Hay un Castellón que no viaja en tren. Ni siquiera en Cercanías. Un Castellón sin niños, ni cines, ni teatros. Un Castellón sin equipos de fútbol y sin banda ancha. Un Castellón del que la inmensa mayoría solo se acuerda en fin de semana o en las vacaciones de verano. Es un Castellón sin centros de salud ni escuelas, o con centros de salud y escuelas que están a varios kilómetros de distancia. Un Castellón sin sucursales bancarias y también sin tiendas. Porque en el Castellón que se queda vacío cada vez hay menos comercios donde comprar una barra de pan o un poco de fruta y verdura. Y sin un establecimiento que suministre alimentos, vivir en un pueblo se complica. Más aún si su población está envejecida. Por eso, la típica tienda de pueblo se convierte en un servicio esencial. El problema es que en al menos una decena de localidades del interior de la provincia ya no hay comercios abiertos. Y en otros tantos solo queda uno. Una consecuencia más, y van muchas, de la despoblación.

En Todolella no tienen tienda desde hace casi tres años. Sus propietarios la cerraron por jubilación y nadie quiso hacerse cargo del único establecimiento que hasta esa fecha vendía un poco de todo, desde pasta y arroz a pilas o pegamento. «Cuando queremos comprar vamos a Forcall, que está a cuatro kilómetros», explica Àngel Guardiola, teniente de alcalde de un municipio que cuenta con unos 140 vecinos.

De lo que sí disponen los habitantes de Todolella es de pan del día. Y no porque el pueblo tenga panadería. Hace años que está cerrada. Todas las jornadas un horno de Cantavieja suministra barras y bocadillos al bar del pueblo y, por encargo, deja también unas cuantas para los vecinos. «Estamos intentando que vuelva a haber una tienda. No es fácil, pero la idea que barajamos es montar un pequeño comercio en el hotel del pueblo. Estamos trabajando en ello y ojalá Todolella vuelva a contar con una pequeña tienda en el primer trimestre del 2019», añade.

Ares tampoco tiene tienda. Ni Castillo de Villamalefa. Ni Castell de Cabres. Los dos primeros se abastecen de pan gracias a la buena voluntad de dos panaderos de Culla y Villahermosa. El hornero de la panadería Rosa Elvira de Culla se traslada dos días a la semana (martes y sábado) a Ares para suministrar a los 200 habitantes de la localidad. «Un día a la semana viene una parada de fruta y verdura y para comprar el resto de productos no nos queda otra que ir a Villafranca o Benassal», explican varios de sus vecinos.

Algo más de suerte tienen en la Mata de Morella. En este municipio de Els Ports de apenas 170 habitantes todavía hay un establecimiento abierto. «Hace años habían tres o cuatro, pero mantener un local de ultramarinos en una localidad tan pequeña es muy complicado, dado que hay muchísimos pagos», reconoce a este diario su alcalde, Pere Calvo.

Menos ingresos

La valiente que está al frente de la única tienda que continúa abierta en la Mata es Lola Sancho. Esta autónoma de 50 años lleva casi dos décadas detrás del mostrador de Ca l’Estanquer. Abre de lunes a sábado, de 9.30 a 13.30 horas. Por la tarde se dedica a fabricar alpargatas. «Si solo fuera por la tienda no podría vivir. Hay pocos clientes y tengo que hacer frente a muchísimos gastos, desde los módulos, a la Seguridad Social o la luz», explica la empresaria.

En la tienda de Lola se puede encontrar casi de todo. Pasta, arroz, aceite, sal, productos de droguería, embutidos de la Todolella y pan que cada día le suministra un horno de Cantavieja. «Es un negocio complicado porque cada vez hay menos gente en el pueblo. Subir cada día la persiana es un reto», añade. Y quien lo dice es una profesional que lleva 32 años como autónoma y solo ha estado una vez de baja.

Quien también lleva muchos años ganándose la vida vendiendo productos frescos en el interior es Juan Jiménez Molina. Con su furgoneta, este pescadero de Castellón suministra productos de la lonja del Grao a los vecinos de Albocásser, Forcall, Culla, Villores, Palanques, Ortell o la Mata. «Voy de pueblo en pueblo. Cuando llego a uno de estos municipios toco el pito de la furgoneta para que la gente lo sepa, aunque el Ayuntamiento suele hacer un bando», cuenta. Juan confiesa que mantener su negocio a flote no es fácil. «Cada vez vale menos la pena subir a estos pueblos tan pequeños. La gente compra mucho congelado, que es más barato. Yo no puedo competir con eso porque todo mi producto es fresco», lamenta.

Al igual que en la Mata, en Herbés solo queda una tienda abierta. Y todo gracias a la iniciativa de Laura Ramia, una vecina de Morella que abre el establecimiento cuatro días a la semana, durante dos horas por la mañana. «El Ayuntamiento acondicionó un local y así podemos dar servicio. Si no fuese con la ayuda municipal, este negocio sería inviable», puntualiza esta la empresaria.

Los alcaldes hacen lo que pueden por mantener abiertos los pocos locales que quedan y un buen ejemplo de ello es Sorita, que desde esta misma semana vuelve a tener tienda de ultramarinos. «Ha sido difícil, pero al final lo hemos conseguido», subraya su alcalde, Manuel Milián.

El congelador, esencial

Los comercios de la Mata, Herbés y ahora también el de Sorita prestan un servicio esencial. Y quienes más lo aprecian, seguramente, son aquellos vecinos de los pueblos donde ya no queda nada. Ni panadería, ni pescadería, ni oficina bancaria, ni escuela, ni ultramarinos... Castell de Cabres, con 17 habitantes, es uno de ellos. «Aquí no tenemos nada. O mejor dicho, tenemos buenos congeladores», apunta su alcaldesa, Mª Pau Querol, que explica que ya se han acostumbrado ya a hacer la compra fuera. Van a la Mata, a Forcall o a Morella. No tienen más remedio. «Es lo que hay, aunque la Administración debería darse cuenta del importante papel que juegan los pequeños comerciantes que todavía aguantan y apoyarles lo máximo posible», reivindica la edila.

Evitar que se cierren más tiendas en el interior no es, por su puesto, nada fácil de afrontar ni de solucionar. Nadie propone colocar un local de ultramarinos o una sucursal bancaria en cada pueblo de menos de 50 habitantes. Lo que reclaman muchos de los vecinos es que no se mire hacia otro lado. La Administración, ahora sí, parece que está empezando a recoger el guante y tanto el Consell como la Diputación han lanzado iniciativas y líneas de ayuda para frenar la despoblación y, con ella, que se bajen más persianas. «Son buenas noticias. Toda piedra hace pared», dice la alcaldesa de Castell de Cabres.

¿Y qué proponen los alcaldes para frenar la sangría de cierres de comercios en el interior de la provincia? Incentivos fiscales y más ayudas para todos aquellos empresarios que quieran asentarse en el interior. Porque sus habitantes, aunque más viejos y dispersos, son tan reales como los de cualquier localidad grande.