El sector del ocio nocturno ha sido quizás, y casi nos atreveríamos a quitar el quizás, el más castigado por la pandemia y las medidas de prevención puestas en marcha por las diferentes instituciones para intentar cortar la cadena de contagios por covid-19. Son ya más de siete meses de inactividad, cinco o seis semanas menos para aquellos privilegiados que pudieron abrir al público --con un tercio del aforo-- durante los meses de junio y julio. Los ingresos han ido cero durante más de medio año. Pero los gastos se mantienen. Impuestos municipales, económicos, cuotas de autónomos y, por supuesto, alquileres han seguido su curso, con mayores o menores prórrogas o sin ellas. Una situación límite para los aproximadamente 600 trabajadores y trabajadoras del ocio nocturno castellonense. Este miércoles (19.00 horas) amplificarán su SOS por la supervivencia en una concentración en la plaza Mayor de la capital de la Plana.

Mediterráneo ha querido profundizar en dos historias de esta situación límite para los locales de ocio nocturno. No piden que se levante una restricción que, estiman, no ha dado efecto. “No nos pueden culpar de ser un foco de contagios; estando cerrados han aumentado los positivos y, además, se han propiciado los botellones, en los que sí hay peligro real, sin control ninguno”, explica Álex Bachero, dueño del pub Terra, uno de los históricos de la noche castellonense y una de las pocas salas de conciertos que han aguantado, de momento, la crisis.

“La sensación que tenemos ya no es de enfado; es simplemente una enorme tristeza la que nos invade al ver como se está dejando morir al sector. Necesitamos ayudas, ¡ya!”, reclama Pau Obiol, que regenta junto su marido Isaac el pub Oz Esto no es Kansas, en el centro de la capital. Como el resto de los autónomos de ocio nocturno, ellos recibieron una ayuda única de 1.500 euros durante la primera ola del coronavirus, entre abril y mayo. Ahí se cerró el grifo. “Como otros sectores, si nos obligan a cerrar deberíamos tener una línea de ayudas para poder mantenernos como mínimo a flote”, reclaman los empresarios de la noche.

ÁLEX BACHERO | Pub Terra

"Como mal menor que nos dejen funcionar como bar o cafetería"

"Como mal menor que nos dejen funcionar como bar o cafetería" Álex y su hermano Adrián -ambos con hijos a su cargo-- heredaron de su padre el Terra, una sala de conciertos que nació en 1986. Ellos juegan con cierta ventaja, ya que el local es de su propiedad. “Hay otros que deben hacer frente a alquileres de mucho más de 1.000 euros”, apunta Álex. Aun así, “no hay quien puede resistir tanto tiempo sin actividad, en nuestro caso desde el 12 de marzo, con un pequeño paréntesis en verano con aforo limitado”. Él reclama “un rescate” urgente que puede que ya ni siquiera sea suficiente para evitar lo inevitable: “Los cálculos que hacemos desde ON Castelló --asociación de la que forma parte-- es que un 70% de los locales tendrá que cerrar”.

De momento, todo el interés político que ha suscitado la situación del ocio nocturno no ha pasado de “palabras y declaraciones institucionales”, pero “nada de hechos”. Para Álex, otro de los posibes parches a la situación desesperada sería una modificación temporal de licencia o un “permiso para poder abrir como un bar o cafetería normal mientras dure el cierre de los locales de ocio nocturno”, cumpliendo las mismas restricciones y medidas de seguridad que se cumplen actualmente en el sector de la hostelería.

PAU OBIOL | Oz Esto no es Kansas

"Quiero abrir, pero si no puede ser al menos que nos ayuden"

Al contrario que el pub Terra, al Oz Esto no es Kansas le ha pillado la pandemia en pleno periodo de asentamiento en la noche de Castelló. “La que nos está pasando era algo impensable hace cinco años, cuando abrimos las puertas”, admite Pau Obiol, que regenta junto a su marido Isaac Sempere este local. En su caso, a las tasas --excepto la de basuras, eliminadas este martes--, cuotas de autónomos y otros gastos de mantenimiento hay que sumar el alquiler. Tanto Pau como Isaac desempeñan otros trabajos al margen del pub, “pero más de un sueldo entero se nos va en el local”.

“Es lo único que pedimos a las instituciones. Ya no abrir, que es lo que nos gustaría, sino que por lo menos nos ayuden a sufragar parte de estos gastos a los que es muy difícil hacer frente por una situación de inactividad que nos ha sido impuesta de forma obligatoria”.

Ellos, no como una amplia mayoría del sector, han podido obtener la empatía de su casera, que está facilitando en lo que puede que el negocio no tenga que colgar el cartel de se traspasa. “Cuando se inició la pandemia nos rebajó un 50% el alquiler; ahora, hemos llegado a un acuerdo para no pagar hasta que no se reanude la actividad”, explica Pau.