Cuando en Castellón se tenía ocasión de jugar el partido con la historia, alguien --yo al menos-- descubrió que en la librería religiosa de los Roses guardan un archivo de un valor histórico incalculable. Se trata de un objeto-reliquia, clásico, como el de otras oficinas de otro tiempo y allí se conservan todas las singulares estampas --estampitas-- de la Primera Comunión de más de cien seres humanos castellonenses, infantiles y juveniles, pero que han tenido su notoriedad en tiempo posterior. Y allí están desde los que han sido notarios hasta comerciantes de varios niveles, profesionales destacados, los Armengot que fueron mis jefes, hombres que ejercieron como alcaldes de Castellón o de Vila-real, sacerdotes ilustres, muchachas que acabaron siendo profesoras de mecanografía y taquigrafía, las primeras damas que tuvieron acceso al Casino Antiguo o fueron presidentas de asociaciones festivas o religiosas, profesionales médicos y abogados de todo el siglo XX, en fin, todos aquellos que han ido contándonos la historia de las vidas de los que ahora estamos aquí, en torno a las páginas de los periódicos.

Todo viene a colación porque alguien me informa de que la tienda de los Roses cierra sus puertas por jubilación de los propietarios que siguen en activo. Mi profesión de librero durante treinta y cinco años, mi afición de contar historias de seres humanos de ahora y de antes, me impulsaron a visitar hace unos días como un acto de cariño a la casa y a sus propietarios.

Pero, después de husmear por allí casi media mañana, en la que me informé de su permanente y gran relación con sacerdotes y responsables de centros religiosos de toda la provincia, también tuve que respirar, aspirar, aromas de cera, tuve que convencerme de que me encontraba también en torno al ambiente de una cerería clásica. Una cerería con historia, nombre aplicado en sentido amplio a distintas sustancias de origen vegetal, animal o mineral, que contienen fundamentalmente ésteres, es decir, lo que se conocen en el argot como aceites secantes. Y había cirios de varios tamaños en todas partes.

PASO A PASO. A finales del siglo XIX, el llamado Eduardo Roses Pastor, junto con sus herederos, trasladó su fábrica de ceras desde su Albaida natal, a Vila-real. Albaida, como es sabido, es una antiquísima población singular de la provincia de Valencia, con muchas historias.

Como Eduardo se había ennoviado con Lutgarda, esta se trasladó también a Vila-real y allí se casaron y se pusieron a vivir, Eduardo Roses y Lutgarda Soler Lloret. Con el tiempo, fueron naciendo en Vila-real los hijos, Eduardo, Teresa y Vicente Roses Soler, que poco a poco fueron incorporándose a la fábrica de cera.

El fundador, Eduardo Roses, falleció en el año 1918 y Lutgarda siguió adelante con la fábrica y la compañía de sus tres hijos. El mayor, Eduardo, en compañía de un representante comercial de la fábrica, se convirtió en viajante. De sus manos conocieron los productos de la fábrica de cera en todos los pueblos de la provincia de Castellón y también algunos de las de Valencia y de Teruel.

En 1940, la familia Roses se trasladó a Castellón y abrieron su establecimiento con el nombre de Librería Católica, donde lucieron los productos de la cera, pero también incluyeron artículos de tipo religioso y especialmente imágenes y libros. En el que ahora es edificio principal de la Caja de Ahorros, abrieron la tienda, aunque no tardaron en trasladarse a la misma calle Colón, en el número 17, donde ahora acabará la historia vital de sus actividades, aunque en Vila-real quedó la fábrica de velas, de cirios de cera. Allí, una de las tres Roses, Teresa, contrajo matrimonio con Ricardo Vidal Richart, y fijaron su nueva residencia en Tortosa. Por su parte, Eduardo Roses, su hermano, se casó con Carmen Fortuño Traver. Ambos enlaces matrimoniales tuvieron lugar en Vila-real y en su iglesia Arciprestal, cuyo titular era nada menos que monseñor don Vicente Enrique Tarancón, entonces en su función de cura arcipreste.

EDUARDO. Así, pues, los nuevos estados matrimoniales de los Roses, provocaron que al frente tanto de la fábrica de Vila-real como de la tienda de Castellón, tuvieran como encargados responsables a los hermanos Eduardo y Vicente.

Hay también que reseñar que el matrimonio entre Eduardo y Carmen, fueron padres de tres hijos, Mari Carmen, Eduardo y Joaquín, que son los conductores actuales hasta el final de la legendaria Casa Roses de la calle Colón. En otro orden, Eduardo se casó en Castellón con Marilina Arrufat Martínez. Y tienen tres hijos, Marilina, Eduardo y Beatriz. Y entre los tres, han provocado el nacimiento de siete nuevos Roses.

Por su parte, Joaquín, también contrajo matrimonio en Castellón con Blanca Cueva Conesa y tienen igualmente dos hijos, otro Joaquín y Paula. Así, pues, la vida ha ido pasando dejando la estela de los Roses, pero la vida sigue. Hoy vuelve a ser sábado.