En una de las habituales reuniones de trabajo del alcalde y concejales miembros del Ayuntamiento de Castellón, se aprobó por mayoría el nombramiento de la monja María Teresa González Justo como titular de la calle que se acababa de formar en la parte norte del nuevo parqué del Geólogo José Royo Gómez, entre la calle del Ceramista Godofredo Buenos Aires y la avenida de Chatellerault, el mágico escenario que los castellonenses denominamos cordialmente como parque del lago. Debo añadir que yo mismo acudo muy a menudo al mismo, tal vez por sus características y por la proximidad de mi domicilio.

EL HOSPITAL. El que fuera denominado como Sanatorio, un día ya pasó a denominarse como Hospital La Magdalena. La institución cumplía a principios de este siglo sus cincuenta años de existencia en Castellón.

Y para celebrarlo, en aquella Cuadra del Collet, en la partida de Bovalar se palpaba la gran animación festiva que se avecinaba. Era director médico entonces el doctor don Alejandro Luis Suay Cantos; director económico, don Vicente Navarro de la Fuente; y directora de enfermería, doña María Ángeles Vicent Zaera. Este equipo directivo fue el que se dirigió a la Conselleria de Sanidad de la Generalidad Valenciana en su petición de ayuda para una serie de actos y, de modo especial, para editar un libro conmemorativo. La Conselleria aceptó el reto, después de la decisiva intervención del secretario autonómico para la Agencia Valenciana de la Salud, don Manuel Cervera Talet, que recomendó mi participación --somos vecinos en verano-- como responsable de la edición del libro. Me apoyé entonces en todo el equipo de Inculca, los de Castelló, Festa Plena, y conseguimos una obra en verdad interesante. Tal vez por subtitularla como Aproximación al hospital más humano fue Lorenzo Ramírez quien aportó el dibujo para la portada, que es este mismo que luce espléndido en la página.

LA MEMORIA. La decisión de mi médico de cabecera fue enviarme al hospital, donde se encuentra ubicada la Unidad de Memoria, donde fui atendido por el personal especialista, el responsable médico, don Javier Arnau. No solamente me examinó como final de la revisión, sino que, además, me permitió bajar y subir pisos y volver a recrearme para volver a sentir cerca de mí, como en aquellos días de preparación para escribir el libro, a quienes habían ejercido como médicos, así como el sacerdote don Joaquín Amorós Garcés, buen amigo, desde su época de profesor del Instituto Francisco Ribalta y, sobre todo, a la monjita sor María Teresa González Justo, un ser humano cuyo recuerdo aun se percibe en salas y habitaciones del que fue Sanatorio, muy necesario.

El que fuera en tiempos ya muy pasados jefe de los servicios médicos especialistas, don Jesús Caminos Gochi, nos dejó memoria escrita de la religiosa, a modo de una carta personal.

LA CARTA. «Mi querida María Teresa, hermana y compañera de trabajo. Sé que en estos momentos estás riéndote de mí, como lo has hecho toda tu vida; pensarás que esta se escribe con dirección al cielo, ya que todos los que te hemos conocido estamos seguros de que estás allí. No tiene otro objeto que contarte como ha sido tu entierro, ya que con la visión de Dios ni te habrás dado cuenta de ello. Al conocer tu muerte, han venido todos los enfermos que has cuidado, desde el pobre tuberculoso que se hizo fraile hasta el que en el Sanatorio, gracias a ti, adquirió una cultura que lo ha transformado en hombre importante. Cuando sacaban tus restos de la comunidad, se pegaban por coger el féretro; recordaban, y siempre te causará una sonrisa que no comprende ni de políticas, ni de ricos, ni de pobres, pero te juro, María Teresa, que a mi memoria venía la muerte de los grandes y como sus serviles se pegaban también… para llevar la caja. También te han cogido los enfermos que durante veinticinco años has cuidado. Allí estaba, como te he dicho antes, desde el enfermo fraile hasta el director médico, todos aquellos que habían recibido de ti una única cosa que tenías, es decir, tu alegría y tu amor».

Enterrada en la capilla del colegio de la Consolación de Castellón, está esta monja de vida sencilla y humilde. Lo cierto es que con el nombre de Francisca González Justo nació en Quintanar de la Orden, provincia de Toledo, el 11 de febrero de 1921, hija de los manchegos Martiniano Gonzales Chacón e Isabel Justo Torres. Tenía dos hermanas, Angelines y Juliana. En 1941 en la Congregación de las Hermanas de la Consolación, tomó el nombre de María Teresa de Jesús. Estaba convencida de que el haber nacido el día de la festividad de Nuestra Señora de Lourdes le marcaba su vida de entrega a Cristo y a los enfermos desvalidos.

Ingresó en el Noviciado que tienen las hermanas en Tortosa y su lema principal fue «consolar penas y enjugar lágrimas».

EN CASA. En 1942, sor María Teresa fue destinada al colegio de la Consolación de Burriana, donde comenzó su apostolado y de allí pasó a Vila-real, dos años después al Sanatorio, donde los enfermos de tuberculosis fueron el granero donde se volcó la monjita con su gran capacidad de sacrificio y de entrega. El 24 de septiembre de 1946 regresó a Quintanar. Y en noviembre de 1953 se incorporó al nuevo sanatorio de El Collet de Castellón. Por su entrega y dedicación, su habitación se conserva intacta en su memoria. Ahora la he vuelto a visitar. Y falleció el 12 de octubre de 1967, pero no se ha ido de todo. Su recuerdo será eterno...