Ramón Tena es uno de los autónomos que se ha visto obligado a poner en marcha un ERTE debido a la crisis del coronavirus. «Una chica me ayudaba en el quiosco, pero con esta situación le he tenido que decir que, de momento, no me puedo hacer cargo de su nómina», explica. Es la misma realidad que se vive de forma generalizada en todo el país.

«Ahora estoy yo solo. Me levanto un poco antes, hago el reparto de prensa a los cuatro sitios que siguen abiertos de los más de 50 a los que iba diariamente y ya me pongo en el mostrador», relata el encargado del quiosco situado en la calle Moncofa de la capital de la Plana, que como dicta el real decreto de estado de alarma es uno de los establecimientos que tienen permiso de apertura por cumplir un servicio de los denominados de «primera necesidad», como es la venta de prensa escrita.

La prensa aguanta el tirón

Precisamente, los periódicos, en especial Mediterráneo, son los productos que aguantan mejor el tirón. «Lo que es el papel se vende incluso un poco más que antes», apunta Ramón. El resto de género se queda, prácticamente, sin tocar, en las estanterías. «Sobre todo por las tardes. No se vende nada y el abanico de snacks, papelería, bebidas, gominolas... no tiene salida», lamenta Ramón, acostumbrado al trasiego constante de público a las horas de entrada y salida del colegio Mestre Canós, que tiene enfrente. «También la suspensión de sorteos de la ONCE o la paralización del transporte público ha frenado la afluencia, ya que aquí también nos encargamos de recargar las tarjetas de los autobuses o del TRAM», añade.

Manual de resistencia

Ramón, como el resto de personas que se exponen al riesgo de contagio por su contacto diario con clientes, ha puesto en marcha su propio manual de resistencia ante la crisis del coronavirus. En su local, «de apenas 30 metros cuadrados», solo entran dos clientes por turno. «No he puesto mampara, pero sí un mínimo de separación con la gente de metro y medio. Después, estoy todo el tiempo limpiando y desinfectando el mostrador», comenta.

Una vez garantizada la seguridad, el siguiente reto es el de aguantar económicamente. «Voy a sufrir, lo tengo claro. Los ingresos han bajado y las ayudas para autónomos no están claras», se queja este quiosquero que se resiste a bajar la persiana «pese a que lo que te recomiendan es que cierres para poder optar a ayudas». Como suministrador de un bien de primera necesidad como la prensa escrita, Ramón quiere seguir su labor: «No quiero ni perder clientes, con lo que cuesta hacerlos, ni estar en casa sin hacer nada».