Nos levantamos a las 06.30. Mi mujer tiene guardia en el hospital. Pensábamos que este cambio de turnos iba a ser pasajero pero, según parece, ha venido para quedarse al menos otro par de meses.

Mis hijos se despiertan y vienen al salón a enseñarme algunas novedades de sus videojuegos favoritos. Esta noche ha habido actualizaciones. Navego por internet y me encuentro con lo de siempre. Crispación y estupideces. Las indicaciones de Moncloa para llenar de antidisturbios las calles y evitar las previsibles manifestaciones antigubernamentales me causan una gran desolación. Estos inútiles permitieron que el fin de semana del sábado 7 y domingo 8 de marzo se llenara España de manifestantes. Dejaron que los estadios abrieran para celebrar competiciones deportivas y que las salas de fiestas rugieran. Su agenda política estuvo muy por encima de la sanitaria. El árbol de su sectarismo no les dejó ver el bosque de la pandemia. No se puede ser más zoquete, en algunos casos, ni más malvado.

Menos mal que los sindicatos policiales ya se han pronunciado, y han puesto sus servicios jurídicos a disposición de los agentes que se nieguen a cumplir órdenes que atenten contra las libertades fundamentales. La gestión sanitaria y el respeto a los derechos y libertades públicas son compatibles. Pero claro, para hacerlo bien hay que trabajar, algo que a este Gobierno le cuesta mucho. Porque para trabajar en temas jurídicos hay que saber algo de Derecho y el Gobierno está repleto de indigentes intelectuales.

A las 10.30 nos ponemos con los deberes. Tenemos Matemáticas, Castellano, Valenciano e Inglés. La web Mestre a casa funciona.

No sé por qué recuerdo la conversación que tuve hace años con D. José María Merino, silla «m» de la Real Academia Española de la Lengua. Al bueno de Don José María no le gustaba que yo llamara «Castellano» al Castellano. A él le gustaba más el término «Español». Le dije que era lo mismo y que al disfrutar aquí de dos lenguas oficiales, el Castellano y el Valenciano, todo el mundo lo denominaba así. Me llamó poderosamente la atención que esta explicación no le satisficiera.

A las 12.00 todavía estamos haciendo deberes. Vamos con un poquito de retraso según el horario previsto. Tenemos que dejar algunas materias para la tarde.

Salimos los tres juntos a pasear y comprar el pan y el periódico. El día es radiante.

A las 13.00 regresamos a casa y pensamos en qué cocinar. Acabamos comiendo una gran lasaña de Mercadona. ¡Todos somos iguales a ojos de Roig!

Después de comer me siento a ver el telediario mientras ellos vuelven a jugar con sus tabletas. Algo me dice, por lo que leo, oigo y veo, que España va a arder. No literalmente, como en 1936, pero sí metafóricamente. La tensión que los ciudadanos llevamos acumulada va a pasar factura por algún lado. Me temo que llegan malos tiempos para la lírica. Unos y otros, rojos y azules, verdes y morados, tienen demasiadas cuentas pendientes. Ojalá me equivoque.

Pasamos la tarde entre deberes por completar, juegos de mesa, vídeos de Youtube y videojuegos. Y así llegamos a las 20.00 horas y salimos al balcón a aplaudir. Quedamos cuatro gatos.

Ha pasado un día más sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor