Recuerdo la época en que había dejado atrás el ser uno más de los protagonistas de la volteta per el carrer d’Enmig, para volver a esa mágica calle de Enmedio, ya con amplias responsabilidades laborales en la Librería Armengot.

Junto a sus escaparates, hacía poco tiempo que aparecieron las taquillas de un cine que se llamaba Romea. Bueno, ya hacía de ello un poco más de diez años, pero es lícito pensar que estábamos todavía en la primera época de los cines en Castellón. Aquel tiempo en que tanto los jóvenes y también todos los demás, gozábamos de recoger con deleite los programas y postales que anunciaban películas y locales.

Todo había empezado en la posguerra, los años 40. Y el cine se cobijaba en aquel tiempo primero en modestos locales, que compartían con ilusionistas, saltibanquis y bailarinas exóticas. En nuestra ciudad lo hizo en un viejo barracón cubierto de la Plaza Tetuán y parece ser que el primer hogar fijo lo tuvo en lo que se llamó cine Ribalta, frente a la Farola, un local de escasas pretensiones, acorde con las cintas que se comercializaban entonces. Empezaron por competir con el flamante Teatro Principal, que ya fue alternando sus espléndidos espectáculos con alguna que otra proyección de películas.

La página de hoy luce el boceto de un edificio singular. Nada menos que el cine Royal, creado por el artista intelectual Vicente Renau, que desde el 22 de enero de 1924 en que se inauguró, ofreció también desde su escenario la actuación de grupos de teatro con el brillo de Catalina Bárcenas o la cantante Conchita Piquer. Ir al cine Royal era una ineludible obligación social para la gente bien.

DÁVALOS. El primer empresario aventurero fue sin duda Vicente Renau, hasta que un día apareció en escena lo que se llamó Empresa S. Dávalos Masip. Había alquilado primero y comprado después los cines de Renau. Y hay una fecha inolvidable, el 19 de septiembre de 1941 se estrenó ese nuevo cine que quiso llamarse Savoy y tuvo que completar su nombre con una A. Había que españolizar borrando, por decreto, todo nombre extranjero. Así el Royal se llamó Romea, el Capitol pasó a ser Capitolio y el nuevo cine que la empresa Dávalos edificó en el viejo Doré se llamó Rialto, con sus historias.

Y el 2 de diciembre de 1946 se inauguraba otro cine cuyos empresarios tuvieron que convencer al funcionario de turno que Rex era una palabra latina y, por lo tanto, nada licenciosa.

Este teatro-cine cuyo pequeño escenario conoció las actuaciones de folklóricas como Juanita Reina, algo de ópera y alguna revista, tenía tras sí una intensa historia de espectáculos. Finalizada la guerra había sido cine de verano y luego elegante frontón que competía con los populares y dinámicos trinquetes.

Poco después de su inauguración, los empresarios del Rex, señores Clausell y Vicent, se unían al señor Balaguer, propietario de los cine Capitolio y Victoria. Y dos años más tarde, el 19 de septiembre de 1949, se fusionaron con la Empresa Dávalos Masip que, junto a sus salas Saboya, Rialto, Romea y Goya, aportaría el Teatro Principal, que explotaba en alquiler, y la Plaza de Toros en sus actividades veraniegas de variedades y lucha libre. Había nacido ESYDE, Espectáculos y Deportes, como oferta a una población ansiosa de pan y de sueños.

ÉPOCA DORADA. La década siguiente fue la de la gran expansión del cine, su época dorada. Cualquier patio, un viejo proyector y unas sillas de anea era suficiente para poner en marcha «una terraza de verano» que, a precios populares, ofrecía dos películas, preferentemente en color, y un No-Do atrasado. Así aparecieron las terrazas Ribalta (10 de julio de 1956…) y otros varios como San Pablo, Planamar Oeste, Sindical, Mijares y Castalia.

En aquellos años la oferta se correspondía con la demanda. Y como el material que se empleaba era en cierto modo un tanto escaso, muchos locales se convirtieron en cines de reestreno, con parecida programación a los cines de verano. Algunas gentes precisaban evadirse de sus preocupaciones cotidianas identificándose con otra clase de sociedades, inmersas en lujosos ambientes, cuyos problemas estrictamente sentimentales les atraían más. El sacrificado padre de familia, muchas veces pluriempleado, necesitaba «vivir» arriesgadas aventuras en grandes espacios abiertos. Y los novios no disponían de otro lugar tan idóneo como la sala oscura de un cine para iniciarse en los juegos amorosos.

LOS SINDICATOS. El 2 de abril de 1956, los sindicatos verticales rompían el monopolio de ESYDE, convirtiendo sus salones de actos en cine público o en teatros de grupos de compañías locales de teatro. Yo mismo participé de ello desde los escenarios.

Me decía mi amigo Manolo Arrufat, en aquella época de los años sesenta, que España pasó de ser «tierra de garbanzos y alpargatas» a serlo de «pollo y coche seiscientos». Y que a los jóvenes de los años setenta, los mitos del cine ya se los servían a domicilio las pantallas de la televisión. Solamente el Rex, empujado por ESYDE mantuvo cierta ilusión durante un tiempo, la ilusión de ir al cine en Castellón.

Y ya avanzando hacia el final de siglo, fueron desapareciendo los «programas dobles», la chaqueta como prenda obligatoria y el carácter de rito social, costumbrista, que todo ello tenía.

Y es que llegó una época en la que todos recordábamos con nostalgia aquellas «fábricas de sueños y de ilusiones…».