«La mar, lo último». Si se pregunta a cualquier pescador de Castellón si quiere que sus hijos se dediquen a uno de los oficios más antiguos de la humanidad, la respuesta en casi unánime. «Este es un trabajo muy duro, muy sacrificado y queremos lo mejor para nuestros hijos», describen la mayoría de los marineros. Y eso que todos llevan el salitre en la sangre. Porque la mayoría de los que siguen en activo han heredado el negocio de sus padres, algunos incluso de sus abuelos, pero los altos precios del gasoil, el aumento de las restricciones y unas sanciones cada vez mas duras han provocado que este sector ya no sea, ni de lejos, lo que fue. Y eso que los números del 2018 han vuelto a dar algunas alegrías. Y lo han hecho por partida doble. Porque si la pesca tradicional vuelve a crecer en Castellón, la acuicultura todavía lo hace más. Entre las dos actividades ya mueven casi 48 millones de euros al año. Un negocio redondo y bajo el mar.

Tras unos años a la baja, las cifras del último ejercicio han dado un respiro a quienes en Castellón se dedican a la mar. Durante el último año, en los puertos de Castellón desembarcaron 10.754 toneladas de pescado y marisco, unos productos que alcanzaron un valor en lonja de algo más de 32 millones de euros. Unas cifras que, según las estadísticas que maneja la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente, suponen un 25% más que las registradas un año antes. Y la clave está en las medidas de protección de los fondos marinos. «Estos datos quitan la razón a todos aquellos que dicen que los caladeros están esquilmados. Con la autogestión podemos obtener resultados muy positivos», apunta Manuel Albiol, secretario de la Federación de Cofradías de Castellón, donde están los pescadores de la capital, pero también los de Burriana, Peñíscola, Vinaròs y Benicarló.

Los datos son incontestables, pero quienes se ganan la vida en la mar aseguran que la pesca hace mucho que se enfrenta a un complicado salto generacional. Un problema que se reproduce en el resto de España, donde muy pocos jóvenes toman el relevo de sus mayores. Y la profesión cae en picado. Unos datos bastan para entenderlo: hoy la flota pesquera de la provincia está compuesta por 150 embarcaciones, la mayoría de artes menores y arrastre. Hace diez años eran más de 300. Y con el número de trabajadores sucede prácticamente lo mismo. Hoy son 1.203 los profesionales dados de alta en el régimen especial del mar (1.038 por cuenta ajena y 165 por cuenta propia), mientras que hace veinte años superaban los 2.000.

Sin relevo generacional

Al compás de esta bajada del número de trabajadores, ha habido un envejecimiento del sector. De hecho, y según los datos que maneja el Ministerio de Trabajo, apenas el 8% de los trabajadores del mar tiene menos de 30 años. Hace un década era el 11%.

La flota va claramente a la baja y ese descenso es una constante en todos los puertos de la provincia. «En Vinaròs quedan 27 embarcaciones y hace unas décadas superaban las 80» recuerda Jaime Federico, secretario de la Cofradía de Pescadores de una localidad en cuyo puerto desembarcaron el año pasado 996,7 toneladas de pescado y marisco. Un 15% de todos esos productos va a Mercadona; otro 15% se queda en el mercado municipal y en las pescaderías de Vinaròs y el resto viaja hasta Barcelona, Madrid, Zaragoza o Sevilla. «También exportamos, sobre todo a países como Italia, Grecia y Alemania», añade Federico, que defiende la calidad del pescado made in Vinaròs.

A unos 90 kilómetros al sur, en el puerto de Burriana, el panorama es un calco. «En estos momentos tenemos 23 embarcaciones, de las que ocho son de arrastre. En 2015 eran un treintena», explica el secretario de la Cofradía, Juan Bautista Borja, que asegura que al alto precio del combustible se une una legislación muy cambiante. «Las leyes varían constantemente y eso nos marea muchísimo», sentencia.

En Burriana, el 2018 fue bueno y este año se presenta excepcional, al menos, en lo que se refiere a capturas de pulpo y sepia. «Por primera vez hicimos la veda en septiembre y desde octubre del 2018 al pasado marzo las capturas de pulpo han crecido por encima del 250%. Y las de sepia también se han disparado», resume el secretario de la Cofradía. En cambio, la sardina y el boquerón han ido a la baja. «Se trata de unas especies que se desplazan mucho y este año lo han hecho hacia el norte, hacia Cataluña», añade.

Récord en acuicultura

La pesca lucha por salir adelante y la acuicultura crece y crece. De las piscifactorías de la provincia salieron el año pasado 3.325 toneladas de pescados, fundamentalmente dorada y lubina, que alcanzaron un valor de 15,6 millones de euros. En el conjunto de la Comunitat Valenciana la producción ya roza las 17.000 toneladas. «En uno o dos años se podrían alcanzar, según las perspectivas del propio sector, las 76.000 toneladas de productos acuícolas», aseguran desde la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente.

La acuicultura está en racha y en Castellón el número uno es Frescamar Alimentación, con sede en Burriana. «Una de las claves del éxito de este sector es que tenemos un producto que ofrece una proteína de gran calidad a un precio asequible. La otra es que la población va en aumento como también crece su capacidad económica y la concienciación relativa a los beneficios de la ingesta de pescado para la salud», argumenta Tahiche Lacomba, director general de una empresa que este año ha recibido el premio Empresa del Año que otorga el periódico Mediterráneo.

Perteneciente al grupo Andromeda Ibérica, el 60% de la producción de Frescamar se consume en España, mientras que el 40% restante se exporta a países como Portugal, Francia, Italia, Bélgica o EEUU. «El pescado se comercializa tanto en fresco como congelado y también se ofrece entero o en formatos de valor añadido», explica Lacomba que insiste en que la acuicultura se convertirá, en pocos años, en una alternativa a la pesca tradicional. «Eso conllevará a un enriquecimiento de la oferta de especies», dice.