Maestra en Ramala, en primera línea del frente palestino en Cisjordania, Hanan Al-Hroub (Belén, 1972) tiende puentes a la paz desde la educación, enseñando a sus niños que «otra vida es posible» pese a vivir en territorio donde los bombardeos son continuos y donde, según explicó en su conferencia sobre Jugamos y aprendemos: educar en la no-violencia en la jornada Edusionat, en el Auditori de Castelló, los niños «se llevan cada día sus juguetes al colegio porque puede que cuando regresen ya no tengan casa; y los profesores, llegan a clase una mañana y ya no hay escuela». En el 2016, la Varkey Foundation le otorgó el Global Teacher Award, el llamado Nobel de los maestros, y su trabajo se expandió por todo el planeta, en una serie de ponencias que la han traído a Castellón.

-Ha conseguido inspirar a docentes de todo el mundo con una metodología innovadora en un contexto de violencia y guerra. Cuéntenos cómo son sus clases.

--Soy maestra y, como tal, en Palestina o en cualquier otra parte del mundo, tengo una gran responsabilidad con mis alumnos. Ellos son lo primero. Lo primero, les aislo del exterior, de puertas para adentro del aula es otro mundo, en paz. La educación la concibo en función de sus necesidades, y, en el aula, se crea como una segunda vida para ellos, con un método adaptado a las nuevas tecnologías, inculcándoles el trabajo en equipo, que se ayuden entre ellos, participando; y nuevos valores, afianzando sus fortalezas y redireccionando sus debilidades, para aprender y rendir académicamente. Mi metodología, con materiales dinámicos, se basa en el juego, en darles una esperanza de puertas adentro, y para ello, cada día es diferente: me pongo una careta para que los niños se concentren y reaccionen en clase, lejos del exterior.

-El Global Teacher Prize supone un reconocimiento a este trabajo, y en Castellón, su experiencia emocionó a más de 600 docentes. ¿Qué consejo les daría?

--Me hice maestra por mis hijos, primero; y por todos los niños de Palestina, porque creo que tienen el mismo derecho que los demás a crecer y a aprender en paz. Y tengo claro que en mi aula, lo más importante es que los niños se sientan seguros, en paz, sean felices, jueguen y aprendan. Y no solo en Palestina. En mi caso, nací y viví en un campo de refugiados, y mis hijos vieron en persona cómo disparaban y herían a su padre, generándoles muchos traumas para los que no había instrumentos en la escuela. Ahora ese es mi trabajo. Para intentar acabar con la guerra hay que crear generaciones libres, con valores de respeto, confianza y esperanza. Los profesores no solo enseñamos, sino que lo principal es que inculcamos esos valores.

-¿Cómo cree que sería ser docente en Castellón en particular o en otro contexto en general?

--La base de la escuela es el profesorado. Independientemente de dónde esté. Pero yo, si estuviera en Castellón, aprovecharía mi tiempo en innovar en lugar de en subsanar fallos que existen en Palestina a causa de la guerra. Y aunque estuviera en el desierto y no tuviera nada, intentaría dar las clases de otra manera. Ahora usamos materiales reciclados, que son los que tenemos; si no podemos traer un payaso un día, me disfrazo; y como no podemos ir de excursión, abrimos la gran ventana que es internet y viajamos de otra manera. Las nuevas tecnologías son vitales. En un lugar con todas las posibilidades… no llego a pensar qué podría hacer.

-¿Y sigue en contacto con sus alumnos más allá de su aula?

--Claro que sí. Les sigo y me contactan. Cuando suben de nivel, sus profesores dicen que son alumnos diferentes, innovadores, proactivos a los cambios, trabajan bien en equipo y se respetan. El cambio es largo. No es hacer click y ya está. Hay que ir arraigando. Sin educación no hay libertad. No hay paz.

-¿Siente que colabora con su granito de arena a la consecución de la paz en Palestina?

--En eso trabajamos cada día. Los niños saben qué pasa a su alrededor, lo ven con sus propios ojos y lo viven. Lo importante es que en clase se sientan seguros, y que en el futuro lo apliquen en la sociedad en la que vivan. Ellos son los que pueden generar ese cambio. No deben perder la esperanza.

-Tres días en Castellón, ¿le han dado para mucho?

--Mi hija y yo nos hemos sentido muy arropadas. Primero, en el Auditori, y después con la comunidad palestina en Castellón, visitando el Ayuntamiento, junto a la alcaldesa, y nos enseñaron Castellón desde lo más alto del Fadrí. También ha habido tiempo para ver la ciudad. Me hubiera gustado conocer algunos colegios y metodologías… A la próxima.