Lorena Falomir siempre evoca que su padre, Vicente, maestro pastelero de la recordada pastelería El Buen Gusto (y donde era posible comprar almoixavanes, dulce árabe por excelencia), en la calle Gasset de la capital de la Plana, decía que «la pastelería es un barómetro que mide el nivel cultural del pueblo». Y es que ciudades que visten bien, empezando por París, siguiendo por Barcelona y otras de la piel de toro como Burgos, Santander, Logroño, San Sebastián, A Coruña... gozan de buenas pastelerías, de obradores de tradición familiar centenaria, y cuyas recetas se transmiten de abuelos a padres y nietos.

Y Castellón también las tuvo en un tiempo pasado. Nombres como el citado El Buen Gusto (único obrador que vendía la Mocadorà de Sant Donis); La Morellana (con los más grandes mojicones nunca vistos), en la calle Zaragoza; Postres la Magdalena (de delicias exquisitas), en la ronda Magdalena; La Pilarica (de señorío y abolengo), en la calle Ruiz Zorrilla; Gargallo, en calle Navarra; Gemma, en la plaza Clavé; El Chato, en la plaza de la Paz, junto al Principal...

Establecimientos que eran templo de la repostería y de los dulces más azucarados en una combinación de fantasía y artesanía popular. De viejo oficio de unos orígenes remotos.

Pastelerías que todavía permanecen en la memoria colectiva del pueblo. Así lo expresa la propia Lorena Falomir, quien confiesa que «son muchos los castellonenses que todavía se acuerdan» de la pastelería de su padre. «Estábamos en un sitio excepcional, en plena calle Gasset, por donde pasaban muchos vecinos...». Lorena aún agradece las muestras de cariño que dispensaban a su progenitor en vida.

Por los pueblos

Más aún cuando Vicente Falomir recorría los pueblos de la provincia para recoger recetas de tradiciones reposteras, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Era una de las señas de identidad que tenía El Buen Gusto.

Marta Masip, hija de la titular de La Pilarica, Pilar Borrull, rememora a su madre, alma máter que fue de un obrador, santo y seña en el devenir ciudadano castellonense, y que tuvo visitantes ilustres como el cardenal Vicente Enrique y Tarancón y el escritor Fernando Vizcaíno Casas.

Apenas hace tres años cerraba sus puertas Postres la Magdalena, otra de las grandes y artesanas pastelerías de la ciudad.

El que fue durante años su maestro pastelero, Antonio Yáñez, es contundente a la hora de explicar el porqué han desaparecido tantas pastelerías tradicionales en «la ciudad».

«Nadie quiere trabajar el oficio, sacrificado y complicado», explica Yáñez. Añade que «las administraciones públicas solo hacen que poner dificultades». «En ciudades como París, Palma de Mallorca o Barcelona son establecimientos que se protegen», se lamenta al respecto.