La sepia arroja a chorros su tinta sobre la cubierta del barco, y sobre el peto amarillo de los marineros de El Paraíso, una embarcación de arrastre de 28 metros de eslora cuya sede está en el Puerto de Castelló. Los pescadores la recogen de la red sin apenas impresionarse y con un hábil balanceo la lanzan a un cubo de goma de color negro. Unas horas antes, a las seis de la madrugada, un grupo de turistas zarpa navegando con Pedro, Rosa y Lorenzo Guzmán, hijos, nietos y tataranietos de pescadores. Para los hermanos es una rutina diaria. «Llevamos toda la vida haciendo esto y esa sigue siendo nuestra actividad principal», cuenta Lorenzo.

Los Guzmán son una de las dos familias de pescadores de la provincia que viven casi en su totalidad de la pesca artesanal o tradicional. Casi exclusivamente porque Rosa, Lorenzo y Pedro descubrieron una fuente adicional de ingresos hace un par de años, cuando empezaron en un proyecto de pescaturismo. Ahora embarcan turistas a bordo para que les acompañen en su jornada de trabajo. Andrés Beltrán hace lo mismo pero desde Vinaròs, a bordo de Los Jovens, una nave de trasmallo de 13 metros. No son las dos únicas experiencias. La lonja de Peñíscola ofrece la posibilidad de asistir a la subasta de pescado fresco en directo, conocer a los profesionales que viven del mar e incluso degustar un plato típico marinero. Y esto podría ser solo el principio. Los pescadores de Benicarló también quieren subirse al carro del turismo marinero y abrir el puerto a los visitantes. ¿El objetivo? Diversificar el negocio y ganar rentabilidad. Y también dar a conocer un oficio en el que cada día quedan menos profesionales.

Francisco Gracia, fundador de la empresa Trip&Feel, es uno de los que mejor conocen las posibilidades que tiene la combinación turismo y pesca en Castellón. La compañía ya opera en Vinaròs, Peñíscola y Castelló, pero también en Xàbia y Calp, y se encarga de las gestiones burocráticas (la actividad está regulada), el montaje de los proyectos, la comercialización, el márketing y la comunicación. «La demanda va a más. En lo que llevamos de año, el número de visitantes se ha incrementado un 35% respecto al mismo periodo del año pasado, y tiene mucho más potencial. «Ahora, por ejemplo, estamos tratando de conectar el pescaturismo con el turismo rural», explica.

De la misma opinión es Andrés Beltrán, un pescador con más de 30 años de experiencia y que fue el primero en darse cuenta del potencial del pescaturismo. «Empezamos en agosto del 2017 desde Peñíscola y ahora lo hacemos desde Vinaròs», cuenta el patrón de Los Jovens. La excursión dura cuatro horas, cuesta 65 euros por persona (50 euros en el caso de viajeros de entre 5 y 17 años) y en ella se enseña al visitante todos los secretos del trasmallo, una modalidad de pesca pasiva, en la que durante el verano se captura langostino y el resto del año, sepia y lenguado. El viaje incluye un almuerzo a bordo, un poco de pescado para llevar a casa y concluye con una visita a la subasta en la lonja de Vinaròs.

Un turismo familiar

Pero, ¿qué tipo de turistas elige embarcarse durante horas en una nave de Castelló o Vinaròs? El perfil más habitual de clientes son personas de entre 30 y 55 años. Un 70% es español y el 30%, extranjero, sobre todo franceses y alemanes. Ahora bien, Francisco Gracia asegura que el turismo familiar es el principal cliente. «Los padres y madres quieren mostrar a sus hijos que el pescado no se pesca con una bandeja de plástico, que es como lo ven en el supermercado. Se hace de forma artesanal y en un barco en el que se trabaja durante muchas horas», argumenta.

Si el viaje en Los Jovens dura cuatro horas, los que se embarcan en El Paraíso saben que van a iniciar una travesía que empezará a las seis de la madrugada y acabará a las cuatro de la tarde. «Son diez horas de pesca en las que el visitante vive en primera persona cómo se hace el virado de las redes, el triaje y la selección del pescado a bordo», resume Lorenzo Guzmán, que cuenta que también se realiza una degustación de ranchos típicos marineros, desde una caldereta de langosta hasta un pulpo con ajoaceite.

Tanto los hermanos Guzmán como Andrés Beltrán aseguran sentirse plenamente orgullosos de lo que hacen. «Hemos sido pioneros y estamos muy contentos por la acogida que está teniendo el proyecto. A los que nos visitan les encanta la experiencia y todos se sorprenden», dice Lorenzo.

Para los marineros que se han embarcado en el pescaturismo, esta actividad es una forma de diversificar negocio. «En este sector, los pescadores no mandamos del producto. Ocurre igual que en la agricultura. Los marineros estamos pillados y, además, los gastos se nos comen, sobre todo los del combustible. Tenemos que buscarnos la vida y el turismo es una opción muy válida», argumenta Lorenzo Guzmán.

A Lorenzo no le falta razón. Vivir de la pesca ya no es tan fácil como hace unas décadas y eso se nota en los números. Hoy la flota pesquera de la provincia está compuesta por 150 embarcaciones. La mayoría, de artes menores y arrastre. Hace diez años eran más de 300. Y con el número de trabajadores sucede prácticamente lo mismo. Hoy son 1.203 los profesionales dados de alta en el régimen especial del mar (1.038, por cuenta ajena; y 165, por cuenta propia), mientras que hace veinte años superaban los 2.000. Y los que aguantan tratan de buscar alternativas.

No todo es el dinero. «El pescador que hace pescaturismo no lo hace para hacerse rico, sino para dar a conocer su trabajo y que se vea que hace buenas prácticas», describe Gracia. Y es que, pese a que se trata de uno de los oficios más antiguos de la humanidad, es un gran desconocido.