Castellón vive una nueva edad de oro de la gastronomía que se nota tanto por el lado de la oferta como en el de la demanda. La apertura de propuestas de restauración cada vez más refinadas es una realidad tanto en la capital de la Plana como en otros municipios, por ejemplo Benicàssim o Vila-real. A ello se suma que las familias castellonenses ya gastan más de 2.500 euros en comer fuera de casa al año, una cifra que no se alcanzaba desde el año 2009, justo en el momento en el que el estallido de la crisis hizo retroceder esa cifra de forma brusca.

En concreto, y según un estudio de la consultora AIS Group que utiliza datos propios y los del Instituto Nacional de Estadística, cada núcleo familiar de la provincia gastó en hostelería en el último año 2.550 euros, un 10,1% más que el ejercicio anterior. Se trata de una cantidad superior a la media autonómica (2.470 euros) y prácticamente idéntica a la del conjunto de España, donde destaca el gasto de navarros, vascos y madrileños (todos por encima de los 3.000 euros anuales).

UN SECTOR CAMBIANTE // Aunque según el Directorio Central de Empresas el número de espacios dedicados a la venta de comida y bebida se mantiene estable en el último lustro con más de 3.700 locales, lo cierto es que el sector «ha cambiado profundamente y creemos que a mejor». Son palabras del gerente de la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería y Turismo (Ashotur), Luís Martí, que explicó que tanto los castellonenses como los turistas «buscan experiencias de valor añadido», lo que aúpa a nuevos restaurantes de comida étnica o a propuestas atrevidas que combinan cocina gurmet y producto tradicional «en detrimento del bar de toda la vida».

Eso es evidente en el centro de Castelló y, en pleno puente de agosto, en localidades como Orpesa y Benicàssim, que reciben a miles de turistas. En este municipio son varias las aperturas recientes, entre ellas un nuevo Giuliani’s junto al Torreón o Habanero y Playachica, ambas del grupo La Guindilla. Este boom de la restauración también se traduce en la consolidación de espacios de ocio relativamente nuevos, como las llamadas tascas de Vila-real, que imitan el modelo de la capital.

Según Martí, el crecimiento actual es «más sano que el que hubo durante los años de la burbuja, cuando había exceso de oferta y mucho recién llegado que no conocía la realidad del sector».