José María Perales Pascual conoce cada palmo de la finca Mallols. Por algo la ha trabajado durante décadas. A estas cinco hectáreas de tierra, situadas en la partida del mismo nombre del término municipal de Borriol, este médico-estomatólogo ya jubilado le ha dedicado muchas horas de su vida. Lo ha hecho por pasión al legado que un día le dejaron sus padres y por amor a la citricultura, un sector que durante tiempo le dio muchas alegrías. Ahora su finca ya no es ni sombra de lo que fue. Metros y metros de maleza se entremezclan con unos árboles que un día dieron una de las mejores naranjas de Castellón. Y todo por culpa de la profunda crisis en la que está sumergida la citricultura. «Hace cuatro años, harto de malvender la cosecha, dije basta y opté por dejar que la fruta se pudriera en el árbol. Lo hice por dignidad. ¡Claro que me da muchísima tristeza venir y ver cómo está mi finca, pero me cansé!», afirma el doctor Perales.

Por tradición familiar

José María Perales se apasionó por la citricultura a principios de los años noventa, cuando este sector ya era un elemento clave de la economía de Castellón y la joya de la huerta valenciana significaba el 25% de toda la exportación española. «La finca la heredé de mi madre. Mis otros dos hermanos, que eran farmacéuticos, no tenían interés por la agricultura así que yo me hice cargo de la tierra. En aquella época había plantados algarrobos y olivos, pero hice sondeos y salió agua. El terreno era fabuloso, así que decidí plantar naranjas», cuenta el médico que por aquellos años ejercía como facultativo en Barcelona.

Plantó lane-late y ellendale, un híbrido de la clemenules. Unos años más tarde reemplazó la ellendale por la variedad orogrande, algo más tardía. «Todo el tiempo libre del que disponía lo dedicada a la tierra. Vivía y trabajaba en Barcelona, en un entorno urbano, así que llegar a Borriol para mí era como estar en la gloria», confiesa. «Me hubiera podido dedicar a navegar o a jugar al golf, pero opté por trabajar la tierra», añade.

170.000 kilos al año

Tras mucho esfuerzo, trabajo e inversión, el doctor Perales convirtió aquellas cinco hectáreas de tierra en una de las mejores fincas citrícolas de la comarca. Se trasladó a vivir a Castellón y durante décadas ejerció como especialista en el centro de especialidades Jaume I, en la plaza Huertos Sogueros. Eran tiempos en los que no tenía problemas para vender los cerca de 170.000 kilos de naranjas que cada año producía. «La comercializaban en muchos puntos de España, entre ellos El Corte Inglés de Barcelona», recuerda. Tanta era la fama de su producción que incluso sus amistades se peleaban por un puñado de aquellas naranjas. Y él mismo se ocupaba de llevárselas a domicilio. Su parcela era ejemplo de excelencia. «Estaba abierta a todo el mundo y aquí se hicieron prácticas de varios cursos de citricultura», cuenta el médico.

De 80 pesetas el kilo a 17

El doctor Perales recuerda con nostalgia los años en los que la citricultura le proporcionó satisfacciones. El trabajo y el dinero invertido dieron sus frutos y a finales de los noventa llegó a vender la fruta a 80 pesetas el kilo (0,48 €): «Aquel fue un año en el que heló en California y había mucha demanda de cítricos españoles. En campañas posteriores bajó a 60 e incluso a 40 pesetas», describe. «Aunque años buenos hubo pocos, sí había cierta alegría. Vendías la fruta y te quedaba algo de dinero en el banco».

Aquellos días en los que la finca producía naranjas que se vendían sin problema, empezaron a acabar. «Todo empezó hace unos diez años, cuando los piratas comienzan a comprar sin precio, a resultas. Recuerdo que un año me negué y se quedó toda la fruta en el árbol. Luego estuve en una SAT... y así hasta hace cuatro años, cuando tomé la determinación de abandonar el cultivo», explica. El último año antes de tirar la toalla, el doctor Perales vendió la fruta a tan solo 0,10 euros (17 de las antiguas pesetas).

José María Perales dijo basta hace cuatro campañas (muchos llauradors de Castellón lo han hecho ahora, tras la peor temporada de los últimos 25 años), pero antes peleó por sus naranjas con uñas y dientes. «Tengo muchos amigos citricultores, así que les propuse que vendiéramos directamente. La idea era que fuésemos nosotros los que tomáramos las riendas, sin intermediarios, y enviar a mercados como Barcelona o Zaragona producto de máxima calidad. Aquel proyecto, lamentablemente, no cuajó», señala.

En peligro de extinción

Pero, ¿qué ha pasado para que una finca que alcanzó la excelencia esté ahora tomada por la maleza? Para Perales la culpa la tiene la globalización. Nadie más. «Todos los que cultivan están perdiendo dinero y todo por la globalización. El pez grande se come al más pequeño», dice.

El futuro de la naranja pinta oscuro (esta campaña se han quedado decenas de miles de kilos en los árboles) y el doctor no es nada optimista. «Regar es prohibitivo y los precios son de ruina. No creo en los milagros, así que soy profundamente pesimista sobre el futuro de este sector», indica. Tanto, que asegura que al llaurador le pasará como al lince: «Si no se protege, llegará a desaparecer».