Todas las órdenes militares tenían su cabeza organizativa y jerárquica con el ‘maestro’, quien poseía competencias ejecutivas, económicas, políticas y de gestión señorial sobre sus vasallos. El cargo era vitalicio, incluso en algunos casos conflictivos. A finales del siglo XVI, en 1592, y a la muerte del maestro fray Pere Lluís Galcerán, el Rey Felipe II, según había pactado previamente, incorporó al cargo de maestro de Montesa a la Corona, tal como había ocurrido en las otras órdenes militares un siglo antes con los Reyes Católicos. Con ello, durante los siglos XVII, XVIII y principios del XIX existió la figura del lugarteniente general de la Orden de Montesa dentro de su gobierno interno.