La vida en el campo tiene poco que ver con la de hace unas décadas. Quienes se quedan en el pueblo y deciden dedicarse al cultivo de la tierra o ponerse al frente de una granja poseen las mismas comodidades que los urbanitas y la incorporación de maquinaria y los riegos por goteo automatizados permiten al productor trabajar con mucha más comodidad. Incluso irse de puente y cogerse vacaciones en verano. Pero la falta de rentabilidad de los cultivos y la complejidad de las ayudas a la incorporación de jóvenes están provocando que quienes se dedican al sector sean cada vez menos. En Castellón apenas quedan 16.000 profesionales que trabajan en la agricultura y la ganadería, 4.000 menos que hace un lustro. Y lo peor es que la sangría, lejos de frenarse se acelera.

Las cifras que maneja el Ministerio de Trabajo son incontestables y muestran a las claras la profundidad de la crisis que atraviesa el sector. Durante el 2014, la agricultura y la ganadería empleó en la provincia a 19.969 personas. A finales del 2019 quedaban 15.998. Una debacle que, además, se ha acelerado en el último año. En el 2019, el sector perdió otros 2.550 ocupados, de los que 2.352 eran asalariados y 198 autónomos. Y mientras actividades como la sanidad, la construcción o el transporte ganan peso año tras año en el mercado laboral, a la agricultura le sucede justo lo contrario. ¿La consecuencia? Hoy en Castellón, los afiliados que trabajan en la agricultura solo representan el 7,77%, mientras que en el 2012 rozaban el 10%.

Aunque la sangría afecta tanto a los profesionales por cuenta propia como a los asalariados, las organizaciones agrarias alertan, sobre todo, de la pérdida de autónomos. Un descenso que, además, va en tándem con la despoblación del interior. Y parece lógico. A menos jóvenes en los pueblos, menos posibilidad de que haya relevo generacional en la agricultura y la ganadería. Y a menos actividad agropecuaria, menos empleo con el que fijar y atraer población. Es una deriva en la que el campo lleva atrapado décadas y los datos que ha dejado el 2019 demuestran que la caída suma y sigue. Ya solo quedan 3.124 autónomos (cotizan en el sistema especial para trabajadores por cuenta propia agrarios y obtienen, al menos, el 50% de su renta total por su actividad en el campo o en la granja), mientras que hace 12 años eran 6.000.

LA CLAVE, LA NULA RENTABILIDAD //

Carlos Peris, secretario general de la Unió de Llauradors i Ramaders, asegura que si el sector pierde peso año tras año es por su baja rentabilidad. Y lo demuestra con datos. Los rendimientos netos medios de los declarantes en esta actividad Castellón se sitúan tan solo en 9.955 euros, una cifra que están un 36,5% por debajo de la media de la base imponible declarada en los otros sectores. «Esa brecha económica que separa a agricultores y ganaderos de los otros trabajadores, afecta también al medio rural, dado que a medida que disminuye el tamaño de la población decrecen también de forma progresiva tanto los rendimientos del trabajo como los rendimientos de las actividades económicas», apunta.

La situación en el campo es todo menos boyante, y desde Fepac-Asaja se apunta directamente a la falta de ayudas por parte de la Administración. «El desinterés es total y no se están cumpliendo los acuerdos de las instituciones para mejorar la situación de la agricultura provincial», critica su presidente, José Vicente Guinot, que cita el ejemplo de la citricultura. «Se nos prometieron ocho millones de euros para compensar las pérdidas de la campaña del año pasado, pero nunca han llegado y ya no los esperamos», lamenta.

EL CONSELL AYUDA POCO // La Administración autonómica ha mirado hacia otro lado y todo apunta a este 2020 no habrá novedades. «Los presupuestos son decepcionantes. Mientras que en 2002, las cuentas dedicadas a la agricultura representaban el 4,62% del total del presupuesto de la Generalitat, este año solo suponen el 1,25%», critica Joan Manuel Mesado, secretario técnico de la Unió, que lamenta que en 19 años «la importancia del sector para el Consell ha bajado un 73%».

La mayoría de los cultivos no son rentables (esta campaña, por ejemplo, el precio del aceite de oliva ha sido de ruina), las ayudas de la PAC llegan en cuentagotas, la Administración da la callada por repuesta... y las consecuencias son conocidas: un campo al que hace tiempo le salieron arrugas y donde los menores de 35 años escasean. «La Conselleria tiene un programa de ayudas a la incorporación de jóvenes pero es tan complejo y va con tanto retraso que muchos emprendedores ni lo intentan», coinciden las organizaciones agrarias, que insisten en que faltan ideas y energía que revitalicen el sector.