Teletrabajar, una de las expresiones asociadas al covid-19, ha pasado de ser un deseo al alcance de pocos antes de la pandemia a un obstáculo en pos de la conciliación. Sí, trabajar desde casa era lo que todos querían hace unos meses, pero la nueva realidad lo ha convertido en casi un imposible, cuando coinciden, en el tiempo y en el espacio, lo laboral y lo familiar. Todo se solapa, las jornadas se alargan, las obligaciones aumentan (sobre todo, las derivadas de las clases on line), lo que aumenta el estrés y la frustración en padres y niños, con un horizonte repleto de dudas de hasta cuándo durará.

Se gana en flexibilidad, ahorro de tiempo y dinero en transporte, la comodidad de estar en el hogar... pero aumentan las distracciones, más aún si hay que atender a los hijos a tiempo completo. Ya no es solo alimentarles y entretenerles (con la limitación de poder salir solo una hora a la calle), sino ejercer de profesor debido al cierre de los centros de educación.

El tan ansiado teletrabajo ha mutado en un sobreesfuerzo demoledor, abuso de límites de horario, frustración por falta de tiempo o por no poder explicar a los hijos la materia, lo que va en perjuicio de la tan perseguida conciliación familiar.

Sirvan testimonios como el de Inés, maestra de Infantil en Almassora y madre de Martín (3 años), quien lo ha comprobado de manera personal y como profesional de la educación: «Para muchas familias ha sido difícil compaginar el trabajo en casa con las clases on line». Admite que la educación, al menos en la etapa de Infantil, no puede plantearse de forma virtual a largo plazo. «Lo mejor sería una bajada de las ratios», arguye. Los también profesores Antonio y Mª Ángel (ella, a tiempo parcial) llegan a la conclusión de que «en el sector de la educación, el teletrabajo se puede utilizar como complemento, pero nunca sustituir a la educación de forma presencial».