He estado más de un mes seguido, no solamente asomado a la historia de Castellón a través del mundo del espectáculo con el Hostal de la Llum. Muchos de mis lectores me lo han agradecido en directo y a través de notas escritas en los modernos instrumentos electrónicos.

Antes de seguir, veamos lo que dice el nuevo Diccionario de la Real Academia de la Lengua:

«Espectáculo es la función o diversión pública celebrada en el teatro, en un circo o en cualquier otro local en el que se congrega la gente para presenciarlo».

Así que esto que está ocurriendo en la página del periódico del que soy titular desde hace ya un buen tiempo, pretendo que sea también un espectáculo.

Yo no soy un artista o un saltimbanqui, tampoco un conferenciante que hace gracias, aunque sigo teniendo la ilusión de las muchas veces que he sido galantejador de una Reina de las Fiestas o de Reinas Violantes d’Hongria con sus Dames de Companya.

Pero hoy estoy aquí para completar en la página la historia que me ha tocado contar con el Hostal de la Llum. Por ejemplo, me ha vuelto a llamar la atención con las citas, el mundo del circo. Y es que no puedo evitar el recuerdo de aquellos primeros años de fiestas en los años cuarenta. En cada mes de marzo, en cada celebración magdalenera, venían a Castellón al menos dos circos. Generalmente el Cortés y el Hervás. Y con los circos, un nombre mítico, al menos para las maduras generaciones. Me refiero al Capitán Milá. Es decir, lo inaudito, lo asombroso. El encanto de las mujeres, el entusiasmo de las muchedumbres que movía el popular Capitán Milá.

Y he de recordar otro nombre a continuación de Milá. Me refiero a Celia Gámez, otro gran mito. Cuando en 1945 estuvo en la Magdalena de Castellón, ya se decía que Celia Gámez, la reina del espectáculo frívolo o ligero, era la única a la que le bastaba leer la guía telefónica desde el escenario para despertar el interés y la atención del público.

Celia, en el Teatro Principal de Castellón, protagonizó el estreno de Yola. Y ofreció después Rumbo a pique, La cenicienta de Palacio y Si Fausto fuera Faustina.

LA MARQUESA. Bueno, aquel primer año fue también un espectáculo --un acontecimiento social, decían las crónicas--, el baile ofrecido por la Marquesa de San Joaquín en honor de la Reina de las Fiestas, Carmen Abriat Puig, en su palacio de la hoy plaza de Cardona Vives, con dos bufetes espectaculares y la actuación de las orquesatas Melódic y Los Gaupangos.

Otro espectáculo magdalenero fue el concurso que propició el nacimiento del pasodoble Rotllo i Canya, de José García Guinot, aunque su transcendencia ha ido madurando con el tiempo, hasta ser hoy todo un símbolo.

Estoy convencido de que habrá otros castellonenses que preferirían que yo pusiera un mayor énfasis en destacar aquellas grandes representaciones teatrales de Enrique Borrás, con El Cardenal, La loca de la casa, El abuelo o En Flandes se ha puesto el sol, de Marquima. Así como Una mujer sin importancia, de Irene López de Heredia, aunque el espectáculo popular era entonces la zarzuela en el Principal y en el recién inaugurado Rex. Los castellonenses tuvieron la ocasión de gozar de todo el repertorio que ofrecieron las compañías del Liceo de Barcelona y la de Francisco Bosch. Es decir, Bohemios, Los claveles, La dogaresa, El huésped del sevillano, La del manojo de Rosas y, además, con carácter de acontecimiento, las óperas Madame Buterflay y Tosca.

OBISPO. Unas apostillas: En 1946, por Magdalena, la primera página de nuestro periódico, lucía con el eco del desbordante entusiasmo que, especialmente en Burriana y en Vila-real producía la consagración como Obispo de Solsona de don Vicente Enrique y Tarancón al tiempo que aparecía la incorporación en el programa oficial, en 1947, de la Ofrenda a la Mare de Deu del Lledó, mientras el gran Dionisio Ridruejo era el mantenedor del Certamen Literario y la Sección Femenina. Aquella de Pepita Sancho, protagonizaba los primeros Festivales de Danza, de alto nivel. La Banda Municipal ofrecía conciertos, en directo, a través de la revista radiofónica Gaiata, de Radio Castellón, donde comenzaron a aparecer los primeros textos magdaleneros de personajes tan significativos como Eduardo Codina, Carlos G. Espresati, Sánchez Gozalbo, Luis Revest, Bernat Artola… Yo me encontré con esa herencia cuando, siendo jovencito, fui requerido para escribir los textos, dirigir e interpretar la revista, ¡qué recuerdos…!

ITURBI. Aparte de la presencia del famoso y cinematográfico pianista José Iturbi, de las buenas programaciones de la Sociedad Filarmónica y de las aportaciones de Educación y Descanso con sus rondallas, sus bandas de música y su cuadro de teatro en valenciano, que permitió aplaudir las primeras interpretaciones de las comedias costumbristas de Pepito Barberá, especialmente Del meu raval y sus Senta, Sento y Tafolet el espectáculo a partir de 1950 lo aportaron Los Guerreros del Pregó, con su aroma medieval, fundacional. Els Cavallers.

En resumen, unos y otros permitieron que yo también pudiera lucirme en los escenarios, haciendo teatro o entrevistando --como en la foto-- a un personaje popular como Narciso Ibáñez Menta, que vino a hablarnos del Un, dos, tres, responda otra vez…