Ya se ha reflejado aquí, en alguna página, mi condición de niño y adolescente de la calle del Gobernador Bermúdez de Castro y mis múltiples vivencias frente al palacio del señor Obispo. Bueno, pues allí tuve ocasión de ser vecino de Miguel de Sanmillán. Y cuando me planteo rendirle el homenaje, el recuerdo es lo primero que me llega. Vida pacífica y sosegada, convertido en destacado autor en su tiempo de diplomas y pergaminos conmemorativos, con el uniforme pseudo-militar de la Cruz Roja o con la aureola de artista gaiatero. Maestro de escuela, defensor de costumbre y tradiciones castellonenses. Con su cordial bondad y sus dotes excepcionales para el dibujo y las artes plásticas para sus miniaturas, que eran auténticas joyas, en diplomas y pergaminos, tuvo la suerte de encontrar en sus últimos años (falleció el 18 de mayo de 1976), la compañía y el cariño de su esposa, Juana Ginesa Candela Romero (que falleció en el año 1995), siempre también muy cercano a sus hermanos, José y Carmen.

LAS GAIATAS. Aquel tiempo entre 1944 y 1945 en que se fraguó y se puso en marcha una nueva etapa de las fiestas de la Magdalena permitió, entre otras muchas cosas, la aparición de la Cabalgata del Pregó con su sabor inigualable, como en tiempo anterior había sido la Romeria de les Canyes y, de modo muy especial, sirvió para que aparecieran ante los ojos del mundo las monumentales gaiatas y, con ellas, un pequeño grupo de artistas creadores con nombres tan significativos como Rafael Guallart, Escoda, el propio escultor Adsuara, también Rafael Marmaneu, después Tico Bernat y otros, pero de modo especial Miguel Sanmillán Arquimbau quien, desde un principio, lo tuvo claro: «Hemos de conseguir un monumento para la noche, pero que debe mantener atractivo y plasticidad durante el día».

Ya se decía que Sanmillán era un ortodoxo del clasicismo barroco, con el empleo de la madera tallada, siempre en busca de la perfección en el diseño y la realización de monumentos gaiateros, corazón magdalenero.

El aseado periodista Palazón Granchel dejó escrito que Guallart, Marmaneu y Sanmillán constituían un trío convertido en el sancta sanctorum de la escultura de madera, ya la materia noble luciendo deslumbrante entre monumentos gaiateros.

LA VIDA. La punta de lanza se encuentra cuando en el Heraldo de Castellón, en su edición del 14 de noviembre de 1900, publicaba la noticia de la boda del popular marmolista Miguel de Sanmillán con la profesora de pintura --imitación a bordado, dice la nota-- Elena Arquimbau, que incluye además quienes fueron los padrinos, aclarando los nombres de Joaquín Ayala y Felicinda Flors, de Vila-real, tía ésta de la desposada. Incluso añadía, como era preceptivo en aquellas notas de sociedad, que hubo un espléndido lunch para los invitados y que el famoso «viaje de novios» se inició en la estación de ferrocarril a las diez de la mañana, que llevó a los recién casados a València para pasar allí unos días. Por aquel entonces también se anunció que el marmolista había trasladado su domicilio a la casa número ocho de la calle Enmedio, donde tenía expuesto el muestrario de lápidas y demás trabajos del arte en mármol. Y entre unas y otras cosas, también en aquel tiempo apareció esta noticia que entrecomillo: «Se concede la Medalla de Plata libre de gastos, entre otros, a don Miguel de Sanmillán por los extraordinarios servicios prestados en el periodo de repatriación de las tropas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas…».

LA CRUZ ROJA. La vinculación de los Sanmillán con la Cruz Roja ha sido siempre notable. En la relación de la institución benéfica en Castellón a principios del siglo XX, se citaba como presidente a don Gaetá Huguet y con él a gente tan significada como Victorino Fabra, Ricardo Carreras o José Castelló y Tárrega. Ya figuraba Miguel de Sanmillán como secretario del distrito principal. Y, pasado el tiempo, en la relación nominal del personal perteneciente a la plantilla de Castellón, el 9 de febrero de 1943, figuraba como Inspector Médico don José Guallar Lluch. El capellán era don José María Guinot Galán, con el doctor José Lahuerta, del Grau, y un sargento llamado Ángel Navarro Seder, sastre, el hermano de Mario. Como camillero Marino Ferrer y, como oficiales de primer nivel, a los hermanos Sanmillán Arquimbau, Miguel como capitán y José como teniente. En una de las compañías, la primera, el Capitán Médico era don Francisco Artola Tomás, el hermano de Bernat Artola, y como oficiales Francisco Tormo Ribes, el que fuera notable realizador radiofónico.

LA RIADA DEL 49. Castelló sufrió con angustia la tristemente famosa riada del 29 de septiembre de 1949, como consecuencia de las lluvias torrenciales que se desencadenaron durante la noche anterior. Se desbordó el río Seco y las aguas invadieron gran parte de la ciudad y su término municipal. Afectó sobre todo a las barriadas de Els Mestrets y la Guinea, así como la zona baja del término. El espectáculo fue en verdad pavoroso y murieron once personas. También gran número de familias modestas perdieron sus hogares y enseres. Aquel día se puso de manifiesto la gran labor de la Cruz Roja de Castellón, que desempeñó un papel providencial en la lucha contra las consecuencias de la tragedia que se vivió en aquella jornada. Unos meses después, ya en 1950, la Asamblea Suprema de la institución recompensó de alguna manera a todos cuantos se habían significado con el indudable peligro en ayuda de los necesitados, de las víctimas.

El presidente era entonces el coronel Andrés Villaescusa y la presidenta de honor, nada menos que la ilustre María Juan. La Medalla de Plata la recibieron Miguel de Sanmillán y los médicos José Guallar Lluch y Francisco Artola Tomás y otros seres humanos, protagonistas en aquel suceso histórico que tanto conmovió a todos.