Nacida en Castellón (30 de diciembre de 1947), con tres hijas y un nieto, Imma Puig Vicent, premio Olimpia de Gouges 2019, lleva toda su vida dedicada a la asistencia sanitaria y del alma de mujeres, jóvenes y ancianas. Coincidiendo con el 8-M, el Ayuntamiento de Castellón ha reconocido su trabajo como enfermera, cooperante en África, Máster por la Paz de la cátedra Unesco y activista en pro de la igualdad. Investigadora de indumentaria tradicional castellonera, es también autora de varias publicaciones y fundadora de la Colla Pixaví y de l’Agrupació Folclòrica Millars.

--¿Cómo ha vivido a título personal la lucha por la igualdad de género en su día a día?

-Yo no he sufrido opresión ni me he sentido nunca discriminada. He vivido de lo que yo ganaba con mi profesión. He sido enfermera en el Hospital General desde los 19 años. He colaborado como voluntaria en proyectos de ayuda a colectivos sensibles como el de las mujeres de etnia gitana en el matadero del barrio San Agustín de Castellón. Fui edila socialista en Castellón (1995-1999) y actualmente formo parte de grupos de mujeres activistas, como Adona’t o Dones del Liceu.

<b>--¿Cómo ha cambiado la vida para las mujeres a lo largo de estos últimos años?</b>

-Considero que se ha avanzado. Desde mi juventud estuve apuntada a grupos feministas y suscrita a una revista, Vindicación Feminista, muy interesante. Lo que tenemos hoy es gracias a lo que se ha hecho. Precisamente, la mujer que da nombre al premio, Olimpia de Gouges, ya propuso en plena época de la Ilustración un contrato social entre hombres y mujeres. En este reto aún seguimos igual. Se avanza, pero lento. Juntas somos más fuertes.

<b>--Actualmente, ante tantísimos casos de violencia de género en el hogar y agresiones sexuales, ¿qué se puede hacer desde la Administración pública?</b>

-Es necesario un presupuesto serio para proteger a las mujeres de la lacra de la violencia de género, para frenar tantas muertes y el sufrimiento de tantas otras.

--¿Y qué se puede hacer desde el punto de vista particular?

--Tenemos que ser reivindicativas. Si no salimos a la calle, si no hacemos huelga, etcétera, esto no parará. En el feminismo no hay violencia: es una actitud. Las mujeres han de decidir y los hombres se tienen que acostumbrar. Nosotras luchamos por la igualdad: no somos enemigas de los hombres. Las mujeres solo queremos los mismos derechos y que eso se aplique desde el ámbito doméstico de la casa y los cuidados al profesional del trabajo.

<b>--¿Y en el ámbito político?</b>

-En política se deben aprobar, pero de verdad, las reivindicaciones que hay. Es necesaria la unidad de las mujeres para avanzar. Yo, por ejemplo, tengo una clínica de fisioterapia y hemos hecho huelga el 8 de marzo; solo trabajamos dos horas de servicios mínimos. Hay que atajar la desigualdad salarial, todavía hay mujeres que cobran menos que los hombres. En mi época los enfermeros cobraban más que las enfermeras y ni lo sabíamos. Nos hemos enterado con el tiempo.

-- ¿La conciliación, es posible?

-A las mujeres nos han formado desde pequeñas en el cuidado. Es un aprendizaje. Los hombres también pueden aprenderlo y también los hay que cuidan.

--¿Cuál es el reto de género en una sociedad idílica?

-La equidad en todos los campos, a eso hemos de aspirar. Costará. Pero no soy negativa ni pesimista. Conozco casos de cambio. Siempre hay excepciones, como el caso de los jóvenes de la Manada, de los cuales hay poco que esperar. Pero en general, tengo esperanza en la implicación de los hombres en la igualdad, viéndolo con perspectiva. Se va avanzando, aunque poco. Es fundamental la educación en las escuelas. Ahí sí se progresa, educando sin segregar por género. Todo ha de venir por esa vía, por la educación.

--¿Cómo ha recibido este premio a su contribución a la igualdad de las mujeres? ¿Qué hitos destacaría de su trayectoria vital?

--Lo he recibido con sorpresa. Todos me dicen que es muy merecido. Yo a los 19 años ya trabajaba como enfermera en el hospital. Y son ya 50 años yendo como voluntaria a África, a tiempo parcial. La primera vez fui con un equipo de hospital, con Médicos Mundi. Y posteriormente, como cooperante desde los inicios de la oenegé Ajuda directa a Safané. Allí, en Burkina Faso, organizamos talleres de higiene, de salud, materno- infantil... La pobreza extrema es la que provoca enfermedades y su propagación. Ahora, la situación es muy peligrosa. Estuve en octubre y voy una o dos veces al año. Allí las mujeres casi no tienen derechos, ni siquiera a la tierra que les da de comer. El poder está en manos de los hombres, que tienen reservado el acceso a las tierras, fuente natural y generadora de ingresos. Y ellas están sometidas a casarse.

--En estas sociedades, el machismo es aún más incisivo...

-Allí la comunidad muestra predilección por los varones, mientras a las mujeres se les adjudica el rol de tener hijos y someterse a la voluntad de su marido. Además, la mutilación genital, que en África sufre una de cada tres mujeres, en Burkina Faso se castiga con seis meses de prisión.

--¿Cuál sería su enseñanza de vida, a partir de su experiencia?

-Estoy muy comprometida con la cultura de la paz y eso implica el respeto por las diferencias. En Burkina Faso es importante ayudar pero desde el respeto a su cultura, sin imponer. No vamos a defender la ablación, pero sí a las etnias.