Castellón ‘is different’. Y si no, que alguien diga otra ciudad en la que haya una canción dedicada a unas rosquilletas. Hay que recordar, eso sí, que las rosquilletas de la Mustia, protagonista de esta historia, no son unas rosquilletas más, prácticamente estamos hablando de “las rosquilletas”. Las últimas generaciones, alimentadas al abrigo de Bollycaos, Phoskitos y productos similares, no han tenido la oportunidad de degustar este mítico y autóctono manjar elaborado en la ya cerrada hornería Castillo, situada en la céntrica calle Mayor. Sin embargo, quienes han vivido en la capital de la Plana hasta que comenzó la década de los 90 sí habrán degustado esta exquisitez tras desesperarse con la parsimoniosa forma de contar rosquilletas de Margarita ‘La Mustia’.

Para hablar de la historia de esta panadería conocida por sus barritas de pan crujientes muy típicas aquí y muy desconocidas fuera hay que rescatar la figura de sus fundadores, Manuel Castilo y Estefanía Mormeneo (foto inferior). La pareja se conoció a principios del siglo XX tras llegar el primero de algún pueblo de la Serra d’Espadà, probablemente Montán, mientras su mujer procedía de Cantavieja. Siendo ya matrimonio, Manuel y Estefanía tradujeron su amor en la friolera de ocho hijos: Teresita, Manolo, Carmen, Carlos, Pilar, Blanca, Julio y Margarita. Fueron casándose uno tras otro, excepto Manolo y Margarita, a la que el grupo The Soca ha dedicado una canción.

Al margen de formar una familia más que numerosa, la pareja, aprovechando el oficio de panadero de Manuel, alquiló en la calle Mayor con esquina en la calle de Sanchis Albella un “forn que feia cantonet”, como cantan The Soca en el tema La Mustia de su segundo disco MalOraje. En esta canción, recuerdan también “els llavis rojos com la sang que no paraven de comptar”. El bajo y autor del tema, Manel Beltrán, explica por qué quisieron poner banda sonora a tan ilustre personaje: “Somos un grupo de rock and roll, pero como dice el nombre del grupo, The Soca, somos muy castelloneros. La Mustia es un gran personaje de la ciudad y después de investigar un poco, incluimos en la canción los datos que pude verificar como sus labios y uñas pintadas de un rojo reluciente, desechando otros más dudosos como que se chupaba los dedos antes de contar las rosquilletas”. Preguntando a Beltrán si pudo degustar este exquisito producto asegura lo siguiente: “Mis padres dicen que sí, que incluso me llevaron a la panadería, pero era muy pequeño y no lo recuerdo”.

A continuación podemos escuchar la pegadiza canción:

Aseguraba Salvador Bellés en un artículo publicado en este periódico que Margarita La Mustia “era alguien como un pedazo de pan, es decir, con bondad y sin malicia”, muy conocida en la ciudad “por la forma y estilo de contar y envolver el rico manjar”. El establecimiento estaba situado además en pleno centro neurálgico de la localidad, por lo que raro era quien no aprovechara en algún momento para comprar las deliciosas rosquilletas del horno Castillo.

En la década de los 70, cuenta Bellés en el citado artículo, “Margarita ya estaba atendiendo el mostrador y adquiriendo prestigio con sus rosquilletas. Son muchos todavía quienes la recuerdan con su delantal blanco, con sus labios y sus uñas de un rojo subido y su cara aparentando ‘poca espenta’, pero con mucha inteligencia. Y fue haciéndose muy popular. Y con ella, fue apareciendo la leyenda. Cuando más gentes había a la espera, más despacio contaba Margarita las rosquilletas”.

Cuenta también la leyenda que Margarita siempre atendía a cualquier indigente que pedía limosna, parando cualquier cosa que estuviera haciendo en ese momento, por muy largas que fueran las colas formadas a la puerta, para acercarse al pobre y obsequiarle con un puñado de rosquilletas, rotas tal vez por el trajín del horno. Lo que queda claro es que si hay una figura a la que vincular un producto tan castellonero como las rosquilletas, ese es el de La Mustia, que cuando bajó la persiana de la panadería a finales de los 80, concluyó parte de la historia que se llevaría posteriormente a la tumba, y comenzó el mito. Un mito que asegura que si te pones frente al espejo y gritas "Mustia, Mustia, Mustia", puedes llegar a percibir su olor y oír la voz de una mujer contando para sí: una, dos, tres, cuatro…