Nos levantamos a las 08.00 y preparamos el desayuno. Salgo a caminar con mi perrita por la zona de Lledó. Mi mujer e hijos se quedan haciendo los deberes. Madrugar está sobrevalorado. Troto cinco kilómetros y llego a casa empapado en sudor. Así da gusto.

Veo que continúa la guerra entre el Gobierno autonómico y el Gobierno central a cuenta de la desescalada. No me extraña. Un abogado valenciano ha llevado al ministerio de Sanidad a los tribunales por prevaricación. Exige saber quiénes han decidido lo que se ha decidido y con qué motivaciones. La cosa acabará muy mal en caso de haberse empleado criterios diferentes en la toma de decisiones para las distintas regiones. Especialmente mal para el ministro Illa, el club de listos y una parte importante del ejecutivo. Se prevé una cascada (handjob), un torrente (blowjob), un genuino squirting de demandas y querellas contra el Gobierno central y muchos autonómicos para cuando acabe el estado de alarma. España no se ha visto antes en una situación así. Veremos cómo evolucionan los acontecimientos.

A las 10.00 me escribe un wasap mi amigo Jesús Broch para informarme del lío monumental que se ha armado en Oropesa a cuenta de una obra en La Renegà. Al parecer se ha iniciado la construcción de un centro de interpretación marino en el bello paraje que todos conocemos, y se presumen ciertas discrepancias sobre su legalidad. Desconozco el tema, pero le prometo informarme.

Veo que Santiago Segura ha afirmado en una entrevista televisiva que si Torrente hubiera tenido que gestionar esta crisis habría actuado de la misma forma que el gobierno de Sánchez. ¡Madre mía! ¿Es para reír o para llorar?

A las 12.30 bajo a comprar el pan y el periódico. Me acerco al quiosco de Santi y Rosa, y charlamos sobre lo divino y lo humano. Cada cual protegido por su mascarilla y respetando los preceptivos dos metros de distancia. Las relaciones sociales, tal y como las conocíamos, han muerto.

A las 13.30 preparo la comida. Macarrones con tomate, queso, cebolla frita, longaniza y ajitos tiernos. Mel de romer! Como no me he echado la siesta del borrego, después de comer me siento junto a mi mujer en el sofá del amor (así llamamos al sillón reclinable doble que compramos hace unos meses) y caemos rendidos. Dormimos una hora entera. Después vemos un par de capítulos de Mujeres trabajadoras, la serie de Netflix. Hemos decidido no ver más ciencia ficción durante un tiempo. Para ciencia, la que tenemos cada mañana con los deberes de nuestros hijos. Para ficción, las mentiras que suelta un día sí y otro también el presidente del Gobierno.

A las 17.30 preparamos el tablero del mundo. Vamos a jugar al Risk y a conquistar los cinco continentes. Mi hijo pequeño está emocionado. Hace mucho que no jugábamos. Habíamos perdido la costumbre. Se pone el sombrero de Napoleón y se dispone a leernos la cartilla. Piensa que estamos en Austerlitz, pero no. Esta es la batalla de Waterloo. Yo me pido ser el duque de Wellington y mi hijo mayor el mariscal de campo Gebhard von Blücher, y vamos a darle su merecido.

A las 20.00 salimos a aplaudir al balcón. Quedamos muy pocos. Lo cierto es que se me hace extraño aplaudir desde el confinamiento casero cuando el bulevar está repleto de gente haciendo deporte. Esto se acaba.

Cenamos algo ligero y vemos unos dibujos animados bastante entretenidos. Y así pasa un día más sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor