Mujer. Empoderadamente mujer. Desde la caridad y la justicia social. No necesita de proclamas. Su grito es el silencio de la humildad franciscana y el de las miradas desgarradoras de los transeúntes que siguen acudiendo en masa al comedor del padre Ricardo, su hermano y ejemplo, fallecido el pasado 22 de noviembre, sumiendo a la ciudad turquesa y naranja en el dolor más profundo. María Angeles García Cerdán, envuelta en la paz benefactora y vocación de ayuda a los demás (como le enseñó Ricardo), contribuye también a esa acción desinteresada, proyecto colectivo común, de vencer al coronavirus.

Reparte diariamente tuppers (más de 50 al día) para los más desfavorecidos por la sociedad en el comedor de OSIM, la Obra Social de Integración del Marginado (OSIM), fundada por su hermano para no dejar en la calle y cuidar a los pobres, porque de ellos es la tierra prometida, en clave evangélica, en este tiempo de contagio, cuando se necesitan más manos, más inquietudes, más impulsos. Porque, como ella misma afirma, tienen «ahora menos voluntarios, 4 ó 5», frente a los 10-12 que solían tener. Y no es un reproche. Al fin y al cabo, este descenso del voluntariado lo lleva consigo el confinamiento, porque la mejor opción es quedarse en casa.

Desde pequeña se lanzó al mundo de la solidaridad y de la liturgia eclesiástica. Se fue con su hermano Ricardo en su primer destino pastoral que tuvo, la localidad tarraconense de Gandesa, desde su Forcall natal. «Eramos siete hermanos y con grandes penurias económicas, por lo que teníamos que repartirnos y buscar nuevos horizontes», dice María Ángeles con su hilo de voz pequeño y sacrificado.

Estudió Psicología en la Universidad Autónoma de Barelona (UAB), y en uno de sus viajes de regreso a Castelló fue testigo del acoso que sufrió Ricardo en el barrio de Tombatossals, cuando vecinos furibundos querían echar literalmente al religioso y a un buen número de sintecho que el recordado sacerdote había recogido en una casa con balcón.

María Ángeles se convierte en la samaritana que le ofrece el cántaro de agua, mientras una familia, que nunca decidió dar su nombre los escondió (cumpliendo la máxima bíblica de lo que haga tu mano derecha que no lo sepa la izquierda), para huir de la jauría humana que quería lapidar metafóricamente hablando a Ricardo García, hijo adoptivo de Castelló.

Pero aquello solo fue el principio. Caridad y sufrimiento iban a marcar la vida del padre Ricardo (y por ende la de su hermana), que pudiendo haber optado por instalarse en la púrpura del poder (llegó a ser vicario general con el obispo Pont i Gol), optó por los pobres, porque «de ellos será el reino de los cielos», como dictan las bienaventuranzas.

Verónica y Magdalena

Y bienaventurada María Angeles, que tuvo que convertirse en una suerte de verónica y Santa María Magdalena en 1992, cuando tres encapuchados tirotearon al sacerdote para robarle. Con sus paños y sus perfumes, el amor fraterno se hizo realidad en largas noches, como un eterno Jueves Santo de luna de Nissan.

Mujer, con tantas mujeres en ella, sufrientes y esperanzadas. Valiente, heroína bíblica, maestra, reina de la sabiduría y la discreción. Como única concesión a la innata coquetería femenina, María Ángeles no dice su edad (nunca un caballero pregunta los años que tiene a una dama). La de la caridad, que es amor.