Fueron días tristes, negros, muchos de ellos lluviosos, cuando la luz no se atisbaba al final del túnel. Los castellonenses pasaron la primavera confinados, donde las horas se hicieron muy largas. Ahora la llegada del verano casi coincide con el fin del estado de alarma que limitaba los movimientos. El espíritu mediterráneo se impone gracias a la ralentización de la pandemia, aunque no hay que bajar la guardia porque la amenaza de un rebrote está ahí. El coronavirus no se ha ido, se ha logrado controlar, pero si no se respetan las directrices sanitarias marcadas para la nueva normalidad los esfuerzos pueden caer en saco roto y las consecuencias ser incalculables.

Sin duda, la cara más amarga de estos últimos meses es la que deja el balance de fallecidos. Un total de 227 castellonenses han muerto por el virus, dejando desoladas a sus familias, en un adiós solitario que rozó lo inhumano, pero que era de obligado cumplimiento para evitar contagios cuando los hospitales más carga asistencial soportaban. Durante el pico, a principios del mes de abril, hubo más de 200 hospitalizados, cerca de 40 en las unidades de cuidados intensivos (UCI), que tuvieron que doblar su capacidad. Ahora solo quedan ocho pacientes ingresados, ninguno de ellos en la UCI. Hubo días de noticias dramáticas con 11 fallecidos en la provincia en solo 24 horas o cerca de un centenar de contagios en una jornada.

Los sanitarios tuvieron que luchar contra una enfermedad desconocida, a la que, al principio, plantaron cara con gran profesionalidad, pero sin la protección necesaria. Todavía medio millar de ellos están contagiados en la Comunitat. De la falta de material también se aprendió y ahora la Generalitat almacena suficientes medios para dar respuesta durante seis meses.

Para ellos y para todo el personal esencial fue el emotivo aplauso de las 20.00 horas, que permanecerá en el recuerdo colectivo.

revés económico // Con prudencia, se podría afirmar que lo peor ya ha pasado, pero la crisis sanitaria ha derivado en una recesión económica, cuyas consecuencias resulta complicado predecir. Más de 40.000 castellonenses entraron en expedientes de regulación temporal de empleo, algunos de los cuales ya se han ido reincorporado según se relajaban las medidas del confinamiento, pero se teme una subida del paro.

Fueron muchos los que se encontraron sin nada, desbordando los servicios sociales municipales pidiendo ayudas. Una vez más Cáritas y Cruz Roja han estado al lado de ellos. De ahí la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, que puede beneficiar a 10.000 familias de la provincia.

Solo queda confiar en que la temporada turística deje buenos datos para este sector clave de la economía provincial, ya que el 75% de los visitantes son nacionales. Otro aspecto clave es la reactivación de las exportaciones para la industria cerámica.