Si uno de los 75 vecinos de Vallibona necesita algo tan básico como un ibuprofeno para calmar el dolor de espalda o un analgésico para combatir un resfriado, y no quiere coger el coche y salir del pueblo, solo tiene dos opciones. La más rápida es pedir una pastilla a algún vecino, como quien pregunta por una pizca de sal o un chorrito de aceite. La otra es esperar a que el farmacéutico de Cinctorres abra el botiquín. ¡Y solo lo hace una vez a la semana! Vallibona, como Herbés, Sacañet, Torrechiva, Vallat, Villores, Castell de Cabres y Palanques, ya no tiene oficina de farmacia. La cerraron hace un par de años y dejó al pueblo sin otro servicio básico. Porque en Vallibona no hay bancos, ni cajeros, ni escuela... «Todavía tenemos la suerte de que el médico pasa consulta a diario y, encima, vive en el pueblo, lo que supone una gran ventaja», señalan desde el Ayuntamiento.

De las 300 oficinas de farmacia con las que cuenta Castellón, medio centenar está en municipios que no superan los 300 habitantes. Son las farmacias rurales y desempeñan un papel básico. Sus instalaciones, en muchas ocasiones cedidas por los propios ayuntamientos, son modestas. Nada de puertas correderas. Nada de mostradores y estanterías interminables... Y sus titulares también son, en la mayoría de ocasiones, los únicos sanitarios que existen en la pueblo. Conocen de memoria los tratamientos que siguen cada uno de sus pacientes y a menudo hacen incluso de médicos y psicólogos. «Somos el pilar de lo que se conoce como el llamado modelo mediterráneo de Farmacia. Lo que pasa es que de los peces pequeños la Administración nunca se acuerda», explica Blanca Carcelén, la titular de la botica de Benafigos.

Blanca nació en València, tiene 46 años y en el 2008 se hizo cargo de la farmacia de Benafigos, un municipio de la comarca de l’Alcalatén de 149 habitantes. «Estoy orgullosa de ser la farmacéutica de Benafigos y estoy muy a gusto con la gente. El problema es que la supervivencia de farmacias como la mía no está para nada garantizada porque los números ya no salen», sentencia.

Cada vez menos pacientes

Los farmacéuticos aseguran que una parte importante de las boticas rurales de Castellón podría desaparecer en muy pocos años y la explicación, dicen, hay que buscarla en una concatenación de factores. El más importante, sin duda, es la despoblación, pero a la sangría en el número de habitantes hay que añadir los precios cada vez más bajos de los medicamentos. «Si desde la Administración no nos empiezan a cuidar, al final no tendremos más remedio que cerrar la puerta», avisa Carolina Clemente, que es la titular de la farmacia de Zucaina.

Cuando Carolina se hizo cargo de la botica de Zucaina, en junio del 2015, el municipio tenía 180 habitantes. Hoy son 150. «Abrir la farmacia aquí me cambió la vida y me la cambió para mejor. El Ayuntamiento se portó genial, cediéndome el local y una vivienda, pero en estos últimos años la situación ha empeorado. El médico se ha jubilado y ya no hay consulta diaria, con lo que la dinámica de trabajo se ha roto. La verdad es que ahora mismo no sé lo que pasará en el futuro, pero no soy optimista», manifiesta.

Aunque la facturación de una farmacia rural nada tiene que ver con la de una botica del centro de Castelló o de Vila-real, los gastos que deben afrontar todos los meses estos profesionales sí son los mismos. «Pagamos cotizaciones sociales, luz, agua y cualquier gasto extra supone un mazazo. Ahora, por ejemplo, hemos tenido que cambiar los lectores de los códigos de barra de los medicamentos», argumenta Iban Asensio, el farmacéutico de Xodos.

Iban abre su farmacia todas las mañanas, de lunes a sábado, y eso que en Xodos el médico solo visita dos días. Además, una semana al mes está de guardia. «Durante ese tiempo tengo la obligación de estar a menos de 15 minutos de la farmacia», dice, unas guardias que, además, no son remuneradas. La única compensación económica es el dinero que el farmacéutico saca por la venta de las medicinas y, en la mayoría de los casos, las ventas son mínimas.

36 boticas con ayudas

Del medio centenar de farmacias rurales con las que cuenta Castellón, 36 reciben estímulos de la Administración. Son las oficinas denominadas VEC, de viabilidad económica comprometida, de las que agrupaciones empresariales del sector afirman directamente que están en quiebra. «En Alicante hay 17 y en Valencia 37, y si la Administración no hace pronto algo en unos años seremos muchísimas más», coinciden todos los profesionales consultados.

Las farmacias VEC facturan menos de 200.000 euros anuales, una cifra que ni siquiera supone el 11% de la facturación de una farmacia media. Por ello, reciben una subvención mensual máxima de 833 euros. «El problema es que esas ayudas no se revisan desde el 2011», explica Encarna Martí, la titular de la farmacia de la Mata y una de las 36 de la provincia que reciben ayudas públicas. Pero mientras las subvenciones llevan ocho años congeladas, la factura de la luz, el agua, el alquiler del local o las cotizaciones sociales no han dejado de subir. ¿La conclusión de todo esto? Que los números ya no salen y la mayoría de estos profesionales ni siquiera llega a mileurista.

Las ayudas públicas hace años que no se actualizan y, para colmo, los precios de los medicamentos no paran de bajar. Más del 85% de los ingresos de una farmacia rural viene de la facturación de los medicamentos financiados (los de receta), ya que la oficina obtiene un beneficio de alrededor del 27% del precio de estas ventas. Por eso, cuando se rebajan precios de fármacos, el sistema sanitario ahorra, pero los farmacéuticos pierden. «Cada vez tenemos más problemas. Abrimos la puerta para ganarnos la vida y prestar un servicio esencial, pero vemos que cada vez estamos peor», describe la boticaria de Zucaina. Porque las farmacias son establecimientos privados que dan un servicio público. Sus dueños son particulares que intentan vivir de su negocio, pero están muy reguladas ya que su actividad principal, la dispensación de medicamentos, es clave en la prestación sanitaria.

Ser farmacéutico de pueblo

Los problemas a los que se enfrentan los boticarios de pueblo son innumerables y eso que todos dicen sentirse orgullosos de su trabajo. «Vivir en un pueblo es maravilloso y la calidad de vida que tienes aquí no se puede comparar con nada», añade Pilar Trigueros, la farmacéutica de Costur.

Encarna Martí, titular de la farmacia de la Mata desde hace 25 años y a punto de jubilarse, lanza un último aviso: «Cuando un pueblo pierde su farmacia, la pierde para siempre». Y al igual que Teruel, las boticas rurales reivindican que también existen.