Debería ser uno de los momentos más especiales de su vida y, sin embargo, va camino de convertirse en... «No, no diré pesadilla. Es más bien una tristeza que lo invade todo: los preparativos de su llegada, la ropita, el acopio de pañales, la decoración de la habitación...», afirma Núria. Y es que esta situación genera incertidumbres, como los cambios de parecer de los últimos días sobre la presencia de acompañantes en el parto. Tras el no inicial, ahora es que sí.

El primer golpe que avisaba de lo que venía llegó el día después de la visita a los paritorios del Hospital de la Plana, materialización del espectacular trabajo que están haciendo en el departamento de salud para la «humanización» de los nacimientos. «El 12 de marzo nos llega mensaje al Telegram de las matronas: las clases de educación maternal quedan suspendidas. ¿Y, ahora, cómo aprendo yo qué tengo que hacer cuando llegue el momento decisivo, si justamente me faltaban las clases más importantes? Echaremos mano de Youtube o de la innata sabiduría del cuerpo humano, qué remedio», dice.

Al día siguiente, el presidente del Gobierno avisó del estado de alarma. «Debo ser de las pocas que agradezco que lo hiciera en diferido, porque no tengo listas las cosas del bebé. Mientras el resto de la humanidad saqueaba supermercados, corro a la tienda de bebés a arramblar con todo lo que pueda hacerme falta los primeros días. Qué digo días, semanas. Ni regalos, ni visitas, ni nada.. Esto no va para 15 días».

«No puede entrar»

A los dos días, ecografía de semana 37 en monitores. «Yo, acojonada, ante un equipo médico parapetado en mascarillas, y mi marido en la sala de espera», detalla. No podía entrar. Afortunadamente, el bebé está bien y los pocos estudios, incipientes, del covid-19 indican que no hay peligro para el feto en caso de contagio. En cualquier caso, mejor que no suceda. «Seguimos siendo colectivo vulnerable», asevera.

Las rutinas, como las de todo el mundo, estallan en pedazos. Ni paseos, ni ejercicios de Kegel, ni gimnasio... El sedentarismo va pasando factura. Relata que, poco a poco, «vamos saliendo del shock y buscando alternativas: clases de suelo pélvico por internet, rutinas para embarazadas, consultas on line... Incluso las maravillosas chicas del gimnasio empiezan a mandar vídeos y articular clases en línea para que no perdamos la forma ni la cordura. El grupo de matronas, a las que nunca agradeceremos bastante su interés y ternura con todas nosotras, suplen las actividades en la medida que pueden con audios de relajación que me regalan cada día unos minutos de paz y conexión con mi bebé, al margen de todo el ruido».

A finales de semana, la cosa empeora. Empiezan a anular las visitas que no son vitales. «Y la mía con Laura, la matrona, parece que no lo es. Por un momento, estallo en lágrimas: es probable que mi marido ni siquiera pueda estar conmigo en el parto. Es una de mis principales pesadillas», confiesa. Aún así, la sensación es agridulce. Tras varios cambios de criterio por parte del hospital y la Conselleria, se decide que las parturientas estarán acompañadas, aunque manteniendo distancias con el personal médico.

Sus dudas van a más: «Estoy de 40 semanas, paso ya del día D, lo que, a cualquier embarazada, sobre todo si somos primerizas, nos asusta. Imagina si a ello se une la pregunta de qué vas a encontrarte cuando llegue el momento. ¿Estará el hospital, como dicen, saturado? ¿Podrán atenderme con los estándares de calidad y humanidad que han mantenido hasta ahora? Confío que sí, porque confío en la profesionalidad de nuestros sanitarios. Por el momento, no puedo tener queja: siempre que lo he requerido, he sido bien atendida. Pero la incertidumbre no deja de acechar».

Y otra cosa más. «Cuando nazca nuestro bebé, ni siquiera sus abuelos van a poder conocerle. Y eso me encoge el alma cada día», reconoce Núria.