Algunos amables lectores, al situarse la semana pasada ante el Desierto, me piden que dedique un nuevo espacio para los parajes de Montornés y Les Santes. Y una vez puesta en marcha la primavera, me parece justo complacerles dedicando la atención a esos conocidos y mágicos escenarios.

Se acercan los días vacacionales de Semana Santa y Pascua y sentimos la necesidad de mirar al horizonte que no siempre es lo que ven nuestros ojos al fondo. Y soñamos también. Yo lo tengo claro, escuchando el eco de voces que nos llega al anochecer de cada jornada en busca de completar los días que han comenzado generalmente desempolvando ilusiones y cumpliendo quehaceres. Son nuestras obligaciones desarrollando nuestros trabajos -laborales o caseros- o practicando el senderismo al llegar estas fechas, es decir, practicar ese deporte medicinal que se desarrolla con la práctica que consiste en dar largas caminatas por los senderos del campo. Yo siempre me llevo conmigo el recuerdo de cuando nos íbamos al castillo de Montornés, mientras otros preferían llegar hasta Les Santes.

El castillo de Montornés es un símbolo para todos los habitantes de la Plana. Construido en el siglo X, en plena época de dominación musulmana, hay entorno a él una completa historia de guerras y de conquistas, de vivencias y de ilusiones. El erudito don Ángel Sánchez Gozalbo especuló sobre el acontecimiento que pudo suponer el encuentro en Montornés entre el rey Pedro I de Aragón y el legendario caballero Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Y se cita la fecha de 1094, es decir, antes de que el territorio volviera a caer en manos sarracenas hasta la conquista definitiva de nuestro Jaime I en 1242. Estamos, pues, ante historias que resultan bastante antiguas.

LAS RUTAS. La ruta habitual a que me refiero contempla en dirección al Monasterio del Desierto, atravesando después la vertiente de la montaña que baja hasta el barranco de la Parreta, donde los núcleos con árboles, especialmente el pino rodeno no quemado en las desgracias habituales de las que hablaba el farmacéutico y botánico José María Mulet, nos aporta una idea de los bosques tan variados que siempre han poblado estas tierras.

La parada para reponer fuerzas mientras se observa ya de cerca el castillo y su torre de vigilancia, es ya un hallazgo. Y el encuentro con el suelo espectacularmente rojo de arenisca nos habla de millones de años de antigüedad. Lo cierto es que, tanto los castellonenses, como los visitantes esporádicos, encontramos el paraje cada vez más fotogénico cuando las malvas nos acompañan hasta la muralla del castillo, cuya visión de sus ruinas y su entorno justifican que al menos una vez al año, por estas fechas ya de primavera y de Semana Santa, hagamos la excursión tan tradicional.

LOS PASOS. Recuerdo muy a menudo los relatos que en otro tiempo me hacían el que fuera alcalde de Benicàssim, José Luis Tárrega y mi compañero de Armengot y concejal de su pueblo Juan Moreno, el sareriet. Por ellos supe de leyendas y de nombres. Por ellos oí hablar del Salandoó y de Santa Àgueda, a cuyas agujas dedicó también muchos años Luis Rodríguez, el de Bajuelo, con el esfuerzo y la ilusión de visitarlas acompañado de pequeños vecinos de la Almadraba. Y por todo y por mantener todavía su aire de modernidad, el amor se inclina hacia Montornés y Les Santes, con el posterior Monasterio, donde todos sus frailes habitantes saben que lo moderno es ser competente en cada momento, incluso asomándose a la cueva del hermano Bartolo. Y se completa el epígrafe recordando que el citado Juanito Moreno decía que iba y venía a pie hasta aquellos parajes, invirtiendo para ello en cada viaje 27.578 pasos.

LA FUENTE. La ruta de Les Santes me hace recordar que en otro tiempo efectuábamos a su fuente, cercana a Orpesa, pero ya en el término de Cabanes. El santuario está enclavado en el propio barranco. Dice la historia que fue construido como lugar de culto y peregrinaje consagrado a las Santas Lucía y Águeda. En la actualidad, el espacio cuenta con una zona recreativa y una fuente cuyas aguas recomiendo. El paraje natural es una zona protegida y los no habituados podremos admirar en torno a su esplendor los bancales cultivados de almendros y algarrobos. En aquellos escenarios en la época primaveral suele hacer bastante fresco.

Situada a 400 metros sobre el nivel del mar, la visión panorámica es de gran belleza, aunque a los geólogos y científicos les gusta más admirar donde el camino transcurre sobre el afloramiento de pizarras, las rocas más antiguas que se pueden observar por estas tierras. Me lo confirmaban también un experto y científico como don Vicente Sos Baynat.

Ya se que con estas cosas como la de hoy, parezco un guía turístico, pero alguien que sabe de esto me ha dicho que no intente hacer literatura al hablar de mi tierra y escribiré mejor.

Deseo solamente, simplemente, que mis lectores me entiendan y que lo pasen bien. Yo también he sido feliz, gracias.