Para Carlos y Mamen saber que su hija Ana era celíaca fue como una liberación. La niña, que ahora tiene 11 años, fue diagnosticada con apenas tres. «Desde muy pequeñita tenía cólicos y dormía mal, pero fue su constitución lo que nos preocupaba. No ganaba peso y su abdomen siempre estaba abultado», recuerda Mamen Ibáñez, una docente de Castelló que hoy, ocho años más tarde, recuerda a la perfección el resultados de las pruebas: atrofia intestinal, el estadio de la enfermedad celíaca (EC) en la que las vellosidades del intestino delgado están severamente dañadas.

Ana es celíaca y como ella unas 6.000 personas en Castellón padecen una enfermedad crónica causada por la proteína gluten, presente en el trigo, la avena, la cebada y el centeno, y en todos los alimentos que contienen esas harinas. En España son 500.000, una cifra que en los últimos años ha aumentado más de un 15%. «Hasta hace poco se estimaba que afectaba a una de cada cien personas, pero ahora se calcula que ya son una de cada 90», explica Eugenia Canalías, presidenta de la Asociación de Celíacos de la Comunitat Valenciana (Acecova).

Los estudios más recientes hablan de que la enfermedad afecta a dos mujeres por cada varón y se calcula que de cada diez casos, entre cinco y siete están sin diagnosticar. Y aunque entre los niños los síntomas son más homogéneos (diarreas, barriga hinchada, retraso de crecimiento...) y, por lo tanto, mucho más fáciles de detectar, en los adultos la cosa se complica. «Aunque los signos más típicos en los adultos son diarrea y pérdida de peso, también pueden tener hinchazón o dolor abdominal. Además, más de la mitad de los adultos con celiaquía pueden presentar anemia ferropénica o erupción cutánea», explica el doctor Juan Antonio Martín Jiménez, jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital General Universitari de Castelló, que insiste en que más que de un aumento de los casos, lo que se ha producido es un incremento de diagnósticos.

Canalías apunta a que la celiaquía «no es una enfermedad de niños ni tampoco intestinal. Es mucho más compleja», sentencia la presidenta de una asociación integrada por más de 4.000 personas y que periódicamente organiza actos y campañas en Valencia, Castellón y Alicante con la finalidad de hacer visible esta patología.

Una enfermedad sin grados

En la celiaquía no hay grados. Uno es o no lo es, sin medias tintas. Y al contrario de lo que ocurre con las intolerancias, tampoco existe regresión ni cura, sino que la patología se mantiene durante toda la vida. ¿El tratamiento? Solo hay uno: prescindir del gluten. Pero pese a que la teoría está clara, llevarla a la práctica no siempre resulta sencillo.

El día a día de los celíacos no es fácil. Tampoco el de sus familias y amigos. «En casa hay un armario para la comida con gluten y otro, para la sin que toma Ana», cuenta Mamen Ibáñez, que insiste en que aunque la mayoría de los alimentos son aptos para su hija (carnes, pescados, huevos...) hay que ir con muchísimo cuidado. «En los cumpleaños, cuando salimos a cenar fuera... siempre estoy en alerta máxima Y eso que la niña lo lleva muy bien», describe.

Pedro Quiralte también es celíaco. Fue diagnosticado hace cinco años, cuando tenía 27. «Desde que lo sé mi vida ha cambiado para mejor, y también lo ha hecho mi voz», confiesa el afamado barítono castellonense. «Siempre estaba resfriado, me costaba muchísimo calentar la voz, ponerme a tono. También tenía problemas de estómago y estaba fatigado, necesitaba dormir 10 horas diarias» recuerda. Hasta que un día fue al médico, le hicieron las pruebas y le diagnosticaron la celiaquía. «Eliminé el gluten de la dieta y desde ese instante mi vida cambió. Caliento la voz de una manera mucho más ágil, con dormir seis o siete horas tengo suficiente y hasta he adelgazado», argumenta.

Quiralte vive sin gluten, pero asegura que la vida de un celíaco pasa por tener «una buena tarjeta de crédito». Y razón no le falta. Un reciente estudio de la Federación de Asociaciones de Celíacos de España (FACE) estima que llenar el carrito de la compra les cuesta, de media, 100 euros más al mes o lo que es lo mismo, cerca de 1.300 euros más al año. «Imagínate una familia en la que todos sean celíacos. El gasto extra que deben asumir es brutal», sentencia el barítono.

