Todos los vecinos de la calle San Félix se quedan desde hoy martes ‘huérfanos’ de uno de los personajes más conocidos del barrio. Desde la Farmacia Barberá han sido atendidos por Domingo Rodríguez Sánchez desde hace 50 años y después de toda una vida dedicada al negocio mañana ya no estará detrás del mostrador: “Todavía no sé lo que haré, pero algo inventaré porque soy muy activo. Me gusta el deporte y jugará a pádel, iré en bicicleta o andaré, pero no me quedaré en casa. Las mañanas serán cosa mía y la tarde tendré dedicación exclusiva para mi señora”. Domingo reconoce que cuanto menos se sentirá extraño a partir de este miércoles: “Me faltará gente, el trato con el público, que es lo que he hecho toda mi vida. He disfrutado mucho con mi trabajo”.

No es habitual que un empleado cumpla las Bodas de Oro en una misma empresa, pero en el caso de Domingo hay que remontarse a 1968: “Entré con 14 años y al principio, con esa edad, me dedicaba a hacer el indio -bromea-. En vez de estar golfeando, trabajaba por las mañanas y me saqué el bachillerato por las noches. Con cinco pesetas en el bolsillo me sentía capitán general y al principio me dedicaba a hacer recados, traer medicamentos y poco a poco aprendí de formulación… La única pausa fue la mili, que también la hice en la farmacia militar”.

Desde la Farmacia Barberá, de la calle San Félix, número 9, Domingo habrá despachado “cientos de miles de medicamentos” y recuerda alguna anécdota para ‘Mediterráneo’. “Me hace gracia que algunos clientes para pedir preservativos solicitan una caja de preparativos, de dedales o hasta de calcetines. Recuerdo también una señora que confundió la forma de tomarse un medicamento. Le dije que debía hacerlo con dos ‘ditets’ de agua y entendió dos ‘litrets’ de agua. La verdad que no me he aburrido”, reconoce entre sonrisas.

En resumen, un número incontable de bonitos recuerdos a los que se suma la fiesta de despedida que le ofrecieron sus más allegados en la noche de este lunes. “No me los esperaba. La verdad que me emocioné”. Y es que Domingo, aunque admite que la farmacia es “un negocio como otro cualquiera”, no ha sido un simple dependiente: “Siempre he intentado tener un trato humano con el cliente. En este barrio nos conocemos todos y a veces la persona, y más la que está enferma, lo que necesita es un poco de atención y cariño. Les echaré en falta”. Ellos, a buen seguro, también.