El despertador suena a las 06.30. Mi mujer tiene que ir a trabajar al hospital. Hoy estamos un poco más tranquilos. Los equipos de protección individual ya han llegado. Solo han tardado cincuenta días más de lo mínimamente aceptable. ¡Ay, Señor! A veces es que protestamos por nada.

Desayuno mientras los niños juegan a Minecraft con las gemelas. Intentamos mantenerlos al margen de lo que está pasando, pero no siempre es posible. Entre las televisiones, que solo hablan del coronavirus, e Internet, donde el tema es recurrente, todos los días acaban viendo alguna cosa.

Bajo a mi perrita y compro el pan y el periódico. Hoy la cosa viene cargadita. ¡Madre del amor hermoso! El alcalde de Vila-real, José Benlloch, ha destapado que a algunos altos cargos del PSOE provincial no les mola que los alcaldes socialistas decreten duelos oficiales por los fallecidos del covid-19. En este sentido, habla de una conversación de wasap entre alcaldes, alcaldesas y altos cargos orgánicos socialistas en la que se debatió la idoneidad de estos lutos. Creo que esta conversación tiene que hacerse pública. El tema es de una bajeza moral tan grande que inhabilita para la función pública a quien haya manifestado según qué opinión.

Por otro lado se aviva el debate sobre cuánto nos miente el gobierno con las cifras de fallecidos. La Generalitat de Catalunya ha metido el dedo en la llaga y esto ya no hay quien lo pare. Incluso comunicadores como Pablo Motos o Risto Mejide, nada sospechosos de confraternizar con la ultraderecha, han puesto el grito en el cielo en sus respectivos programas. Ya no se trata de si el gobierno nos miente, el debate reside en cuánto, cuándo, cómo, por qué y para qué lo hace.

A media mañana preparo algo de picoteo y llamo a los niños. Tomamos taquitos de queso, fuet y jamón del serrano, como lo llama mi hijo pequeño. Más tarde nos ponemos con las tareas del hogar. Pasamos la aspiradora, hacemos las camas y ponemos una lavadora.

Compruebo la tableta que cayó malherida ayer. La hemos salvado. No hay nada como meterle un buen meneo a la vieja usanza para que lo último en tecnología vuelva a la vida. Antes de comer salgo al balcón y leo dos cuentos de Edgar Allan Poe; El escarabajo de oro y Los crímenes de la calle Morgue. Compré una deliciosa edición de Vicens Vives hace algo más de un mes y aún no había podido hincarle el diente.

Cuando me meto en la cocina, entre sartenes y pucheros, no sé qué cocinar. Miro la despensa una y otra vez, pero nada me motiva. Acabo friendo unas alcachofas con huevo. Ya veremos cómo responden mis lobeznos. De postre preparo fresas con azúcar. Durante la sobremesa nos sentamos todos juntos en el sofá y buscamos una buena película en Netflix. Acabamos seleccionando La momia. La primera entrega. En apenas tres días las hemos visto todas. Veo que se estrenó en 1999, lo que me recuerda dos cosas. La primera es la ilusión con la que Pepe Arcusa me contó, hace ya 21 años, que se iba al cine a verla con su novia. La segunda es que en ese año se estrenó Matrix. La película que cambió para siempre la forma de hacer cine.

A media tarde nos sentamos a leer de nuevo. Mi hijo mayor anda con las aventuras de Wigetta en las dinolimpiadas. A las ocho salimos al balcón a aplaudir. Si no nos aplaudimos entre nosotros, ¿quién lo hará?

Ha pasado un día más sin que escriba una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor