesto del Orgullo 2020--, Onda, Burriana, l’Alcora o Cabanes se unieron en un acto conmemorativo para reivindicar sus derechos y libertades el pasado 28 de junio. Y es que esta expresión del amor selló un hito que facilitó la vía de la comprensión y la normalización de la diversidad, a pesar, como en todos los ámbitos, de las reticencias y cuestionamientos de una parte de la sociedad.

La historia de los castellonenses Pau Obiol (de 47 años) e Isaac Sempere (de 43) -dj’s en la discoteca OZ de la capital de la Plana- es distinta a la de muchas parejas en el mundo y, al mismo tiempo, igual que la de tantas otras.

Se conocieron a través de una página web habilitada para ligar, y tras varios meses charlando, el año viajero de Pau y múltiples destinos que no llegaban a cruzarse, se vieron por primera vez en el Festival Internacional de Benicàssim (FIB) en el año 2009, gracias a una amiga en común que les presentó -recuerdan con entusiasmo el detalle que tuvo el macrofestival de invitarles a pinchar el año pasado, por su décimo aniversario, como regalo por haberse encontrado allí--.

Se gustaron entonces y no han dejado de hacerlo hasta ahora. En aquel momento decidieron salir juntos, y tras un año de noviazgo, se comprometieron, y al siguiente decidieron casarse, «pedida de mano sorpresa durante una noche de fiesta en el Grau y una velada romántica en casa» mediante, asegura Isaac Sempere, que fue quien se lanzó a la piscina.

Afortunadamente, residían ambos en Castelló --si bien Isaac es de Bocairent, un pequeño pueblo de València-- y emprendieron proyectos juntos en la ciudad, por lo que pudieron casarse ante 200 invitados en los juzgados con su correspondiente ceremonia en el Raspabar y el posterior convite en el Hotel Luz, siendo este el primer matrimonio oficial LGTBI en dicho hotel. «Qué espectáculo, todo el mundo quería ir a su primera boda gay, lo pasamos en grande, la tarjeta de boda simulaba la entrada a un festival porque nos encantan, y el hotel nos regaló hasta los muñecos de la tarta», evocan con fervor.

Mientras Pau tuvo más suerte, el padre y los hermanos de Isaac no asistieron a la boda. «Ahora los jóvenes no tienen esa necesidad, nacen con más posibilidades, les vemos y nos sentimos orgullosos de que no tengan miedo a expresarse como son. Pero antes, casarse era una reivindicación, era pura visibilidad y quisimos aprovechar el momento cuando la ley lo permitió», apunta Isaac, mientras su marido confiesa una espinita: el rechazo a su matrimonio por parte de la Iglesia. «En fin, lo ha aprobado todo el mundo menos los obispos; a mí que me habría gustado darle una satisfacción a mi madre, aunque tarde o temprano ese momento llegará» puntualiza en tono hilarante.

A la pregunta de los hijos, ambos responden que lo pensaron en su momento, pero el instinto paternal fue diluyéndose a medida que avanzaron los años. «El trabajo en la noche, este ritmo de vida frenético, no nos lo permite; además, nuestros amigos tienen hijos y estamos encantados con ser los tíos guays», terminan.

María Juan (de 50 años) y su mujer, Terela Benavent (de 47) se casaron en el 2007, tan solo dos años después de que el matrimonio entre personas del mismo sexo se tornara legal en España. Se conocieron a través de una sección del periódico en el año 1998 titulada Chica busca chica. Terela, de València, se dejó convencer por María, funcionaria y de Castelló, para mudarse a esta ciudad.

Tras nueve años de noviazgo y dos negativas por parte de María ante la pedida de mano --recuerda que le plantó dos noes porque no existía la ley en entonces y lo veía absurdo--, decidieron casarse en el 2007 con un sí definitivo.

Los inicios fueron complicados; únicamente una parte de la familia era conocedora de la relación y la otra no. «No lo íbamos gritando a los cuatro vientos, y ver a dos chicas salir juntas no era raro, pero cuando nos casamos se enteraron todos los vecinos y ya fue imposible».

La pareja necesitaba dar ese paso legal antes de comenzar a tener hijos, uno de sus sueños. No solo para reducir trampas legales y burocracias. También, como asegura María, era una simple cuestión de derechos. «Una vez contraídas las nupcias --en un macroconvite que llenó aquel local tan distinguido de Castelló, El Cisne, hasta la bandera--, decidimos inseminarnos y traer a alguien al mundo; y así llegó nuestro ángel, Alexandra». La pequeña cumplió ya los siete y llama mamá a María y a Terela.

La sociedad castellonense las acepta sin mucho problema, y su vida cotidiana discurre con placidez. «Aquí son bastante progresistas y abiertos, aunque como en todas las áreas, hay que seguir remando porque siempre hay alguien que nunca acaba de normalizarlo».

Y pone como ejemplo cuando en el colegio «pican» a Alexandra preguntándole a qué mamá quieres más. «Nuestra hija ha crecido con ello, por lo que tiene argumento para todo. Ella no entra al trapo, dice que a las dos y que no tiene por qué elegir», cuenta con tono de admiración. Ambas se encargaron desde bien chiquitita de que conociera todo tipo de familias, y disfrutan porque «lo lleva muy bien». «Los niños visten de inocencia, no están manipulados por el entorno y tienen esa facilidad», manifiesta.

María recuerda el año en que se aprobó la ley como «algo maravilloso». «Tanto que decían que España estaba chapada a la antigua, fue el tercer país europeo en dar luz verde al matrimonio igualitario, y desde entonces todo ha ido mucho mejor», rememora con orgullo.

La pareja, residente en Castelló, forma parte del colectivo Castelló LGTBI, uno de los grupos activistas más importantes --junto a Queer fest, UJI Pride y el área LGTBI del Consell de Juventut-- que está actualmente integrado por cerca de 70 afiliados y más de 200 simpatizantes.