No la pintó Miguel Ángel. Tampoco está en Roma, a pocos metros de la basílica de San Pedro, y la cantidad de público que la visita cada año dista mucho de los 12 millones de personas que pisan los Museos Vaticanos. Pero desde su restauración, hace tan solo cinco meses, a la ermita de la Mare de Déu de l´Avellà de Catí, se le atribuye el epíteto de la Capilla Sixtina del Maestrat. No se trata de comparar la obra del pintor de Sant Mateu, Pascual Mespletera, con la del inmortal artista italiano, pero quienes ya han recorrido los 32 metros de largo y 6,80 metros de ancho que mide la ermita aseguran que resulta imposible sustraerse al impacto visual que causa el conjunto de frescos de l’Avellà. Y lo mejor es que esta maravilla del barroco valenciano está en Castellón. En el interior. En el Maestrat.

Apenas 25 años después de que Miguel Ángel concluyera la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina romana, en Catí ocurría un milagro. En 1540 una mujer ciega y leprosa (la velleta) que pasaba cerca de la fuente escuchó la voz de la Virgen invitándola a lavarse en las aguas, produciéndose el milagro de que recuperara la vista y la salud. Aquella noticia corrió como la pólvora y poco después los lugareños acordaron edificar una pequeña capilla donde colocaron la imagen de la Virgen de l’Avellà que se encontró en el mismo paraje. Cinco años después, en 1545, hubo una gran sequía en Catí y se acordó hacer una procesión hasta la capilla. Acudió todo el pueblo y, al volver de la procesión, el cielo empezó a nublarse y poco después llovió. Otro milagro, que desembocó en la construcción de la ermita.

Aquella primitiva iglesia dio lugar a una edificación mucho más grande, unas obras que dieron comienzo a principios del siglo XVIII y cuyo resultado fue una nave de bóveda de cañón de tres tramos con un pequeño crucero coronado de bóveda de media naranja al exterior. En medio está el camarín, coronado por una pequeña cúpula sobre el templete donde se encuentra la Virgen. En 1735 el Consejo Municipal encargó al pintor Pascual Mespletera los frescos de la bóveda, unas pinturas que costaron 600 libras y que el artista de Sant Mateu tardó 15 años en ejecutar.

NI UN SOLO CENTÍMETRO SIN PINTAR

Mespletera, uno de los nombres propios del barroco valenciano y autor también de la capilla de la Comunión de la iglesia la Asunción de Catí así como de uno de los tramos de la capilla de la Mare de Déu de la Cinta, en la catedral de Tortosa, se inspiró en las pinturas que el cordobés Antonio Palomino realizó en la iglesia de los Santos Juanes de Valencia. Pero a diferencia de lo que hizo Pañomino en el cap i casal, Mespletera no dejó ni un centímetro de muros, bóveda, pilares o cornisas sin pintar.

La bóveda de la nave está dedicada a la Santísima Trinidad, Jesucristo, la Virgen, San Miguel, el infierno, la imagen del Avellà, los cuatro evangelistas (San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan), los 12 apóstoles, los siete gozos de la Virgen (la Anunciación, el Nacimiento de Jesús, la Adoración de los reyes Magos, la Resurrección, la Ascensión, la Venida del Espíritu Santo y la Coronación de la Virgen), Santo Domingo de Guzmán y la bóveda celeste. En los muros laterales se simulan seis altares donde hay representaciones de diversas escenas bíblicas y santos, mientras que en el coro hay pintados los misterios del rosario, los ermitaños San Antonio y San Pablo y el juicio de Dios sobre los condenados al infierno.

Los frescos de Mespleterra (las pinturas del trasaltar y el camarín fueron encargadas al pintor catienense Francesc Blasco) han vuelto a salir a la luz en todo su esplendor gracias a una profundo lavado de cara realizado gracias a un convenio entre el Servicio de Restauración de la Diputación de Castellón y la Universidad Politécnica de Valencia. «Los paneles murales se encontraban en un avanzado estado de deterioro a causa de la continua presencia de humedad, con un alto porcentaje de pérdida pictórica e inminente peligro de desprendimiento», explican desde el Servicio de Restauración, cuyos técnicos tuvieron claro desde el minuto uno la necesidad de recuperar la belleza y colorido de los frescos.

Lo primero que se hizo fue fotografiar y documentar el estado de las pinturas para poder hacer una comparación con el resultado final, así como probar diferentes técnicas para valorar cuál es el proceso más adecuado para la pintura. «También se limpiaron las pinturas y se les dio una capa de protección para, a continuación, empezar a consolidar y fijar la capa pictórica», resumen desde la Diputación Provincial.

UN PROCESO COMPLEJO

Pero restaurar una obra de arte no es una tarea fácil. Los profesionales se enfrentan al reto de devolver las pinturas a lo más parecido a su estado original. Ni más ni menos. En Catí se empleó la técnica del rigattino, que consiste en realizar un entramado de líneas para diferenciar la pintura original de las zonas intervenidas, utilizando métodos reversibles. «La pérdida de información de ha resuelto en función de la zona afectada. En el caso de las representaciones arquitectónicas se han reproducido mediante el calcado de otras zonas buen conservadas. Para la resolución de las escenas se han empleado fuentes como fotografías antiguas o referencias bibliográficas de la iconografía» explican desde el Servicio provincial de Restauración.

Quienes acuden en peregrinación a la ermita ahora van a seguir haciéndolo pero bajo más lustre. «Todo suma y tras la restauración, la ermita de l’Avellà se convertirá en un reclamo turístico de primer nivel, como también lo es la Lonja, convertida en un Centro de Interpretación, y la Iglesia de la Asunción», explica Pablo Roig, alcalde de Catí, que recuerda que la ermita está abierta todos los días. Porque ir a la iglesia de l’Avellà es ir a conocer un paraje situado a tan solo cinco kilómetros de Catí y en el que se encuentra el conocido balneario y una fonda. Y todo gracias al agua. Oro potable.