• Debería ser uno de los momentos más especiales de mi vida y, sin embargo, va camino de convertirse en... No, no diré pesadilla. Es más bien una tristeza que lo invade todo: los preparativos de su llegada, la ropita, el acopio de pañales, la decoración de la habitación del peque... Todo lo que, hasta hace apenas 10 días, eran ilusiones, son hoy incertidumbres que me empañan los ojos a cada rato.

• El primer golpe que avisaba de lo que venía llegó el día después de la visita a los paritorios del Hospital de la Plana, materialización del espectacular trabajo que están haciendo en el departamento de salud de la Plana para la "humanización" de los nacimientos, que también el coronovarius amenaza con llevarse por delante. El jueves 12 de marzo nos llega mensaje al Telegram de las matronas: las clases de educación maternal quedan suspendidas. ¿Y, ahora, cómo aprendo yo qué tengo que hacer cuando llegue el momento del expulsivo, si justamente me faltaban las clases más importantes? Echaremos mano de YouTube o de la innata sabiduría del cuerpo humano, qué remedio.

• Al día siiguiente, el presidente del Gobierno nos avisa de que decretará el estado de alarma. Y debo ser de las pocas que agradezco que lo decretara en diferido, porque todavía no tengo preparadas las cosas del bebé. Mientras el resto de la humanidad saquea las bandejas de pollo y el papel higiénico del supermercado, yo corro a la tienda de bebés a arramblar con todo lo que pueda hacerme falta para los primeros días. Qué digo días, semanas. Ni lista de nacimiento, ni regalos, ni visitas, ni nada.. Un dineral a tocateja para estar prevenidos para lo que todos nos temíamos: esto no va para 15 días.

• A los dos días, ecografía de semana 37 en monitores. Yo, acojonada, ante un equipo médico parapetado en mascarillas, y mi marido en la sala de espera. "No, lo siento; hoy no puede entrar". Afortunadamente, el bebé está bien y los pocos estudios, inicipientes, del covid-19 indican que no hay peligro para el feto en caso de contagio. En cualquier caso, mejor no contagiarse. Seguimos siendo colectivo vulnerable. Vulnerable, diu, i què sabran ells.

• Las rutinas, como las de todo el mundo, estallan en pedazos. Ni paseos, ni ejercicios de Kegel, ni gimnasio... Los tobillos y las piernas se hinchan más cada día y el sedentarismo va pasando factura a la báscula y al estado físico. Poco a poco, vamos saliendo del shock y buscando alternativas: clases de suelo pélvico por internet, rutinas para embarazadas, bici estática, consultas online... Incluso las maravillosos chicas del gimnasio empiezan a mandar vídeos y articular clases en línea para que no perdamos la forma ni la cordura. El grupo de matronas, a las que nunca agradeceremos bastante su interés y ternura con todas nosotras, suplen las actividades en la medida que pueden con audios de relajación que me regalan cada día unos minutos de paz y conexión con mi bebé, al margen de todo el ruido de muertes, contagios y catástrofe. Se agradece, y mucho.

• A finales de semana, la cosa empeora. Empiezan a anular las visitas que no son vitales. Y la mía con Laura, la matrona, parece que no lo es. Por un momento, estallo en lágrimas: es probable que mi marido ni siquiera pueda estar conmigo en el parto. Confieso que es una de mis principales pesadillas. Pero no, falsa alarma. Poco después, Laura me tranquiliza: hay restricciones, pero por el momento podrán cogerme de la mano. Un alivio en tiempos de pandemia.

• Estoy de 38 semanas, a apenas dos del día D. Un día que, a cualquier embarazada, sobretodo si somos primerizas, nos asusta. Imagina si a las preocupaciones del parto se suma la incertidumbre de qué vas a encontrarte cuando llegue el momento. ¿Estará el hospital, como dicen, saturado? ¿Podrán atenderme con los estándares de calidad y "humanidad" que han venido consolidando hasta ahora? Confío que sí, porque confío en la profesionalidad de nuestros sanitarios. Por el momento, además, no puedo tener queja: siempre que lo he requerido, he sido atendida y bien atendida. Pero la incertidumbre no deja de acechar.

• Y sé que lo peor está por venir. Cuando nazca mi bebé, nuestro bebé, ni siquiera sus abuelos van a poder conocerle. Y eso me encoge el alma cada día.