La calles de Borriol se transforman esta noche en Nueva Jerusalén e impulsarán que la población de la localidad se multiplique por cinco, con la presencia de más de 25.000 espectadores, en esta cita de Interés Turístico Provincial.

El elemento humano es el que da vida a toda una organización. Sin público, sin gente que trabaje en el drama sacro, el resultado sería vacío. Pero, justamente en esta obra vivencial, los vecinos se vuelcan desinteresadamente en su desarrollo. No solo hay actores, sino miembros de la asociación que trabajan en la sombra, en la penumbra o a la luz del día para dar vida a una compleja maquinaria de unas 200 personas en la que no faltan carpinteros, pintores, montadores o ayudantes.

Otros, en cambio, movidos por la devoción o el simple interés, venidos de fuera, discurren por los caminos de la Pasión y llevan, en muchos casos, la impresión en sus caras ante el paso de la comitiva. Mujeres que lloran, visiblemente emocionadas, hombres que sienten el misterio. Y gente, mucha gente, que como una alfombra humana se aglutina en la cumbre del Calvario.

SENTIMIENTOS / Rafa Lloret Porcar, quien asume el papel de Jesús desde el 2007, lo sabe muy bien. Desde el suplicio de la cruz o en el tortuoso camino, con los ojos vidriados por la emoción, atisba la muchedumbre desde las alturas y contempla con dolor, pero con satisfacción, aquella cadena humana, que alguna vez, como ocurrió en 2012, resistía la inclemencia del tiempo, la lluvia, sin moverse del lugar. Su paso por las calles --la calle de la Amargura-- es contemplado por un gentío impresionante en el que los ojos de Jesús, alguna vez, se han cruzado con los de su madre, María, la histórica y la suya personal.

Si el camino y los escenarios están repletos de gente, a pesar de la simultaneidad de actos, el montículo del Calvario reúne a una masa informe que asiste, en el más hondo silencio, a los últimos momentos del drama; silencio roto por el grito del Eli, Eli lamma sabactani, cuyo eco repiten las montañas. Allí termina el drama. La gente se dispersa en la oscuridad, tenuemente alumbrada por antorchas, con el recuerdo de una cita difícil de olvidar.