El despertador no suena. Me levanto cuando la luz del sol entra por la ventana. A las 09.00 ya estamos todos en marcha. Vestidos y desayunados. Arranca el día. Mi mujer se pone con los deberes de los niños mientras yo bajo a la perrita, compro el periódico y el pan. El quiosquero me dice que sigue mi columna. Que le gusta y le hace reír. Me encanta.

Hasta las 13.30 andamos liados con Matemáticas, Inglés, Valenciano y las demás asignaturas del día. Hoy mi hijo mayor está despistado. No se puede dar siempre el cien por cien, ya lo sé. Cuando compruebo mis redes sociales veo que tengo docenas de avisos y mensajes. En el muro de una escritora local se ha levantado cierta polémica. Al parecer hay quien aún no sabe diferenciar entre el muro propio y el ajeno. En la página web de este periódico se han abierto debates sobre varias cuestiones, unos más relevantes y otros menos. En algún grupo de wasap leo a amigos autónomos despotricar contra todo y todos. Nada ha cambiado desde ayer. El día de la marmota sigue con su rutina.

Me doy cuenta de que me había levantado de buen humor pero, a medida que han ido pasando las horas, se me ha agriado el carácter. Hasta regaño a mis hijos por hacer mal unos ejercicios que dominan a la perfección y que esta vez han fallado por no fijarse en lo que llevan entre manos. Algo ha pasado en estas horas que nos ha afectado. ¿El tiempo? ¿Las ondas electromagnéticas? ¿Los gases de efecto invernadero? ¿Los chemtrails? No lo creo. Como no puede ser de otra forma, le echo la culpa al Gobierno.

Me tumbo en el sofá del salón para hacer la siesta del borrego. No tardo en dormirme y soñar con un mundo en el que todos esos asesores y asesorcillos, directores y directorcillos, puestos a dedo en ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autonómicos, empresas públicas, instituciones gubernamentales y demás estamentos burocráticos trabajan de lo lindo. Se merecen el sueldo que cobran y aportan valor a la sociedad. Cuando me despierto me entra la risa floja. He dejado de soñar con mundos mejores o peores para pensar en mundos en los que existen los unicornios rosas.

¡Maldito virus!

A la hora de comer preparamos una ensalada de pasta con carlota, atún, y mayonesa. Está sosa. En la sobremesa siento a los niños en la mesa de comedor y repasamos inglés. No me he quedado tranquilo con el estudio de la mañana. Los padres debemos ser los profesores más exigentes.

A continuación montamos de nuevo el Inkognito de MB y echamos otra partida. Esto es un no parar. A media tarde, como el que no quiere la cosa, cometo el error de ver las noticias de la tele. Lo único que consigo es ponerme malo. Según los mamporreros del poder este gobierno lo está haciendo requetebién. ¡Madre mía, madre mía!

Menos mal que nos queda Portugal, sobre todo mucha marcha y a capear el temporal.

Antes de sentarme a ver otro capítulo de la serie Ozark, charlo con mi mujer sobre cómo ven las cosas en su trabajo. La opinión de los médicos y enfermeros sobre cómo se está gestionando la crisis desde la dirección del centro. Cada uno, según me cuenta, tiene una visión de las cosas. La homogeneidad y la unanimidad no existen más allá de los antiguos congresos del Partido Comunista Búlgaro. El día ha pasado y, para no perder la costumbre, no he escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor