La concatedral de Castelló acogerá el día 1 de febrero una ceremonia, en la ocho hombres serán ordenados por el obispo, por lo que podrán casar y bautizar. A su finalización, todos ellos volverán a sus casas, en su mayoría con sus respectivas mujeres e hijos. La respuesta a esta situación aparentemente chocante se debe a que no serán ordenados sacerdotes, sino diáconos permanentes.

Se trata de una figura contemplada por la Iglesia, y regulada desde el Concilio Vaticano II, pero que en el caso de la diócesis de Segorbe-Castellón, es poco usual. Al menos, hasta el próximo mes. Guillem Farré es uno de los nuevos. «Podremos administrar sacramentos, pero no confesar o consagrar en una misa», explica.

En su caso, llegar a ser diácono es fruto de un largo proceso. «Siempre había conocido esta opción, pero al pasar el tiempo sentí una inclinación, creí que Dios me llamaba y sentí que se acentuaba mi compromiso con la comunidad», detalla. Sobre sus compañeros de vocación, destaca que cada uno «tiene su recorrido personal, aunque tenemos en común que tenemos una edad de 40 años para arriba, y en todo nuestro periodo de formación hemos compartido experiencias vitales». Seis de ellos son casados, y dos solteros, y entre los perfiles hay profesores de religión, o un empleado en el sector de la industria.

FIN DEL VETO / En realidad, son siete las personas que han llevado a cabo todo el proceso de enseñanza para convertirse en diáconos. El octavo ya lo hizo en su día, pero la llegada de Juan Antonio Reig Pla a la diócesis truncó su propósito. A pesar de que consta que hubo gente dispuesta a dar el paso, no contó con la autorización del pastor de buena parte de la provincia. Algo que cambió a la llegada de Casimiro López Llorente. Al parecer, su predecesor estaba más enfocado a sumar sacerdotes, primando la cantidad a la calidad de sus acciones.

Para ser ordenado hay que tener 35 años, en el caso de estar casados, o 25 en los solteros. Y hay que estudiar mucho. «Un proceso de cinco años, con lecciones de teología filosofía y pastoral, más retiros espirituales», desgrana Farré. Uno de los últimos pasos fue en diciembre, con el juramento y profesión de la fe. Cuando llegue el momento que llevan esperando desde hace un lustro, en apenas dos semanas, los ocho serán destinados a una parroquia, y compaginarán su nuevo servicio con sus respectivas trayectorias laborales y familiares.

SOLO HAY TRES / Hasta el próximo día 1, en la diócesis de Segorbe-Castelló solo hay tres diáconos permanentes. Todos se encuentran en la Vall d’Uixó. Pasqual Andrés es uno de ellos, y este año cumple tres décadas desde su ordenación. Debido a su condición, pudo casar a sus hijos, y también bautizar a sus nietos. Explica que en su ciudad «pocos muestran extrañeza porque soy diácono, aunque sí es verdad que cuando tuve que acudir a otros lugares donde no me conocen, les parecía raro que pudiera hacer bodas estando casado, e incluso preguntaban si tenía la misma validez que con un cura».

Recuerda que su vocación llegó en los tiempos el obispo José María Cases. «Siempre había estado comprometido desde joven en temas de pastoral», comenta, por lo que vivió este paso algo más normal de lo que uno pueda apreciar desde fuera. De hecho, ya jubilado, es el responsable de Cáritas en su localidad, y con su vocación sigue desarrollando las tres ramificaciones de su labor, que son «la palabra, la celebración litúrgica y la caridad». En cuanto a sus dos compañeros, menciona que los dos «están casados y como los demás tienen sus propios trabajos. En la actualidad ejerce en la parroquia de Jesús Obrero, donde se encarga de los cursos de preparación matrimonial. «Después, muchas parejas piden que sea el oficiante», comenta. Tras el parón que impuso Reig Pla, muestra su satisfacción porque el actual prelado «haya decidido activar de nuevo» la figura de diácono.