Una de las noticias con mucho sentimiento que se ha producido en estos últimos días, se refiere al fallecimiento de la grandiosa estrella del bel canto Montserrat Caballé, que tuvo el gesto de interpretar en sus conciertos --y también en sus grabaciones en elepés y cedés--, alguna de las obras de nuestra Matilde Salvador en tiempos del brillo de su ópera La filla del Rei Barbut.

Tuve la suerte de mantener algún contacto personal con Matilde en mis años teatrales y cuando, a partir de 1957, tuve ocasión de descubrir su devoción por la Sociedad Castellonense de Cultura y por las gentes que habían firmado les Normes de Castelló. También recuerdo ahora su interés por los temas de dibujo y pintura. Y aquellos gestos suyos de sentarse en la primera filas de uno de los locales del Festival de Guitarra de Francisco Tárrega; yo lo presentaba para sustituir al habitual y singular Chencho, cuando este enfermó. Ella y su hermana Josefina me insistían amistosamente y en voz baja para que yo hablara en valenciano.

QUIÉN ERA. Bueno, digamos rápidamente que estrenó una ópera en el Liceu de Barcelona y que tiene en Castellón la Medalla de Oro de la Universidad Jaime I, que es Hija Predilecta de Castellón y Dona de l’Any 2004. Lleva su nombre un instituto de enseñanzas medias y su ópera La filla del Rei Barbut ha viajado en el tiempo desde el teatro Principal al entonces nuevo Auditorio y otros escenarios de España.

Un sábado de Gloria, el 23 de marzo de 1918 nació en la casa número 10 de la calle Falcó, junto a la Puerta del Sol, hija de Josep Salvador Ferrer y Matilde Segarra Gil. Tres años después nació su hermana al amparo de su abuela Matilde Gil, oriunda de Requena, mujer de gran carácter que vivía en la calle de Enmedio, arriba de lo que entonces fue mágica aquella tienda de comestibles del Pilar. Sus juegos tuvieron el escenario de la acera de San Miguel, hermosa pieza del siglo XVII que ya, en mi época, Matilde, codo con codo en el pintor Juan Bautista Porcar, tanto defendía para evitar su derribo.

Lo que siempre recordaba Matilde, de todas maneras, eran aquellos veranos en el maset de dalt de la vía del tren, el de las palmeras, donde su familia la llevó para que le entrara la gana de comer. Y también que fue su abuela la que le enseñó a leer y escribir y le hizo un regalo que fue su gran ilusión durante unos años, un atlas, un atlas con el que prepararon con tiempo un viaje a Egipto, donde la niña vio por primera vez la tumba del faraón Tutankamon, descubierta por aquel entonces en el valle de los Reyes.

Su tía, Joaquina Segarra, notable pianista, la sentó frente al piano a los seis años de edad. Y le obligaba a tocar, una y otra vez, el minué de Don Giovanni, de Mozart. Su padre la estimulaba con algunas perritas, en función del grado de interpretación de la niña y su corrección. Me contó que una vez llegó a darle un duro, que era una fortuna entonces.

Lo cierto es que, en aquel ambiente familiar, de tradición artística y musical un tanto bohemia, en 1933 ya estrenó Matilde su primera composición coral, Com és la lluna, acompañando al violín su joven hermana Josefina. Y estudió piano y composición, con exámenes brillantes para el título en el Conservatorio de Música de Valencia. Hasta que en su camino, como profesor de Armonía y Orquestación, apareció el maestro Vicente Asencio Ruano, con quien se casó en 1943.

Tuvieron una hija, también Matilde, que con el tiempo se casaría a su vez con el músico José Evangelista y durante un largo tiempo, residieron en Canadá. Tuvieron dos hijos, Gabriel y David y el mayor ya fue el Jesuset en el teatro, representando la ya muy popular obra de su abuela El Betlem de la Pigá. Ocurrió la fiesta en los años ochenta.

CASTELLONERA. A partir de 1957 yo empecé también a descubrir el alma y el comportamiento como castellonera, de Matilde Salvador. Me visitaba muy a menudo en la librería Armengot. Y por lo demás, puedo decir ahora que todo lo que no me cabe en esta página de los sábados, está en los libros de historia de la música. En la universal, pues algunas de sus composiciones han ido traspasando fronteras, sobre todo a partir de aquel 31 de marzo de 1943 en que estrenó su primera ópera, La filla del Rei Barbut, en el teatro Principal, argumento escrito por Manuel Segarra inspirado en el Tombatossals, de Josep Pascual Tirado.

Su segunda ópera fue Vinatea, estrenada en el Liceu de Barcelona, en 1974, entre el fragor de una extensísima producción musical con cuatro ballets, entre los que hay que citar los que le encargaron los bailarines Rosario y Antonio. Además, 24 ciclos de canciones para voz y piano y 50 obras corales. Claro que insisto en el que más aplaudido fue el Betlem de la Pigá, que ya ha sido fiesta popular todos los años durante un largo tiempo.

Sus villancicos se cantan en todas partes y la Nadala del Desert, es sonido y aroma que forma parte de todos los castellonenses.

En 1945 estrenó la Marxa de la Ciutat de Castelló, premiada en aquel primer certamen y adoptada como himno oficial en 1987.

Miembro de cien jurados musicales y muchos actos culturales, calles a su nombre en toda la Comunidad, homenajes de cien asociaciones y corales de España y Europa. Y la satisfacción de todos al conocer las interpretaciones de sus obras por Victoria de los Ángeles y Montserrat Caballé, también aquellas memorables al piano del maestro José Iturbi. Y entre las distinciones, Valenciana y Dona de l’Any, Fadrí d’Or, Medalla de les Festes de Castelló y de la Universitat Jaume I.

En un aspecto que se conoce poco ahora, destacó también Matilde, como dibujante y pintura, hasta que apareció por sorpresa su producción pictórica sobre vidrio, que recuerdo causó impacto en la galería El Campanar en 1985. Formó parte de la campaña ‘Castellón de la Memoria’ Bernat Artola le cantó: La meua xiqueta es l’ama del corral y del carrer…