Vivir de la naranja, uno de los motores tradicionales en la economía de la provincia, es cada vez más difícil para los agricultores de Castellón. El sector está todavía asumiendo el golpe de la recién finiquitada campaña citrícola 2018-19, la peor de la historia reciente según el último informe de la Unió de Llauradors. Por este motivo, Mediterráneo ha querido conocer la opinión de los agricultores sobre el convulso porvenir de este sector.

El futuro no es halagüeño en la mayoría de los casos. El nulense Sergi Arnau afirma que sus cultivos dan «lo justo para pasar el año», una circunstancia que imposibilita, por una parte, «ahorrar», y por otra «invertir» en mejoras. Arnau lamenta la caída de los precios en «un mercado desajustado» por la introducción de piezas foráneas. «En mi opinión los almacenes se aprovechan para tener más margen», apunta. Arnau, agricultor por tradición familiar, teme no tener más remedio que abandonar: «Así es insostenible». También pertenece a una estirpe de llauradors Francisco Aguilar, de la Vall d’Uixó, que acusa igualmente el desplome de los precios e indica posibles soluciones: «Diversificar e introducir cultivos, como se está intentando en la Vall con el aguacate». Adolf Marco, de les Alqueries, compagina el campo con un trabajo en la cerámica. «Mucha gente está abandonando porque los costes son altos y las perspectivas no son buenas. Sabe mal, pero hay poca ilusión», cuenta. Por último, Constantí Ortells, de Vila-real, abre una vía para la esperanza, la agricultura ecológica: «Está creciendo mucho. En la comercial he perdido 90 euros por fanega y en la ecológica he ganado el doble».