«Mi padre nos protegió mucho de todo lo que había vivido porque éramos pequeños», relata Richard Alagarda al rememorar la historia de su progenitor, Amadeo Alagarda Ballester, nacido en Nules y panadero de profesión. Un hombre que, seguramente, jamás imaginó la odisea que el destino le tenía reservada. Sus cuatro condecoraciones parecen poco al compararlas con haber sobrevivido a dos guerras en primera línea de frente y a su paso por dos de los campos de concentración y exterminio más terribles de la Alemania nazi: Mauthausen y Auschwitz-Birkenau. Mencionarlo sobrecoge. Era el infierno en la tierra, tal como lo describen numerosos supervivientes. Resulta lógico que prefiriera no hablar de ello, especialmente cuando sus hijos, Richard y Françoise, eran niños. Nunca pudo deshacerse del fuerte trauma que le supuso aquella vivencia.

Su sobrina Julia recuerda oír comentar en la familia que el tío Amadeo ya no volvió igual después de aquello. «¿Cómo voy a estar yo bien, después de todo lo que he visto y lo que me han obligado a hacer?», cuenta que se preguntaba Amadeo las pocas veces que accedía a hablar de las horribles experiencias que había tenido que vivir.

Guerra Civil

La Guerra Civil pilló a Amadeo con 21 años, en edad de servicio militar. Fue llamado a filas. Como republicano de izquierdas se implicó rápidamente en el bando leal a la República. Durante la contienda plantó cara al fascismo y a los nazis en Teruel o en batallas como la de Guadarrama. «Hacía mucho frío en invierno y no tenían demasiado material», explica su hijo Richard sobre este episodio. El único apoyo extranjero con el que contaban era el de la Brigadas Internacionales. Aquel conflicto sólo era un banco de pruebas para lo que se gestaba en el resto del mundo.

Tras la derrota, como cientos de miles de españoles se exilió a Francia. Allí ingresó en el campo de refugiados de Saint-Cyprien, cerca de los Pirineos. Pero el país vecino no estaba preparado para acoger a tanta gente y las penurias y la escasez hacían mella hasta tal punto que tenía que dormir a la intemperie. El estallido de la II Guerra Mundial le presentó la oportunidad de salir de allí. El Gobierno francés ofrecía la opción de alistarse y engrosar las filas de su ejército para hacer frente a la invasión alemana. «Tenía fe en su ideología», comenta Richard, que repite la frase con la que su padre justificaba la decisión de tomar las armas e ir de nuevo a la guerra: «No hemos peleado tres años para quedarnos así, vamos a seguir la lucha». Pasó a formar en el 22 Regimiento de Marcha de Voluntarios Extranjeros hasta que, en junio de 1940, le alcanzó de nuevo la derrota.

Le capturaron en la región del Somme, al norte de Francia, tras una refriega en la que los alemanes acabaron rindiendo honores a los enemigos por su aguerrida defensa cuerpo a cuerpo de la ruta hacia París. Tras esto, fue enviado a Bremen, a un stalag en que la Gestapo le sometió a «brutales» interrogatorios y desde donde decretaron su deportación al campo de Auschwitz-Birkenau como preso político.

Como una macabra broma del destino, Amadeo ingresó en Auschwitz I el 18 de julio del 1941, justo cuando el franquismo celebraba los cinco años del golpe de Estado. Las casualidades marcaron su vida; una de ellas le sacó de aquella factoría de la muerte. Tras meses interno, un oficial que hablaba castellano reconoció su acento. En cuanto supo de su procedencia le espetó que aquél no era el campo en el que tenía que estar, que ése era para otro tipo de deportados. Los nazis ya planificaban la solución final.

El 28 de febrero del 1942 llegó a Mauthausen, el campo de los españoles, donde pasó un tiempo en el recinto principal hasta que le derivaron al subcampo de Steyr. Allí lo utilizaron como mano de obra esclava para fabricar motores de avión y armamento de guerra. Un bombardeo aliado inutilizó las instalaciones en el 1944 y fue devuelto al campo central, en el que permaneció hasta la liberación del mismo el día 5 de mayo del 1945. Para entonces pesaba unos 45 kilos. «No hubiera podido aguantar unos meses más», asegura su hijo.

Una vez libre, lo acogió una familia española afincada en la localidad de Castres, cerca de Toulousse. Allí conoció a la que sería su mujer, Julieta Villuendas, hija de emigrantes españoles. Con ella rehizo su vida y formó una familia. Françoise y Richard le dieron cuatro nietos. Desde entonces tuvo una vida tranquila y feliz en la que nunca le faltó el amor familiar.

Amadeo falleció en el 2005 a los 89 años. Su experiencia prueba que nada de lo que sucede en el mundo es ajeno, que quizás a la vuelta de la esquina haya alguien a quien le toque de cerca, y que para el mal en estado puro no hay distancias.

Este lunes se cumplieron 75 años desde la liberación del campo de exterminio. No hace mucho, no muy lejos, rezaba la exposición itinerante que arroja luz y verdad sobre Auschwitz. Al final del recorrido de la muestra en Madrid, un panel recogía los nombres de los únicos 66 españoles que sufrieron el horror de este campo de exterminio. Hubo siete valencianos. Amadeo Alagarda Ballester era el único de la provincia de Castellón en un listado que no alcanza a compilar el relato de tantas personas cuyo periplo y sacrificio merecen ser contados por respeto a su memoria y al dolor que sufrieron.