Aunque se echen de menos todos los días, parece que la nostalgia por la distancia pesa más en las fechas señaladas. Ya sucedió con el día de San José, el del padre, pero como reza el dicho popular, madre no hay más que una. Y desde que la ciudadanía está confinada, las madres están separadas de sus hijos por imperativo legal. Saber que es por precaución, por la salud de todos, no consuela suficiente y lo más probable es que hoy haya lágrimas y videollamadas de más para subsanar por la vía virtual todos los besos y abrazos que no podrán darse y que ahora se hacen más necesarios que nunca... en el día de la madre.

Relaciones familiares hay tantas como personas. Cierto es que no todos viven por igual la celebración de la maternidad, porque mientras habrá quien necesitará la proximidad de su madre durante toda la vida, otros son más despegados o directamente no comparten este tipo de conmemoraciones. De lo que no hay duda es de que si la tecnología ha sido la aliada para superar la separación y la soledad desde el pasado 14 de marzo, hoy se convertirá en un recurso más indispensable en muchos hogares. Tanto, que incluso las madres más reticentes a sucumbir a la era digital ahora encuentran en un simple móvil una conexión vital e indispensable con los suyos.

FAMILIA ALBIOL FERRER: Josefa, Ana y María

Es el caso de Josefa (Peñíscola), que no ha salido a la calle en todo el estado de alarma ni a hacer la compra. Hasta hace unos meses no tenía móvil ni lo quería, pero la convencieron y en estos momentos no puede estar más agradecida. Ha pasado de no saber hacer una foto o enviar un whatsapp, a convertirse en seguidora del canal del papa Francisco y ver las misas de manera virtual. Pero sobre todo, el móvil la mantiene conectada con sus dos hijas, Ana y María. Es una mujer muy familiar, tanto, que sus nietos estaban prácticamente todo el día en su casa. Y de un extremo a otro. Poder hacer una videollamada no la llena lo suficiente, pero es una buena solución cuando las circunstancias son adversas. Sus hijas la echan mucho de menos y, aunque no podrán acompañarla en su día, estarán presentes.

FAMILIA GÓMEZ PUIG: Marilín, Loles y Vicent

Marilín, de Vinaròs, ya estaba acostumbrada a no tener a sus hijos cerca mucho antes del confinamiento. Loles vive en Alemania desde hace 7 años y Vicent en València. Muy pronto se acostumbró a los contactos virtuales, pero el cierre de fronteras y la limitación de movimientos no facilita en absoluto las cosas. Tiene momentos de bajón (lo admite) y su hija, desde que es madre, siente que los lazos con su hogar tiran mucho más que antes. «Podemos hablar dos veces al día», aseguran ambas. Loles tenía previsto viajar a Vinaròs con su familia para Semana Santa y en junio. Saber que no van a poder hacerlo las entristece, pero Marilín apela a la esperanza y la fe cuando el desánimo se impone. Hoy, con más razón que nunca, no faltarán a su cita telemática.

FAMILIA GARRIDO CASTILLO: Mª Carmen, Judit y Juaner

El primer día de salida autorizada para los niños, el hijo de Mª Carmen y su nieto fueron a verla, de lejos. El pequeño no asimilaba que no podía acercarse y abrazarla, pero ella, mascarilla en ristre, imitó a Darth Vader y todos rieron. Madre e hijos (Judit y Juaner) viven en Castelló separados por «un par de calles». Nunca una corta distancia fue tan abismal. Esta familia está acostumbrada a hacerlo prácticamente todo en grupo. Sus encuentros son muy habituales y cuando no hay fechas señaladas, se las inventan. Tal día como hoy habrían preparado «una paella o una fideuà», pero la cita tendrá que esperar para más adelante. Los contactos virtuales llenan los vacíos y les curan la morriña, pero a buen seguro lo primero que harán en cuanto esté permitido, será organizar una de sus habituales family party.

FAMILIA SABATER SÁNCHEZ: Consuelo, Cristina y Mónica

El confinamiento se lleva mejor o peor dependiendo de la personalidad de cada cual. Para Consuelo, una vecina de la Llosa, está siendo duro, porque como aseguran sus hijas Cristina y Mónica, siempre está pendiente de ellas: «Su manera de sentirse útil es ayudándonos, haciéndonos la vida todo lo fácil que esté en su mano, y ahora, en estas circunstancias, no es posible y lo lleva mal». Mucho más desde que supo que iban a guardar las distancias estrictamente al ser su padre persona de riesgo (tiene asma), porque incluso descartaron la posibilidad de hacerles la compra para eliminar los contactos y así cualquier posibilidad del temido contagio.

No son una excepción a la hora de buscar alternativas. Las videollamadas son un paliativo relativo, lo suficiente para que algunas jornadas no se hagan tan largas. Y es que es difícil de digerir que viviendo todos en un pueblo pequeño, estén más lejos de lo que han estado nunca.

Para el día de la madre han acordado una celebración de lo más sui géneris. Como en la actual fase de desconfinamiento en los municipios de menos de 5.000 habitantes no hay franjas horarias para las salidas, van «a quedar en un punto intermedio» y celebrarán «este reencuentro familiar, aunque con las máximas medidas de seguridad». Ambas están convencidas de que habrá lágrimas, sobre todo de su madre», pero este será un paso muy adelante importante para ella.

FAMILIA GAVALDÁ SILVESTRE: Inés y sus seis hijos

Inés, de Nules, tiene alzhéimer, pero sabe que los que la cuidan son sus hijos. Por consejo médico sigue viviendo en su casa y son ellos los que han establecido turnos para cuidarla y que esté permanentemente con alguno de los seis, aunque desde el inicio de la pandemia el sistema de atenciones que tenían establecido ha sufrido cambios por los trabajos de algunos de ellos. Por el bien de todos, ahora no la visitan, salvo Inés e Isabel, que han asumido sus atenciones. El resto se conforman con las videollamadas que ella atiende con amabilidad y cariño. Hoy se habrían reunido, pero, como no hay más remedio, se conforman con que «ella se sienta cuidada por los suyos».

FAMILIA RODRÍGUEZ MARTÍNEZ: Antonia y sus cinco hijos

Si las distancias son complicadas en general, si la madre está en una residencia de ancianos, tienen un plus de tristeza. Antonia, de 91 años, vive en uno de estos centros en Vila-real. Sus cinco hijos dejaron de verla con el estado de alarma y cada uno, a su modo, trata de gestionar una separación que les genera una preocupación inevitable, aunque reciben informes puntuales de su estado y realizan videollamadas o contactos telefónicos prácticamente a diario. Su grado de dependencia requería de una atención especializada, pero Antonia, hasta el 14 de marzo, salía con frecuencia para los cumpleaños familiares y celebraciones destacadas. Hoy en especial, todos la echarán un poco más de menos.