Llenar la nevera es más caro

Los precios de alimentos como el pan, las galletas o la pasta son muy caros y basta ir a un supermercado para comprobarlo. El pan de molde para celíacos cuesta, por ejemplo, cuatro euros mientras el convencional llega al euro. Y con una barra estándar ocurre algo muy similar. Una sin gluten vale unos 2,20 euros, casi tres veces más que una normal. «El precio es uno de nuestros grandes caballos de batalla, aunque también es cierto que hace veinte años las diferencias todavía eran más abismales», dice la presidenta de la asociación de celíacos de la Comunitat, que reivindica la aplicación de un IVA reducido para productos más básicos.

La oferta de alimentos sin gluten se ha disparado en los últimos años. Un dato. Mercadona ha dado a conocer esta misma semana, con motivo del Día Nacional del Celíaco, que ya cuenta con más de 1.250 productos libres de gluten, desde bollería y derivados del pan y de los cereales, pasando por embutidos, frutos secos, pastas, bebidas, zumos, cervezas y precongelados. Desde la empresa, además, sostienen que cada uno de sus productos se encuentra convenientemente identificados.

Los ‘peligros’ de comer fuera

Otro de los problemas está a la hora de salir a comer fuera. «En Castellón, la oferta de locales de comida sin gluten es mínima, algo que no ocurre, por ejemplo, en ciudades mucho más grandes, como Madrid, donde hay una gran calidad de restaurantes y pastelería», apunta Pedro Quiralte.

Poco a poco los celíacos van colonizando terrenos. «Estamos haciendo esfuerzos por informar a los restaurantes y concienciar a la sociedad que la comida sin gluten no es un capricho, sino una necesidad, una cuestión de salud», añade Canalías. No obstante, aún falta mucho para ganarle la partida a esa maldita proteína. Lo sabe bien Pedro Quiralte que cada vez que inicia una gira internacional se lleva una maleta llena de comida casera. La última vez que viajó a China lo hizo acompañado de 26 magdalenas que le hizo su madre en casa. Por supuesto, gluten free.

Jaime Quirante y su panadería Can Celiac

La mayoría de los celíacos de Castellón le conocen y también le adoran. Jaime Quirante abrió Can Celiac, en el número 13 de la calle Bisbe Climent de Castelló, hace seis años y lo hizo tras comprobar lo difícil que le resultaba a su mujer encontrar productos sin gluten. «Mi mujer no es celíaca, pero sí intolerante al gluten. Y nos dimos cuenta de lo complicado que era comprar determinados alimentos, así que decidimos abrir Can Celiac», explica.

Quirante hace pan de calidad, rosquilletas, todo tipo de cocas... pero sin harina de trigo. Es decir, su negocio es cien por cien sin gluten. «Como materia prima usamos harina de maíz, garbanzo, patata, algarroba, etc. y todas están certificadas. Son más caras que la de trigo y eso encarece el producto», explica. Y cada vez tiene más clientes. «El 95% de la clientela es celíaca o intolerante al gluten, aunque nuestros productos los puede comer todo el mundo», describe.

El Restaurante Mejorana y su propietaria, Míriam Albero

El restaurante Mejorana, en la calle Alicante de Castelló, es otro de los paraísos para los celíacos de la provincia. Aunque se presentan como un restaurante para todos los públicos, lo cierto es que su carta desprende sensibilidad con los intolerantes al gluten. «Mi hermana es celíaca, así que nos los tomamos muy en serio y estamos cien por cien sensibilizados con el tema», apunta Míriam Albero, su propietaria.

En Mejorana se sirve cocina tradicional y casera y se evita en todo momento la contaminación cruzada como, por ejemplo, cortar dos panes con el mismo cuchillo. «Eso nos exige un esfuerzo extra, como la formación de todos nuestros empleados», explica la propietaria de un negocio que colabora activamente con la Asociación de Celiacos. «Aquí los celiacos pueden venir a comer o cenar con toda la tranquilidad del mundo», dice.