Una máquina del tiempo. Sí. ¡Ojalá Andrés tuviera una! Con ella viajaría hasta aquel día, al instante anterior en el que se le ocurrió meter una maldita moneda de euro en aquella máquina tragaperras. Aquel gesto empezó a cambiarlo todo. Absolutamente todo. Después del euro, empezó a jugar más fuerte. Ganaba algo de dinero y volvía a jugar. Y de las tragaperras a las máquinas electrónicas. De los bares a los salones de juego. Porque Andrés, que accede a compartir su historia a cambio de no revelar su verdadero nombre, es ludópata y lleva cinco meses de tratamiento en la asociación Patim de Castellón. Tenía 18 años cuando empezó a jugar. Hoy tiene 22 y lleva cinco meses limpio. «Todo empezó con la tontería de meter un euro en una máquina. Y digo tontería porque jugaba con los amigos. Eso fue el principio. El principo del fin, cuando de verdad me dí cuenta de que tenía un problema, fue la tarde en que me gasté 2.000 euros en un salón de juegos», admite. Por aquel entonces pocos confiaban en él. Su familia, la que menos. A todos les había mentido y engañado alguna vez. En realidad, admite Andrés, el engaño era constante.

De jugar unas monedas y hacerlo con los colegas de toda la vida, pasó a echar 20 euros a las maquinitas. «De vez en cuando me tocaba un premio y eso me provocaba un subidón que me hacía jugar todavía más», recuerda. Poco a poco Andrés se fue sumergiendo en un mundo que le fue atrapando por completo. Con el sueldo mensual ya no tenía suficiente y empezó a robar a sus padres, a empeñar joyas.... hasta que se vió en la calle. Solo. Abandonado. «La vida me cambió totalmente. Era otro. Nadie confiaba en mí. Todo lo que giraba a mi alrededor era una gran mentira», reconoce. ¡Ojalá Andrés tuviera una máquina del tiempo!

Pero las máquinas del tiempo no existen. Existen, eso sí, las máquinas tragaperras, las casas de apuestas, los bingos, los casinos, los casinos on-line, las páginas webs de póker, de apuestas deportivas, de tragaperras... La oferta es casi infinita, hasta el punto de que nunca en la historia habían existido tantos estímulos y oportunidades de juego. Un dato. Desde que en 2012 se reguló en España el juego on line, el negocio y los jugadores no han dejado de crecer. El año pasado se jugaron en todo el país más de 8.500 millones de euros, un 30% más que en 2014, y casi la mitad se destinó a apuestas deportivas, que aumentaron un 43%, según la última memoria de la dirección general de Ordenación del Juego (DGOJ). El número de jugadores aumentó un 13%, con una media de medio millón de usuarios activos al mes, dos tercios de ellos en las apuestas deportivas.

UN PROBLEMA QUE VA A MÁS

A la par que aumentan los jugadores y la publicidad, crece la adicción a los juegos de azar y a las apuestas on line. Tanto que el número de personas atendidas en Castellón por su dependencia a los juegos de azar supera ya a las que demandan atención por sustancias tóxicas como es la cocaína. Son cifras de la asociación Patim, que revelan también que la adicción a las apuestas on line acaparan el 48% de los casos, en tanto que las tradicionales tragaperras se sitúan en el 52% restante. Y lo preocupante es que se trata de un problema que va a más y que atrapa cada vez a jugadores más jóvenes, incluso adolescentes de tan solo 15 ó 16 años.

Francisco López, presidente de Patim, lleva tiempo reclamando a la administración estatal que se incrementen las medidas de control para evitar que un menor pueda acceder de forma fácil a realizar una apuesta deportiva o una partida de póker en línea, especialmente desde el ordenador de su casa o su móvil. “En estos momentos no existen medidas preventivas para luchar contra un fenómeno que va a más. Y hay que plantear estas medidas y hacerlo de forma seria», defiende.

Mientras la administración se lo piensa, los juegos y apuestas on line se han covertido en una auténtica revolución. ¿Por qué? Fundamentalmente porque no existen restricciones físicas ni horarias, permiten apostar desde tu habitación, tu móvil o tu tableta, 24 horas al día, siete días por semana y sin que nadie se entere. Para los adolescentes, que, según la ley, no pueden entrar en casinos, bingos ni salas de apuestas ni jugar a máquinas tragaperras, se abre una oportunidad para acceder a juegos de azar. «Las nuevas tecnologías, que no son en absoluto malas, suponen un claro incentivo para jugar», subraya Julio Abad, psicólogo de Patim. Porque internet lo ha cambiado todo, absolutamente todo.

Pese a que los datos empiezan a evidenciar la magnitud del problema, los expertos aseguran que la ludopatía tiene cura. «No quiero ser pesimista. De la ludopatía se sale. Todo es cuestión de paciencia y tiempo», sentencia Abad. Un vez que el enfermo reconoce que tiene un problema (los psicólogos insisten en que jugar a las tragaperras o apostar por internet no es un vicio, sino un hábito que se convierte en un desequilibrio psicológico) hay que poner controles, eliminar factores de riesgo y retomar aficiones saludables. Justo lo que está haciendo Andrés. Dejar atrás las máquinas electrónicas y darle al balón de fútbol. H