Me encanta, me gusta, traer hoy a la página a Juanjo Salás, por su vida como pintor y ahora como estatua en ese entorno de la plaza Mayor, concretamente en la calle del Arcipreste Balaguer. Con la intervención del concejal José Masip y el farmacéutico Juan Segarra, también de los responsables del bar Centro de la plaza de Santa Clara, del bar Star y del mesón Navarro III, el Ayuntamiento encargó la estatua a un artista de prestigio llamado Carlos Vento, que tiene otras obras escultóricas de bronce en la ciudad, como la señora del mercado, el sereno o el niño con su bicicleta.

Juan José Salás tuvo en la calle mucha chispa, según se afirma en el Col.lectiu d’Escriptors Valencians Anònims. No deben olvidarse los primeros años de pintor en la calle, cuando no disponiendo de ningún otro recurso, se puso en la vía pública manos a la obra. Al principio se le veía ir y venir de un lado a otro, no tenía itinerario ni lugar fijo. Así se le veía alegremente pintar tanto en el paseo de Ribalta, como en la Puerta del Sol, pintando un fastuoso Casino Antiguo. Un día desde este ángulo y al día o el mes siguiente, desde otro, buscando perspectivas insólitas, los hermosos lugares de la ciudad no tenían secretos para él.

Cercano

En sus últimos años, Juanjo y su caballete, su estuche con los instrumentos para pintar, tuvieron una vida cercana a otros seres humanos con quienes mantuvo una cordialísima relación, Ximo García del bar Centro y Elías Ibáñez del mesón Navarro III, fueron los más cercanos. Guardaban en sus establecimientos su material de trabajo y también los cuadros que iban convirtiéndose en artículos comerciales, la venta de los cuadros, con la indicación de sus precios en función de sus características y modelos. Pintaba habitualmente al óleo, pero de vez en cuando aparecía una acuarela, casi siempre a petición de los futuros clientes compradores.

Pero lo que tenía para él mayor importancia, eran las excursiones con sus benefactores a pueblos de la provincia, en los que ellos cazaban y él pintaba, generalmente en Ares, San Mateo y el Castillo de Villamalefa, especialmente aquí durante las fiestas del Rollo y por San Gregorio, y que es donde está depositado el más valioso de los cuadros que pintó Salás, una obra de arte que puede intuirse en tres partes, como la vida del propio artista. Lo cierto es que, su argumento es como una página vital del propio Juanjo Salás Babiloni.

El Castillo

Es en esta población del Castillo de Villamalefa, durante aquellos días de mayo, cuando también se acercaban unos y otros a la aldea de Cedramán, donde la asociación de jubilados organiza una comida popular y también tiene lugar una procesión en honor de San Juan Bautista. Sorprende la algarabía y el buen humor en torno a las verbenas, los concursos y las comidas y cenas populares. También en esa zona del Alto Mijares siguen celebrándose los festejos en honor de San Antonio Abad, con la bendición de los animales en la fachada de la iglesia y el reparto de tortas y de unas cintas conmemorativas.

Claro que, allí, es donde pintaba barcos y paisajes marinos desde las tierras montañosas. Es cuando los demás notaron que dejó de mirar el caballete y el modelo que tenía enfrente para pintar. Pero pintara lo que pintara, sus obras invitaban a soñar, en que lo que los cuadros sugerían era a estar delante de otros paisajes, otras perspectivas, con un toque de romanticismo. Se creían quienes estaban cerca de él, que aquello que estaba pintando eran temas de otro tiempo y otro lugar. Les llamaba la atención pensando que Juanjo estaba demasiado pendiente de quien le estaba mirando o pasaba cerca de él.

La familia

Juan José Salás Babiloni, hijo de Juan y Rosa, nació en Castellón el 12 de marzo de 1944. Tuvo dos hermanas, Rosa y Vicenta. Después de los primeros estudios y el bachillerato que efectuó en el instituto Ribalta, donde su expediente estudiantil informa de que fue el alumno que, en los cien años del centro, sacó las mejores notas. Sus padres le matricularon en la Facultad de Valencia para estudiar Arquitectura. También estuvo dos cursos en Madrid. El servicio militar lo cumplió en Paterna, con la suerte de tener un capitán que le encargaba trabajos coincidentes con su carrera y por eso se le concedió una prórroga de las llamadas «por estudios».

En el verano de 1972, ya en Castellón, conoció a una muchacha de Córdoba que había venido para estar con unos familiares unas semanas en Castellón. Ella ya formaba parte de una pandilla de la ciudad, chicos y chicas, que frecuentaban para sus reuniones un bar cafetería situado en el entorno de las calles Bayer y Navarra. Allí se encontraron por primera vez la pareja y me dice ella ahora que, un año después, concretamente el 12 de octubre de 1973, ya se casaron en Córdoba Rosa María Agredano León y Juan José Salás Babiloni. Fijaron su residencia en Castellón, en un piso de la calle Artana, y allí nacieron sus dos hijos, Luis y Nuria.

Profesor

Por incompatibilidad con el catedrático de la Facultad en la entrega del trabajo final de carrera, tuvo que convertirse en profesor de Matemáticas, Física y Química, en su propia academia que se montó en la calle de Enmedio, a la altura de Fayos Marín, frente al popular bar Tafolet, cuya peña taurina solía frecuentar. También intervino como profesor en la academia San Cristóbal, que estaba entonces en la calle Tenerías. Mientras, Rosa María, con el título de maestra de Primera Enseñanza, daba clases en Castellón y en algunos pueblos de la provincia, después de haber empezado su labor en Córdoba.

También Juanjo tenía el desahogo de sus aficiones deportivas, baloncesto, fútbol, atletismo y sus grandes festejos ante el televisor con motivo de los Juegos Olímpicos, aplaudiendo y gritando cuando era un atleta español el protagonista de una acción meritoria. Pensaba que una olimpiada es el más grande de los sucesos técnicos y humanos por su participación, su difusión instantánea. Sin poder explicar porqué, todo aquel singular suceso, le impulsó a comprarse un caballete y todos los enseres de pintor, con su maleta. Quería crear su propio mundo en tecnicolor.