Hay una canción de Joan Manuel Serrat que resume lo dura que puede ser la vida en el campo. Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador. Pero el rocío y los mosquitos ya no son los motivos que quitan el sueño a quienes en Castellón todavía se dedican a la agricultura. El problema, ahora, son los precios que el productor recibe por cultivar unas fanecades de naranjas o unas de aceitunas. Tanto monta, monta tanto. Ni los cítricos, ni el aceite de oliva, ni los frutos secos... han alcanzado este año para cubrir los costes de producción. ¿La consecuencia? La caída de rentabilidad de buena parte de los cultivos ha colocado la agricultura de Castellón es una situación límite. Y, de momento, la Administración sigue sin respuestas.

Se mire por donde se mire la situación del campo provincial es todo menos boyante. La citricultura, uno de los símbolos de Castellón, está sumergida en la peor crisis de los últimos 25 años. La almendra, que desde el 2010 al 2016 se convirtió en uno de los cultivos de moda, ha visto cómo su rentabilidad caía en picado, y los precios del aceite de oliva tampoco han conseguido dan una alegría a unos productores que este año se han enfrentado a una campaña raquítica. «No hay ninguna rama del sector agrario de la provincia que esta campaña esté funcionando bien. Necesitamos más ayudas de la administración porque sin una ganadería y una agricultura fuertes en el interior, todas las políticas contra el despoblamiento rural serán ineficaces», avisa Carles Peris, secretario general de la Unió de Llauradors i Ramaders.

La consecuencia de tanta desdicha no se han hecho esperar. Las últimas cifras que maneja el sector, que hace años que no son para tirar cohetes, siguen revelando que el campo provincial continúa arrastrando los primeros problemas de siempre. Y la primera consecuencia de esa falta de rentabilidad es el abandono de tierras. Solo durante el último año, y según datos de la Conselleria de Agricultura, se dejaron de cultivar en la provincia 1.207 hectáreas, casi el doble de las que se abandonaron en el ejercicio anterior. Si se comparan los datos de ahora con los de hace treinta años el resultado todavía es mucho más grave: 50.000 hectáreas abandonadas, tras pasar de las 191.100 hectáreas de finales de los ochenta a las 142.588.

¿la crisis? solo del llaurador // Que el llaurador abandone las fincas no significa que la tierra haya dejado de ser atractiva para algunos inversores. Al contrario. En los tres primeros trimestres del 2018 se cerraron en la provincia 2.459 operaciones de compraventa de fincas rústicas, un 14,6% más que en el mismo periodo del año precedente y prácticamente la misma cifra que en el 2008. «Más que de crisis agrícola, hay que hablar de crisis del productor, el eslabón más débil de la cadena», argumenta Peris.

José Vicente Guinot, presidente de la Federación Provincial de Agricultores y Ganaderos de Fepac-Asaja, también es de los que piensa que, de todos los eslabones de la cadena, el agricultor es el que está saliendo peor parado. «El resto de indicadores no van mal. El comercio sigue exportando y los supermercados están llenos de naranjas», describe.

El pez grande se come al chico y los datos que maneja la Unió de Llauradors revelan que el agricultor tan solo percibe el 19% de lo que genera. «Hay un desequilibrio total. No puede ser que el eslabón primero que somos los productores seamos los que menos nos llevemos del precio de nuestro producto», lamenta Peris.

Esta falta total de rentabilidad está directamente relacionada con la pérdida de profesionales que sufre el sector. Y el goteo continúa este año. Un par de datos basta para entenderlo: a finales del tercer trimestre del 2018 el sector agrícola provincial empleaba a 2.621 autónomos propiamente dichos. Un año antes la cifra era algo superior, 2.743, según cifras del Ministerio de Trabajo. En doce meses, el sector ha perdido el 4,6% de los profesionales por cuenta propia y desde el 2008 el descenso ha sido espectacular, del 43%. Con las empresas que se dedican al sector ocurre exactamente lo mismo: en Castellón ahora son 1.079, un total de 40 menos que hace un año.

Cristobal Aguado, presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja), culpa a la Administración de todos los males que aquejan al productor y acusa a la clase política de preocuparse solo por «salir en las fotos y hacer el paripé, mucho teatro», así como de no tener «voluntad de buscar soluciones».

HAY QUE CAMBIAR EL CHIP // La situación es la que es pero no toda la culpa la tiene la Administración. «La agricultura es un sector que puede ser beneficioso, pero no podemos tener la misma mentalidad que tenían nuestros abuelos», destaca Guinot, que insiste en que el productor tiene que adaptarse a los nuevos tiempos y actualizarse. ¿El problema? La mayoría de ellos están descapitalizados tras años con rentabilidades muy bajas y no tienen capacidad (ni edad) de renovarse.