Dice la Real Academia de la Lengua (RAE) que un bar es un local en el que despachan bebidas que suelen tomarse de pie, ante el mostrador. Pero en la mayoría de los pueblos de Castellón de menos de 300 habitantes, el bar es mucho más que un lugar en el que pedirse un café con leche o una cerveza a mitad de la mañana. Es un punto de encuentro en el que a diario se reúnen los vecinos, se ponen al día, juegan unas partidas de cartas o aprovechan para leer el periódico. El bar para un pueblo es una red social, una especie de Facebook en el que la clientela (ahora en invierno es casi siempre la misma) opina sobre lo bien que estuvo el Madrid en la final de la Supercopa o comenta las últimas noticias de la ruptura de María Teresa Campos y Bigote Arrocet. ¡Benditos garitos!

Los bares dan vida a los pueblos, pero quienes están detrás del mostrador aseguran que su vida es la de una resistencia casi numantina. Porque en los municipios del interior que se han quedado sin escuela, sin tiendas, sin consultorios médicos y sin oficinas bancarias, mantener estos locales de ocio no resulta nada sencillo. Los cafés y cervezas que suelen pedir los parroquianos, la mayoría de ellos pensionistas, no dan mucho margen económico, pero la caja del fin de semana y, sobre todo, la de los meses de verano, dan para ir tirando. «No nos podemos quejar. Hacemos lo que nos gusta y, encima, vivimos en un pueblo maravilloso. Claro que nos gustaría que el negocio fuera mayor, pero nos conformamos con lo que tenemos». Quienes así hablan son Begoña Cotolí y Alba Colladors. Madre e hija, desde hace apenas cuatro meses, regentan el Mesón la Torre, uno de los dos locales de ocio abiertos que quedan en Ayódar. El otro abre solo los fines de semana.

A media mañana en el bar de Begoña y Alba hay una docena larga de clientes. Allí desayunan los miembros de la brigada municipal, el personal del Ayuntamiento, varios jubilados del pueblo y una pareja de la Guardia Civil que, con una oficina móvil, se han desplazado hasta esta localidad de tan solo 159 habitantes para que los lugareños puedan tramitar su permiso de armas. «Somos como una familia. Entre semana tenemos una clientela fija y nada más verles entrar ya sé lo que van a pedir», explica a este diario Alba, de 25 años.

Afortunadamente, el negocio se anima los sábados y los domingos y, por supuesto, en periodos vacacionales. «Hacemos un menú y todos los platos son caseros. Pero el problema es que tenemos grandes dificultades para encontrar personal. Incluso cediendo una vivienda es difícil encontrar trabajadores que quieran venirse al pueblo», describe Begoña, que antes de convertirse en la gerente del Mesón la Torre estuvo trabajando en Canadà, México, Estados Unidos y Holanda. «Yo soy del Grau de Castelló, pero mi hermano y mi cuñada viven aquí. Siempre me había gustado la posibilidad de vivir en un pueblo, nos surgió esto y no nos lo pensamos. El bar da vida al pueblo». Y sus clientes le dan cien por cien la razón. «Si no hubiera bar casi no nos miraríamos», aseguran.

Un servicio público

Los bares aportan en España algo más del 3% del PIB y, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en Castellón hay 3.789 locales dedicados a servir bebidas y comidas. El problema es que mientras que la cifra de establecimientos no para de crecer en la costa, en el interior va de capa caída. Un dato. Al menos una docena de municipios de la provincia ya no tiene bar y en otros tantos el único local que existe funciona en régimen de concesión municipal. Es decir, si no fuera porque el Ayuntamiento da facilidades, tampoco quedaría nada.

Vallat, con 40 vecinos empadronados, es una de las localidades del interior que por no tener no tiene ni bar. Y eso que el pueblo está muy bien conservado. El local, situado en el mismo edificio en el que está el ayuntamiento, es propiedad municipal y los antiguos gestores lo cerraron el pasado octubre. Y aunque la voluntad del consistorio es volver a adjudicarlo cuanto antes, la burocracia está provocando que los plazos se alarguen más de lo previsto. «Esperamos abrirlo lo antes posible. Hay emprendedores interesados y, además, resulta necesario. El bar es un punto de reunión y, para un pueblo como el nuestro en que durante el invierno no viven más de 10 personas, es casi un servicio público», asegura el alcalde, Óscar Edo.

En la Serra d’en Galceran, si alguien quiere almorzar solo tiene dos opciones. O hacerlo en su casa o coger el coche e irse a Rosildos, una de las pedanías de la localidad. Los dueños del antiguo local Salvador, el único que existía en el casco urbano de la Serra, se jubilaron a principios del 2019 y, aunque con la ayuda del Ayuntamiento lograron traspasarlo, ahora vuelve a estar cerrado. «Ojalá vuelvan a abrirlo, ya que hace falta», reconoce un vecino, que asegura que solo les queda el hogar del jubilado, donde sirven cafés, pero no almuerzos.

Donde tienen más suerte es en Fanzara. En esta localidad de 267 habitantes hay dos locales abiertos, Los Ojales y el Bar d’Abajo, este último regentado por la familia formada por Ramona Estalrich (en el pueblo todos la conoce como Moni) y sus hijos José Ramón y Esperanza. «Vivimos del turismo. El MIAU ha dado un impulso muy grande al pueblo y gracias a él todos los fines de semana llenamos», describe.

El bar d’Abajo, sede de la Penya Barça, sobrevive gracias a los visitantes, pero hay vecinos que no fallan. Es el caso de Elisa, Paco, Araceli, Tere y Elisín, que no perdonan el café de media mañana. «Venimos a diario y aquí solucionamos el mundo», bromean.

Cafés y barras de pan

En Argelita también quedan dos bares (en verano y hay otro sitiado junto a la zona de baño del río) y uno es cafetería-panadería. Los propietarios son Ester Mallén y Aitor Balfagón que, además, es el alcalde del pueblo. «Cuando abrimos el negocio ya nos dimos cuenta que solo con la venta de pan no daría, así que optamos por dar servicio de cafetería», señala Ester, quien apunta que los dos bares del municipio son el punto de reunión de los pocos vecinos que quedan.

También una mujer está al frente del único local dedicado a la hostelería que queda en Olocau, el Mesón del Rey. «El establecimiento es municipal. Lo sacaron a subasta y fui la única que me presenté. De eso hace ya casi cinco años, tengo tres trabajadoras y hay muchos días en que damos de comer a 200 personas, casi todos turistas del Imserso», resume Alicia Carceller.

Jorge Blázquez y su madre Susi están al frente de El Hogar, el único de Villamalur, también de propiedad municipal. «Lo llevamos desde el 2013 y hacemos lo que podemos para sobrevivir. Este pueblo en invierno tiene 25 habitantes, la mayoría pensionistas», cuentan. Y como en todos los pueblos, ese bar da vida.