Me levanto temprano, me doy una buena ducha y preparo el desayuno junto a mi hijo pequeño. Mientras él y su hermano hacen las camas, pasan la aspiradora y recogen un poco la casa, salgo a pasear a mi perrita, compro el pan y el periódico.

Hoy el mantecado viene espesito. Por un lado leo que los empresarios de Castellón exigen libertad en los test, como afirman que sucede en el resto del país. Han hecho un frente común para que la consejera de Sanidad les autorice a decidir qué trabajadores se someten a los test, pagándolos con el dinero de la compañía, claro. Quieren que se les escuche. Su necesidad de autonomía es brutal. Y yo me pregunto… ¿Por qué la señora Barceló no les ha hecho caso ya? ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Será una cuestión ideológica, de capacidad, de voluntad, de ganas de trabajar?

En segundo lugar veo con inquietud que el virus se va a llevar por delante un millón y medio de empleos. Necesitamos un gobierno con los mejores profesionales al frente, basado en el mérito, para afrontar con garantías esta situación. No necesitamos politiquillos de baja estofa. Necesitamos líderes, técnicos universitarios, economistas, emprendedores, gestores y buenos comunicadores.

En tercer lugar leo que los restauradores de la provincia están desesperados. Se quejan de falta de claridad informativa, de las tasas pagadas para nada y del famoso 30%. Hasta Alberto Chicote, nada sospechoso de confraternizar con la terrible ultraderecha, ha puesto esta medida a caer de un burro. Si un restaurante solo puede abrir parcialmente, no pueden rescatar del Erte a toda su plantilla. Es de puro sentido común.

La sensatez política la pone el Ayuntamiento de Castellón. La alcaldesa, Amparo Marco, ha decidido reorientar la inversión de 2020 para paliar, en parte, los efectos de la crisis del coronavirus. El ayuntamiento tiene que ser el motor que reactive la economía, a través de obra pública y de lo que haga falta.

A las 11.00 salgo a la terraza y me pongo con la lectura de Diarios de las Estrellas, de Stanislaw Lem. Soy omnívoro. Como de todo. Carne, pescado, huevos, lácteos, legumbres, verduras y hortalizas… Hasta algas. Nunca he simpatizado con vegetarianos, veganos y demás. Jamás he escuchado o leído un argumento que me convenza para dejar de comer carne, hasta hoy. Lo he encontrado en las páginas de una novela de ciencia ficción publicada en España en 2005. En el octavo viaje de Ijon Tichy. Recomiendo encarecidamente su lectura.

A las 12.00 cierro los ojos y me echo la siesta del borrego. Sueño con la luz. Una intensa luz, entre roja y amarilla, pero no anaranjada, curioso, que me taladra los sesos. No puedo soñar nada más. Y despierto. Aturdido. Malumorado. El sol achicharra mis meninges. No me he cubierto con el sombrero Panamá y casi me da una insolación. ¡Vaya torpeza!

Para comer preparo un arroz a la cubana. Con su tomate frito y su huevo con puntillita. Al ser domingo sacamos refrescos azucarados para todos. Cocacola para mi mujer, Cocacola sin cafeína ni azúcar para los niños y Schweppes de limón para mí. A cada cual lo que más le gusta.

En la sobremesa empezamos a ver Devs, lo nuevo de HBO. Veremos qué nos depara. Prometer, promete. Y mucho.

A media tarde salimos a pasear por el bulevar. ¡Pura vida!

Y así pasa un día más sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor