Inversores procedentes de sectores distintos de la agricultura tensan al alza los precios de las tierras de cultivo en la provincia de Castellón, en un contexto en el que todavía están hinchados en cierta medida después de haberse disparado en los años de euforia económica.

Es la interpretación y la percepción que manejan desde la Unió de Llauradors i Ramaders de los datos oficiales de los valores medios de la tierra de cultivo que acaba de emitir la Conselleria de Agricultura, y del día a día que vive el campo castellonense.

Según las estadísticas, el precio máximo pagado por una hectárea de mandarino de regadío en este territorio fue de 61.500 euros, pero el secretario general de la Unió, Ramón Mampel, explica que en el caso de variedades con patente, por las que hay que pagar royalties, se suman a esta cantidad hasta 35.000 euros y un plus especulativo que puede alcanzar los 10.000 euros. En total, y en un caso concreto que sume todos los factores, la cifra final puede superar los 100.000 euros. En el extremo opuesto de la horquilla estarían las compras de tierra para arrancar los árboles y que, según su situación, pueden costar 20.000 euros por hectárea. En todo caso, Mampel insiste en que este último factor, más la variedad y el estado de la plantación, hace que las oscilaciones de los valores de mercado sean muy importantes en cada caso.

Pone también el acento en que «los agricultores no están comprando tierra, salvo alguna parcela colindante», sino que «son los inversores de otras actividades los que tensan al alza los precios y mantienen una situación de cierta especulación».

En todo caso, si los precios medios de huertos de naranjas y mandarinas bajaron en la provincia en el 2017 entre un 3 y un 5% en relación con el 2016, el promedio subió un 7,5% en las cotizaciones máximas para fruta pequeña, y bajó un 10,7% en el caso de las naranjas. Otro cultivo cuyos precios más frecuentes subieron en el último año es el del olivar de secano, +5,6%, al pasar de 8.630 a un total de 9.110 euros. En este caso, Ramón Mampel señala que el grueso de los compradores tampoco es agricultor, y viene «de fuera del campo».