Es domingo, así que intentamos remolonear en la cama un buen rato, pero no podemos. Las sábanas nos echan. Estamos hartos de la cama, del sofá, de la mecedora y del sillón de relax. Queremos salir, correr, cantar y gritar. Enseguida comprobamos que los pequeños están despiertos. Las gemelas les han llamado por Discord para jugar a Minecraft y Brawl Stars. ¡Bendita tecnología!

Bajo a la perrita a pasear, compro el pan y el periódico. Observo la ciudad. Permanece dormida. Ausente.

Al volver a casa ayudo con las tareas domésticas y a las 12.00 salimos al balcón para guardar tres minutos de silencio por nuestros compatriotas fallecidos. No hay muchos vecinos asomados a sus balcones. De hecho están semivacíos. El gobierno valenciano ha comunicado mal, como siempre, esta iniciativa. Hace tiempo que vengo diciendo que los responsables de comunicación del Palau de la Generalitat, a los que ni conozco ni quiero conocer, hacen muy mal su trabajo. Es como si hubieran obtenido el puesto en una tómbola para frikis.

Al rato me siento en la terraza, al solecito, y hago la siesta del borrego. Sueño con Portugal. En nuestro país vecino han fallecido, durante todo lo que llevamos de pandemia, las mismas personas que mueren en España a diario. ¡A diario! Allí también gobiernan los socialistas, así que no debe de tratarse de una cuestión ideológica. De hecho los virus no entienden de ideología. Es una cuestión de criterio. De gestión. Una buena gestión y una mala gestión de los recursos del estado provocan resultados bien dispares en una tesitura como esta.

Los españolitos siempre hemos menospreciado, en mayor o menor medida, a los portugueses. Como los franceses a los belgas o los alemanes a los holandeses. Pero en esta ocasión, y no dudo que en otras muchas antes, nuestros vecinos atlánticos nos han dado una buena lección. Una cura de humildad en toda regla. Una hostia monumental a nuestros desmedidos egos.

El bueno de Antonio Costa, sin alardes ni chulería, le ha dado un repaso a Pedro Sánchez de los que hacen afición. La verdad es que no entiendo cómo aún quedan sanchistas en este país.

Cuando despierto me siento orgulloso de ser portugués. ¡Toma ya! Luego caigo en la cuenta de que mi carné de identidad no dice eso.

Mi mujer ha preparado la comida. Putaditas varias. ¡Me encanta! Un poquito de esto, un poquito de aquello y mucho de lo otro. Si no existiera, habría que inventarla.

Por la tarde jugamos al Monopoly y nos convertimos en reyes del ladrillo. Me viene a la mente una canción. Cuando éramos reyes, sexo con amor, fiesta en los hoteles.

Al terminar, mi hijo pequeño corre en busca del Risk. Hoy la cosa va de tableros. Vamos a convertirnos en reyes de verdad. En emperadores, zares y faraones. Vamos a conquistar el mundo.

Cuando dan las 20.00 salimos al balcón de nuevo. Hay bastante más gente de la que había por la mañana. Aplaudimos y saludamos al coche patrulla que circula con las sirenas a todo trapo.

Y así pasa un nuevo día sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela.

¡Maldito virus!

*Escritor